Peligro: depresión: la angustia en primera persona

Psicólogos y psiquiatras coinciden en que los cuadros depresivos se dispararon en el último año, justo después de que la pandemia comenzara a retirarse. Ellas, las principales víctimas

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“No me quería morir: quería dormir. Dormir todo lo que pueda. Dormir, dormir y dormir. Pero claro: cómo se lo explico a mis hijos. Para ellos su madre se quiso matar. Qué se yo. A lo mejor no tuve la fuerza suficiente y sólo me animé a eso: a dormir, a no hacer más nada. Era lo que quería: desaparecer aunque sea por un tiempo”.

Natalia F., 57 años, madre de dos adolescentes y divorciada en plena cuarentena después de un matrimonio de veinte años, habla pausada y con la voz hecha un sedal, como si fuera desenterrando las palabras desde el fondo del dolor.

“Nunca había estado tan deprimida -cuenta-. Cuando nació mi segundo hijo, hace ya más de quince años, tuve un tiempo que me costó disfrutar y me sentía triste, siempre cansada. Pero nunca esto. Quería desaparecer. ¿Viste cuando no le encontrás nada bueno a las cosas? Bueno, era eso. Y si había algo bueno, si mis hijos me venían con alguna noticia buena, tampoco lo podía ver. En fin: lloraba porque lo único que podía sentir era que lo bueno, lo único bueno, también iba a desaparecer, se iba a terminar”.

La historia de Natalia, una platense que trabaja en una oficina estatal y hace poco terminó de cumplir una carpeta psiquiátrica, es ejemplo de una realidad que no tiene una voz sino millones. Con datos aún frescos y en proceso de elaboración, quienes abordan problemáticas de salud mental aseguran que casi la mitad de la población argentina padeció ansiedad durante la pandemia y el 30% atravesó niveles de depresión significativos, al tiempo que jóvenes, mujeres y personas con antecedentes de trastornos mentales sufrieron el impacto aún más.

Lo que ven psicólogos y psiquiatras en sus consultorios lo confirma un sondeo realizado en todo el país por el Instituto de Investigaciones Psicológicas, dependiente del Conicet, según el cual los casos de depresión se dispararon en los últimos dos años de manera explosiva.

“No es sólo acá -aclara la psicóloga Lorena Godoy-: es en el mundo. Antes de la pandemia se veía que la depresión y la ansiedad eran males crecientes de la época, pero después del confinamiento lo que era una problemática en ascenso pasó a ser un fenómeno al que aún hoy no lo vemos en su real dimensión. Hay personas que salieron de la pandemia con cuadros de profunda depresión y ni siquiera lo saben. Se sienten tristes, frustrados, cansados. Algunos pudieron reacomodar sus cosas o adaptarse a un mundo post pandemia, algo a lo que muchas empresas o lugares de trabajo debieron acceder. Pero claro: hay empresas que tratan que todo siga igual, como si la pandemia no hubiese ocurrido, y no tienen en cuenta la salud mental de sus trabajadores. Ni siquiera pueden diferenciar un caso de malestar laboral de un cuadro depresivo”.

Como dice Godoy, la depresión es una epidemia que no sobrevuela nuestro suelo sino el planeta. Los casos de trastorno depresivo grave y de ansiedad, de hecho, aumentaron más del 25% a nivel global durante el primer año de la pandemia de coronavirus, según un informe científico de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En el estudio, la OMS también señala que la crisis de Covid-19 impidió de manera significativa el acceso a los servicios de salud mental en muchos casos, generando inquietud por el aumento de los comportamientos suicidas. En base a gran cantidad de estudios que hay dando vueltas, el organismo determinó que en el mundo se registró un aumento del 27,6% de los casos de trastorno depresivo grave sólo en 2020.

Los trastornos depresivos graves aumentaron más del 25% en el primer año de la pandemia

¿Hay un perfil? ¿Hay una edad para estar atento a los cuadros de depresión? “Se ven más mujeres que hombres y, si bien antes se daban más casos en la franja que va de los 20 a los 30 años, después de la pandemia vemos que la depresión es un trastorno que atraviesa a todas las edades y clases sociales”, apunta Godoy.

Natalia no sabe lo que cuenta la psicóloga ni tampoco tiene idea sobre los últimos sondeos realizados por la OMS. Sin embargo, le pone voz y nombre a una realidad que los profesionales no tienen miedo de definir como una pandemia silenciosa. “Cuando no te podés levantar -cuenta-, no es un capricho o querer llamar la atención. Es como tener una pared encima pero que no te importe. O como dormir estando despierto, sin sentir nada, sin fuerzas de nada. ¿Si pensé en matarme? Claro que pensé en matarme, pero tampoco tenía fuerzas para hacerlo. Era como querer morir pero sin ganas de morir. Es difícil ponerlo en palabras. El día que toqué fondo fue un sábado al mediodía. Les hice el almuerzo a mis hijos, me tomé una pastilla de dos miligramos de Aplax y me tiré en la cama. Antes de dormir me tomé otra pastilla. Y otra. Y un par más. A la noche, ya tarde, mi hijo el mayor me intentaba despertar y no podía. Terminó llamando a una ambulancia y me llevaron a la guardia del hospital de Gonnet. Yo les decía que no me quería suicidar: sólo dormir. Dormir todo lo que pueda”.

No es estar “bajoneado” ni triste de vez en cuando. La depresión es un problema que requiere atención y que excede a las variaciones habituales del ánimo. Se trata de un trastorno mental frecuente que, más allá de los efectos colaterales de la pandemia, afecta al 5% de la población adulta a nivel mundial y es la principal causa de discapacidad.

Casi la mitad de la población argentina padeció ansiedad o depresión durante el confinamiento

Desde la OMS advierten que en un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza, irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del disfrute o del interés en actividades, la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. Y precisan que se presentan varios otros síntomas, entre los que se incluyen la dificultad de concentración, el sentimiento de culpa excesiva o de autoestima baja, la falta de esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación de cansancio o de falta de energía.

“Es como vaciarte por dentro -recuerda Natalia-. Estaba vacía, sin ganas de nada. Esperaba que llegara la noche para irme a dormir y al otro día trataba de quedarme en la cama todo lo posible. Era vivir sin vivir, algo desesperante”.

Según la intensidad y tipología de los episodios depresivos a lo largo del tiempo, los tratamientos se basan en diferentes psicoterapias y, en el caso de que sean necesarios, la indicación de fármacos. “La mayoría de las personas con depresión no necesita ser hospitalizada -dice Godoy-, salvo que haya repetidos intentos de suicidio o que estén demasiado débiles por la pérdida de peso. El primer paso para sanar, siempre, es reconocer el problema y poder ponerlo en palabras”.

Natalia no sabe cuál es la mejor forma de salir de un pozo depresivo pero su experiencia coincide con las palabras de la profesional. “Cuando acepté que estaba deprimida y me dejé ayudar -dice- fue cuando empecé de a poco a salir. No es de un día para el otro. En mi caso hubo una primera etapa de medicación pero ya no tomo nada. Ni siquiera para dormir, algo que lo hacía casi siempre. Salí con terapia, y con paciencia. Hay que tenerse paciencia porque solemos ser nuestros peores enemigos. ¿Si tengo miedo de una recaída? La posibilidad siempre está, pero al menos hoy sale el sol y me puedo levantar de la cama. ¿Parece poco? Te puedo asegurar que para mí, como dicen mis hijos, es un montón”.

 

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