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La Ciudad |Política, jazz, investigación, gestión, fútbol y pedagogía

Angel Plastino: un docente con swing, un científico con gol

Internacionalmente reconocido como uno de los físicos más brillantes de su generación, fue un actor protagónico en la reconstrucción democrática de la UNLP post 1983. Profesor emérito, se define como un “optimista” y brega desde siempre por mejorar la formación de sus pares

Angel Plastino: un docente con swing, un científico con gol

recibiendo el konex de Platino a la mejor producción en Física Nuclear 1983-93

Francisco L. Lagomarsino
Francisco L. Lagomarsino

11 de Diciembre de 2022 | 03:52
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“La parte más importante de mi vida es la investigación científica, y la docencia” aclara desde el vamos Angel Luis Plastino. Doctor en Física, profesor en la Universidad Nacional de La Plata desde hace más de medio siglo, bastan pocos minutos de conversación para descubrir, sin embargo, que se refiere con la misma vehemencia y erudición a muchas otras cuestiones.

El varias veces galardonado autor de monografías indescifrables para el lego como “Formalismos termostáticos generales, invariabilidad bajo traducciones uniformes de espectro y q-aditividad Tsallis”, por citar uno al azar entre centenares de títulos, es un apasionado por el fútbol y el jazz; un educador políglota que recorrió el mundo; un ex militante y dirigente estudiantil reformista y presidente de la UNLP; un fanático de las revistas y libros de ciencia ficción; uno de los físicos más citados por sus colegas; un existencialista, y un apasionado por las ciencias de la enseñanza que se declara optimista, a pesar de todo.

A los 82, este jazzman, “insider” derecho con llegada al gol al que frenaron las lesiones, y tripero fanático que no puede ni escuchar los partidos del Lobo por radio porque se descompensa, repasa su historia, y desgrana anécdotas y conceptos en un recorrido extenso y enriquecedor.

FAMILIA Y PROPIEDAD

“Mi bisabuelo llegó como albañil para construir La Plata, con un grupo grande de italianos que contrató Dardo Rocha; para que se no se volvieran a Italia, Rocha le regaló a cada uno ¡media manzana!, y a él le tocó en 5 entre 62 y 63. Una gran ubicación, ya que en ese momento estaba planificado que la avenida céntrica fuera la 60”. A lo largo de sus diferentes generaciones, la familia Plastino no salió de su barrio. “Hoy vivo en 8 y 62, y la casa de mi infancia estaba en 60 entre 4 y 5” repasa Ángel, llamado como su abuelo, su padre y su hijo: “mi madre, Rosa Casper, era hija de alemanes y ama de casa; mi padre fue ingeniero, alumno de la Anexa y el Nacional como lo sería yo”.

“Tuve la oportunidad de vivir en otros lugares pero sigo eligiendo la Plata; me gusta mucho mi ciudad” afirma quien, apenas graduarse, vivió brevemente en los EEUU con su esposa, la profesora de Filosofía Graciela Battista, y tuvo allá a su único hijo, Ángel Ricardo.

el estudiante

“Desde chico tuve mucha suerte con mis profesores; en el Nacional, para mí, el más importante fue José Rodríguez Cometta, que era el titular de Metafísica de la facultad de Humanidades; ése era el nivel de los docentes que teníamos. Me interesé en la filosofía de chico porque un vecino que era profesor de Química Orgánica en la facultad me prestó un libro de Spencer, y me hice furiosamente positivista, como la mayoría de los científicos. Pero Rodríguez Cometta era existencialista, y nos peleamos todo el año, lo que hizo las clases muy divertidas... para el resto. Al final, me convenció, ayudado por otra feliz casualidad. El padre de los Pessacq, Gastón y Raúl ‘Otto’, creó la carrera de Bibliotecología en el Nacional; Gastón era muy amigo y yo estaba mucho en su casa, también con su primo Tomás. Y había una biblioteca fabulosa. Su padre me prestó los seis tomos de la obra completa de Ortega y Gasset, y tras leerlos me hice un decidido existencialista”.

El primer destello vocacional por fuera de la herencia familiar le llegó a Angel durante una caminata. “Después del fútbol y la música, mi tercer pasión es la ciencia ficción, que surgió por casualidad y terminó en cierta forma inclinando la balanza para elegir mi vida profesional. Un día, pasando por una librería de 12 y 62, veo en la tapa de una revista unos bichos jugando al ajedrez. Tendría 14 años, y yo lo había jugado bastante, con dos compañeros de la Anexa que después fueron físicos como Héctor Vucetich y Roberto Gratton, un exiliado italiano brillante que pasó por el Observatorio y luego se radicó en Tandil. La revista, mensual, era “Más Allá”, que fundó la ciencia ficción en la Argentina, y en sus cuentos los físicos solían ser protagonistas. Además, tenía una sección, a veces escrita por Isaac Asimov, de introducción a temas científicos. Cuando me tocó el momento, a pesar de que me había inscripto en Ingeniería, me cambié a Física”.

EL FUTBOL, LA VIDA

“Desde muy chico jugué a la pelota, y lo hice hasta que a los treinta y pico me lesioné feo la rodilla. En la infancia, la rambla de la avenida 60 entre 1 y 5 era una cancha maravillosa. Éramos todos hinchas de Gimnasia en el barrio, vecino con El Mondongo”.

“En los tiempos del Nacional, yo solía ser zaguero derecho, pero terminé con los años como insider con gol e incluso delantero. Mi gran amigo Horacio Iñíguez atajaba, y el mejor era un chico japonés, un crack del que aprendí mucho culturalmente. Tambien jugaba Fernando Frediani, que fue ingeniero y profesor de la cátedra de Ferrocarriles”.

“Más adelante, en la Universidad, tuvimos un lindo equipito con compañeros de diferentes facultades, alquilábamos canchas los sábados a la mañana e íbamos desafiando a combinados de los barrios. Ahí jugaban mis primos hermanos. Creo que jugar al fútbol, para el que es aficionado, es un placer que no tiene comparación. Y los colores del club de uno son la fidelidad más fuerte de la vida, no se cambian”.

“Fui a la cancha a ver al Lobo hasta los 30 y pico, pero dejé por consejo médico. Tengo el defecto de que me volvía loco, era de ésos que gritan, insultan a los jugadores y putean al referee todo el tiempo. Recuerdo un partido con Racing en el que con mucho esfuerzo nos pusimos al frente, pero nos regalamos en una contra, hicimos un penal tonto y nos empataron; me agarró una taquicardia tan brutal que me tuve que ir de la cancha , y un amigo cardiólogo me ‘recetó’ no ir más. No puedo ni siquiera escuchar la radio, y si miro los partidos por tele, me enloquezco. Lo mismo con la Selección”.

TODO ESE JAZZ

“La otra gran afición de mi vida, que es el jazz, también surgió en la adolescencia. Y fue gracias a radio Universidad, que tenía los sábados a la tarde un programa en vivo en el auditorio de Bellas Artes, y entre semana otro con el saxofonista Jorge Curubeto -al que he ido a escuchar muchas veces con su Sexteto de Jazz a Ciudad Vieja-; como vivía a una cuadra y media de plaza Rocha, no me perdía ningún concierto. Eran a las 19, y los muchachos que tocaban lo hacían en estilo be-bop, que era lo nuevo. Con dos compañeros del Nacional, entonces, armamos un trío: piano, trompeta y el clarinete que yo tocaba. Nos gustaban Coltrane, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bud Powell... De vez en cuando nos llamaban para algún evento; por una botella de cerveza tocábamos con muchísimas ganas en cualquier fiesta”.

“En esa época, para los carnavales, Gimnasia y Estudiantes traían orquestas muy buenas; conocí a la de Pichuco Troilo en una fiesta del Lobo, y nunca escuché a una mejor; la gente dejaba de bailar para mirarla de cerca, hipnotizada. Tuve la posibilidad de asistir a fines de los ‘60 al recital de Duke Ellington y su orquesta en el cine Gran Rocha, y fue increíble; la orquesta vino con todos los famosos, y leyendas como Cootie Williams y Johnny Hodges, se sorprendieron con el conocimiento musical de la gente de acá... Cuando trabajo en física, tengo jazz sonando todo el tiempo”.

lOS DOS “CHINOS”

“De chico, estaba seguro de que iba a ser ingeniero y que en la facultad iba a militar en ALU (Agrupación Liberal Universitaria) con los reformistas. Mi papá había sido uno de los fundadores, y por otra parte, en mi familia estaba rodeado por radicales: un tío era puntero de Balbín, mi abuelo materno y dos de mis tíos eran radicales y balbinistas. Se dio de manera natural... ¡e instantánea!” (risas): “porque antes de inscribirme en Ingeniería, me crucé a la sede del Centro de Estudiantes, una casona de 47 entre 1 y 115 que tiene la particularidad de ser propiedad del Centro, y me registré ahí. A los dos o tres días recibí una llamada en casa de alguien que me dijo ‘vos no me conocés, pero yo conozco a tu padre, vi que te has inscripto y te invito a que te incorpores a ALU’. Era el ‘Chino’ Delorenzo, y todo concluyó con que el primer día de clases como estudiante universitario debuté repartiendo panfletos entre mis pares”.

“En los primeros dos años de la carrera, mi entorno fueron ex compañeros del Nacional que estudiaban ingeniería, como el húngaro Pataki, gran amigo al igual que Francisco Krmpotic, exiliado de Yugoslavia... Por ellos conocí el comunismo desde el punto de vista de los que lo sufrieron en vivo y en directo, no desde la teoría. Como existencialista adoraba a Sartre, pero las vivencias de mis amigos decían todo lo contrario. Y eso me hizo muy escéptico de las teorías políticas en general”.

“ En política se cometen tantos disparates, y se pierde tanto tiempo en peleas inútiles, que no queda otra que ser un poco escéptico”

“A mediados del año ‘60, cuando llega el momento de elegir al presidente del Centro, ninguna agrupación tenía mayoría para nombrarlo. Éramos cuatro grupos: ALU -con radicales, socialistas y algunos anarquistas-, por otro lado el PC ‘soviético’, que era muy serio y muy férreo, disciplinado y en general buena gente, los maoístas y los trotskistas. Y se me ocurrió que los maoístas y los troskos odiaban tanto a los que ellos llamaban ‘estalinistas’ que capaz a mí me votarían. Dicho y hecho, prefirieron a un radical antes que a uno del PC orgánico”.

“De todos modos, la rivalidad no era enemistad personal; teníamos amigos y amigas en todos lados, se podía compartir un café u organizar un baile. Esos tiempos tenían sus propios códigos de ética militante. Por ejemplo, para cuando me eligieron presidente del Centro, yo solía ir al comité radical de calle 48. A la semana de ser electo, me llama a un costado el mismísimo Balbín y me dice ‘lo felicito, Plastino, me he enterado de que es presidente del Centro de Ingeniería. Me alegro mucho por usted, y le pido un gran favor: no se aparezca por el comité hasta que no termine su mandato’. Así que hasta mediados del ‘61, cuando terminé el mandato -ya recibido de Licenciado en Física-, me abstuve de participar en política partidaria”.

“Al mismo tiempo, todos los sectores estaban muy atentos a lo que pasaba en el mundo universitario, y la izquierda era fuerte y muy comprometida. La juventud comunista tenía reuniones y lecturas obligatorias todas las semanas y un estricto código moral: un amigo mío fue expulsado por ‘meterle los cuernos’ a la señora, pero además no se podía tener una pareja que no fuera comunista. Cuando presidí el Centro de Ingeniería, la líder de ellos era una chica a la que mandaron desde la UBA a reorganizar la agrupación, y tuvo que mudarse acá. Eso sí, si uno hacía un pacto con el comunismo, se cumplía a rajatabla y jamás lo traicionaban. Curiosamente, cuando Fidel estaba peleando en Sierra Maestra y mandó una delegación a buscar el apoyo de la FULP para la revolución, el PC votó en contra porque sostenía que los rebeldes eran agentes de la CIA... En la política se cometen tantos disparates que hay que ser un poco escéptico”.

rumbo al rectorado

“Durante toda la época de Onganía, con un grupo de amigos radicales egresados de la Universidad, como el Chino Delorenzo, ‘Otto’ Pessacq, el ‘Negro’ Omar Iglesias, Luis Lima, Oscar Sorarrain, Edgar Willis, entre otros, nos reuníamos cada tanto con Sergio Karakachoff, que era un poco nuestro mentor; a veces pasábamos por el Jockey Club y le pedíamos al presidente del comité radical de calle 48, que paraba ahí, las llaves, y nos juntábamos a puertas cerradas. Militábamos con limitaciones, pero con ganas. Un día, a principios de 1973, un puntero me comunica que tal día, a tal hora, Balbín quería verme. Él atendía por orden de llegada; tocabas timbre, la esposa te hacía pasar al living, y cuando salía el que estaba en el estudio, entrabas. Fui a su casa, y me encontré a Lima y Pessacq; Balbín nos dijo ‘muchachos, ustedes son docentes y el radicalismo no puede desaparecer de la Universidad, así que les pido que hagan algún tipo de organización que marque nuestra presencia’. Cuando salimos, estaba esperando sentado Tróccoli; se ve que no había excepciones para las reglas de la casa. ¡Es increíble la visión de Balbín, que tres años antes del golpe del ‘76 y diez antes de la elección de Alfonsín nos citó a los que seríamos los tres primeros rectores de la Universidad con la vuelta de la democracia!”.

“Después de ese encuentro armamos UDIR, la Unión de Docentes e Investigadores Reformistas, que congregó a bastante gente, y nos reunimos dentro de la Universidad entre el ‘73 y el ‘75. Pero las cosas se fueron poniendo cada vez más bravas, otra que ‘la grieta’. Ahí se empezó a jugar la vida. A mí los Montoneros me han puesto una ametralladora en el pecho, y a Pessacq también, para subrayar quiénes eran los que mandaban. Y a la gente de la Franja Morada la emboscaban y la atacaban a cadenazos, le han pegado mucho. Con la llegada de la dictadura, fue aún peor, y nos golpeó mucho el asesinato de Karakachoff, porque lo queríamos y porque, además, estábamos en su libreta”.

“ En materia educativa, es la calidad de los profesores lo que está fallando; ahí está una de las claves de la decadencia”

“A Raúl Alfonsín lo conocí también en los primeros ‘70; para variar fue por medio de un puntero de Ricardo Balbín que se acercó y me dio el dato de que venía a dar una charla, en un club que está en la calle 2; ‘es un tipo que Balbín aprecia muchisimo, y está muy interesado en que vos vayas, lo escuches, y si te gusta lo sigas’. Sabíamos que Sergio también lo valoraba. Bueno, Raúl dio un discurso maravilloso, nos fascinó y empezamos a seguirlo. A fines de esa década y principios de los ‘80, ya estábamos bajo el paraguas de la Fundación Eugenio Blanco, donde nos reuníamos con discreción para preparar equipos y programas de gobierno con gente como Pessacq, Pablo Luchessi, Jorge Lombardi, Gustavo Callejas, Omar Iglesias y David Lagmanovich, entre otros.

“Cuando llega la democracia, el gobernador Armendáriz me nombra al frente de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia, la CIC, que fue mi primera experiencia dirigencial; y en 1986, cinco meses antes de la primera asamblea universitaria convocada por el normalizador de la UNLP, que era Pessacq, me vienen a buscar cuatro dirigentes de la Franja Morada y me piden que sea su candidato a la presidencia. Con ese apoyo, saqué más de los dos tercios”.

gestión y autonomía

Cada dirigente tiene una impronta propia, y la mía es un conjunto de experiencias en España, los EEUU, Alemania, Italia, Sudáfrica... En mis dos periodos al frente de la UNLP traté de seguir construyendo institucionalidad, una tarea iniciada por la normalización pero que tras veinte años de intervención era ardua; el principio básico de cualquier universidad es la autonomía y si no la hay, no es una universidad”.

“En segundo lugar, era consciente de que estábamos entrando en la tercera revolución industrial, y mi principal desafío era adecuar la Universidad, enfatizando la producción de conocimientos, la innovación y la introducción de esos conocimientos en la sociedad por medio de lo que llamamos ‘extensión’. No hubiera podido soñar con el nivel de investigación y extensión que tiene hoy la UNLP; estoy orgulloso de cosas como la fabricación de medicamentos y el hospital de Odontología”.

A la hora de evaluar los polémicos “alineamientos institucionales” que la casa de altos estudios ha expresado en los últimos años en torno a cuestiones controvertidas en lo político y social, Plastino admite que “yo no lo hubiera hecho, pero lo entiendo. Gran parte de mi presidencia la gasté en peleas inútiles de política interna entre facultades, y hoy eso se acabó. Todas las tendencias están representadas en una conducción que ha logrado que las internas no le quiten el sueño a nadie. A mí me lo quitaron y me hice una mala sangre terrible. No comparto lo de alinearse, pero lo entiendo. Son cosas distintas”.

PEDAGOGÍA Y DOCENCIA

“En nuestro país, la caída del nivel educativo desde hace décadas es drámatica, pero es algo que preocupa a todo Occidente; no ocurre así en Oriente, donde el paradigma es que la clave de la educación es el compromiso del alumno, que tiene que esforzarse para adquirirla. La educación no tiene por qué ser “divertida”, sino que se debe acceder mostrando cierta voluntad, cierto esfuerzo. Es crucial el tema docente: en nuestro medio, los colegios de la UNLP, está medido y probado, son los mejores. Y ahí, los profesores son graduados de la facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación; sólo la Universidad puede formar docentes a la altura de las circunstancias. Pero acá pareciera que cualquiera puede poner un Instituto de Formación Docente; hay 150 para 45 millones de habitantes, cuando en Francia son 28 para 60 millones y con rango universitario. El problema está ahí: es la calidad de los profesores lo que está fallando”.

En este contexto, el ex rector dela UNLP -que sostiene que hoy por hoy su producción científica es más importante que a los 40 años-, recuerda con afecto a muchos de sus colaboradores y alumnos sobresalientes. “Algunos se destacaron mucho, como Susana Hernández, quien hizo su tesis conmigo y se jubiló como investigadora superior del Conicet. Gastón Gutiérrez está desde hace mucho en un importante acelerador de partículas cerca de Chicago. Guillermo Bozzolo trabaja en la NASA; Guillermo Zannoni sobresalió en una multinacional en Francia; y Flavia Pennini es investigadora del Conicet y docente en la Universidad de Mar del Plata”.

“Es imperioso comprender que para la mayoría de los estudiantes que salen de nuestros secundarios, entrar en la Universidad implica que por primera vez en sus vidas van a escuchar durante una hora a un profesor o profesora con un discurso racional, coherente, conciso y abstracto, cualidades que no se dan en el diálogo cotidiano y mucho menos en las redes” concluye Plastino: “por eso no hay que confundirse: es bueno ir a la facultad aunque sea un año; un año de universidad le cambia la vida a cualquiera, aunque no se reciba, aunque abandone. Hay un discurso productivista que quiere medir el rendimiento por la cantidad de graduados y está totalmente equivocado. Necesitamos más estudiantes universitarios, y no menos”.

 

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Derecha: el 30 de mayo de 1986, asumiendo la presidencia de la unlp, junto a alfonsín

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