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Al terminar el colegio los chicos quedan frente a un mercado laboral con grandes exigencias que los expulsa del sistema ¿Cuáles son las opciones con las que cuentan para poder salir adelante en esta situación?
María E. Asper
Cuando terminó la escuela Mateo salió decidido a buscar trabajo. A diferencia de otros chicos por el momento no tenía en sus planes seguir una carrera, él quería ayudar a su familia. Pero las oportunidades no le llovieron y las opciones que brindaba el mercado laboral para un muchacho sin experiencia no eran tentadoras, para peor en los convenios laborales desapareció la categoría de aprendiz y en cualquier oficio se exige ahora cierta experiencia. En verdad el término tentador es algo benévolo cuando la oferta para los jóvenes sin formación profesional en la mayoría de los casos se limita a changas o trabajo informal.
Ese es el panorama con el que chocan diariamente cientos de chicos en el país y Mateo no fue la excepción. Ante esta situación cada día se le hacía más pesado salir de su casa en las mañanas y el entusiasmo con el que comenzó su búsqueda laboral se disipó en pocos meses.
En los últimos años el término “ni-ni” fue fuertemente acuñado por gran parte de la sociedad para referirse a aquellos jóvenes que ni trabajaban ni estudiaban. Numerosas notas y ensayos hablaban de ellos pero sin ahondar en qué era lo que los llevaba a actuar de esa manera, si realmente no querían hacer nada o si como Mateo habían sido expulsados por el sistema. Lo real es que de la escuela primaria egresan algunos jóvenes con dificultades para leer o comprender un texto, ni pensar en que puedan completar una solicitud de empleo.
Resulta fácil hablar despectivamente de este sector de la sociedad y señalarlos como si encontraran un placer en ser estos “ni-ni” sin adentrarse en el contexto ¿No estudian porque no quieren? ¿Todos tienen realmente la misma oportunidad? Y si no lo hacen entonces ¿Por qué no trabajan? ¿Sin estudios las oportunidades son iguales para todos? Estos son los primeros puntos a desandar para saber qué es lo que ocurre en verdad con los “ni-ni”.
Si bien Argentina tiene la ventaja de contar con carreras de grado gratuitas, los egresados de los bachilleratos tienen grandes dificultades por las deficiencias de la enseñanza secundaria cuando intentan ingresar a la universidad en la cual la deserción ya en primer año es enorme. Además en las casas de altos estudios los horarios, no le permiten a los alumnos trabajar en relación de dependencia ocho horas diarias. Llegar a la universidad es hoy un privilegio. A estas dificultades se le suma el contexto, es que si bien durante años muchas familias decidieron hacer la inversión en pos de asegurar un futuro mejor para sus hijos hoy la realidad no es la misma. Décadas atrás el esfuerzo intelectual y económico que implica encarar una carrera universitaria era bien recompensado, pero esta contraprestación actualmente es incierta y esto puede ser un detonante en los chicos a la hora de elegir qué hacer cuando terminan la escuela.
Las frustraciones de la clase media inciden en muchos jóvenes que observan como sus padres no llegan al bienestar mínimo a pesar de títulos universitarios, esfuerzos y sacrificios. Eso incide a la hora de elegir una carrera y en muchos casos se deciden por cursos para el aprendizaje de oficios, para otros provenientes de hogares carenciados esos cursos significan la oportunidad de conseguir salidas laborales dignas. Es ahí donde entran en juego los oficios más tradicionales, que con una formación de aprendizaje básico y menos tiempo de asistencia a clases brindan las herramientas necesarias para salir al mercado laboral.
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Algunos de los muchachos y muchachas que tienen la expectativa de mejorar aveces no cuentan con el dinero para trasladarse a los centros de estudio. Deben superar grandes dificultades para poder hacerse de un certificado que los habilite para poder trabajar. Algunas fundaciones como La Florencio Pérez tratan de cubrir esas necesidades y que los cursos se lleven a cabo en clubes barriales como el Centro de Fomento de Villa Elvira en el que la UTN ( Universidad Tecnológica Nacional) está desarrollando un curso de programación, técnica para la que existe demanda y ese es uno de los factores que tienen en cuenta a la hora de buscar trabajo además de lograr algún tipo de satisfacción al cursar. Ese fue uno de los puntos que tuvo en cuenta Ayelén. Ella ya estudiaba diseño gráfico en la UNLP y el curso le pareció una buena opción para seguir perfeccionándose “hoy en día todo es digital, mi idea era incorporar esto de diseño web y seguir formándome para poder mejorar en ambas áreas y fusionarlas” y así “poder trabajar desde cualquier lado, la programación te da esa comodidad”, aseguró la joven que persigue el sueño de tener un trabajo con “muchas más libertades y posibilidades”.
Ese es otro aspecto que los chicos valoran hoy en día. Un trabajo que les permita ser sus propios jefes o en su defecto que les otorgue opciones o facilidades como ejercer de manera remota y así poder cumplir con otras metas personales. Es por eso que Juan también se sumó al curso que dicta la UTN, para poder ir tras el “sueño laboral de todos: poder viajar por el mundo y trabajar de algo que me guste. Por suerte este trabajo es muy flexible con estas cosas”, consideró.
Estas son algunas de las historias que se encuentran en los pasillos de los clubes de fomento y centros barriales que hacen de aula para estos jóvenes que buscan progresar al mismo tiempo que contrarrestan -tal vez sin intención alguna- los despectivos dichos que corren contra ellos.
Otras opciones que son ofrecidas por la escuela de oficios de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) también tienden a que encuentren una salida, ya que además de las carreras que ofrecen sus facultades cuentan con una escuela de oficios que acerca la formación profesional a los distintos barrios de la región.
Uno de ellos es el de herrería, que la UNLP brinda a través de un convenio con la fundación Florencio Pérez en el club Chacarita de Altos de San Lorenzo. Hasta allí llegó Nahuel, un chico de 22 años que se topó con la oferta de la escuela mediante redes sociales. “No tenía experiencia, nunca había amolado ni soldado pero acá aprendí a usar las máquinas y todo me sirvió un montón” reconoció el joven que a pesar de eso y de aún no haber terminado la cursada ya encontró trabajo. “Al laburo lo conseguí gracias al curso, así que la experiencia y toda la teoría que aprendí me sirvió demasiado”, expresó Nahuel.
Sueñan con tener un trabajo con “muchas más libertades y posibilidades”
En la vereda opuesta está Federico a quien el oficio le llegó casi como un legado, su abuelo era herrero y tanto su tío como su padre también tenían conocimiento en la materia. Fue por eso que a sus 25 años decidió continuar con esta pequeña tradición y se inscribió. Pero eso no fue lo único que influyó en su decisión sino la salida laboral que aporta contar con un oficio. Para muchos de esos cursos se requieren herramientas y materiales de altos costos que en algunos casos son ofrecidos por la Fundación Florencio Pérez.
Los jóvenes quieren progresar pero para esto es necesario algo fundamental, que se les otorgue la posibilidad de poder crecer en lo que les interesa y en ese sentido todos coinciden en que aquí cuentan con los instrumentos necesarios. “Antes de comenzar la primera clase pensé que mucho no iba a poder hacer porque no tenía computadora, pero cuando llegué vi que había y me alivié”, relató Juan. En esa misma línea Cristian un chico que cursa Soldadura 1 y 2, reconoció que “un amigo que está haciendo el curso de arreglar motores me dijo que están llenos de máquinas, qué están bien equipados y acá también. Antes de venir pensé que iba a haber una soldadora, una amoladora y no, hay varias máquinas. Eso está buenísimo”.
Para Cristian la soldadura es más un hobbie y si bien contaba con experiencia previa “hacía pocas cosas, no todo lo que aprendí acá que es un montón, fue otra cosa más aprendizaje mucho más trabajo, más ganas de seguir”, confirmó. A este camino él lo toma como aprendizaje y evalúa la posibilidad de dedicarse de lleno profesionalmente solo “si me da de comer”, esgrimió.
Como si quisieran ir contra estos dichos los jóvenes no solo piensan buscar trabajo cuando terminen con sus cursos sino que muchos de ellos van a seguir por el camino de la formación. Así lo manifestó Darío uno de los estudiantes de herrería que ya es tatuador y el año próximo tiene planeado seguir con pastelería. A primera vista todas profesiones muy diferentes entre si pero que se unen tras su gusto por el trabajo manual y sus ganas de aprender.
Así paso a paso buscan hacerse lugar en un mundo competitivo, en el que si las oportunidades llovieran de la misma forma que las críticas ni Mateo ni muchos otros chicos bajarían los brazos frente a un mundo laboral del que se los margina. Es cierto que a muchos los vence el desánimo surgido desde la niñez en la que debieron alimentarse en comedores con falencias. Sin mencionar el flagelo de la droga que lamentablemente se les ofrece casi diariamente y donde se los suele contratar de soldaditos o mensajeros.
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Los estudiantes en acción en la clase de herrería /fotos Gonzalo Calvelo
como proyecto final los alumnos crearon esculturas
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