Su Majestad, el fútbol

A Qatar llegó el deporte más popular en el mundo. Príncipes o esclavos, todos inclinan sus rodillas ante su poder

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

Cada cuatro años el volcán del fútbol entra en erupción y miles de millones de personas se dejan llevar felices por ese magma ardiente. Cada cuatro años la creciente prosperidad de un Mundial de fútbol puede más que las guerras, eclipsa el hambre y las pandemias.

En estos días, jugándose en la exótica Qatar, ya cerca del final; en 2026 será en un combo de sedes de países americanos: Canadá, Estados Unidos y México. Príncipes y esclavos, empresarios y pastores, todos inclinan hincan sus rodillas, reverentes ante el poderoso fútbol. Desde la santa sede del fútbol internacional, la de la FIFA instalada en Ginebra, se maneja un imperio que, en el torneo que se juega ahora, contó ya con una audiencia de 5 mil millones de televidentes.

Qatar gastó cifras millonarias en dólares para plantar en mitad del desierto una exótica combinación de seis estadios completamente nuevos y urbanizaciones fastuosas como el complejo Lusail City, a 16 kilómetros del centro, que cuenta con hoteles cinco estrellas, campos de golf, tiendas y restaurantes de diversa calidad.

Donde hasta hace diez años sólo existían dunas y arenas estériles, se construyó una urgente réplica de Venecia, con canales y góndolas impulsadas a motor. ¿Qué será de eso, ahora que faltan pocos días para que el Mundial termine?

Todos los datos parecen extraídos de las Mil y Una Noches. El ganador del torneo se llevará un premio de 42 millones de dólares. El fútbol a escala mundial opone, a todo posible cuestionamiento, la irrefutable elocuencia de su riqueza económica.

LITERATURA

Muchos escritores forman parte de la feligresía futbolera. En la Argentina existe una eminencia indiscutida, el rosarino Roberto Fontanarrosa. Y un periodismo seguidor, machacón. Pero hay también detractores, como se verá.

En España acaban de desatar polémicas unas explosivas declaraciones de Martín Caparrós, que calificó como “mercenarios” a los jugadores del seleccionado argentino. La relación histórica entre los escritores y el fútbol ha sido cambiante, claro está.

El Villaggio Mall, un centro comercial de lujo, cuenta con un canal con góndolas / El DIA

En el país pentacampeón, Brasil, puede hablarse, entre otros, de Vinicius de Moraes, el magnifico poeta bohemio que homenajeó a Garrincha con un soneto inolvidable titulado “El ángel de las piernas chuecas”. La primer estrofa dice así: “A un pase de Didí, Garrincha avanza:/ El cuero junto al pie y el ojo atento./ Dribla a uno y a dos, luego descansa/ Como quien mide el riesgo del momento”.

Un caso curioso y contrastante en nuestro país fue el de dos amigos como Bioy Casares y Borges. El primero soñó con ser un “centroforward” famoso, amó al fútbol y no dejó de acudir algunos sábados, como un hincha más al descangallado estadio del club Excursionistas, de la Primera B.

En cambio, Borges lapidó al deporte más popular con esta definición: “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. El autor de El Aleph le apuntó a la estética: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”.

Pero es preciso situarse en estas horas. El periodista y escritor Caparrós –que no abjura del fútbol- se metió en camisa de once varas, al llamar “mercenarios” a los jugadores de la selección argentina. En su cuenta de twitter escribió: “Miraba a Di María alentar desde el banco. Eso es, para los jugadores, la esencia del Mundial: una vez cada cuatro años los mercenarios mejor pagados del planeta se dan el lujo de ser hinchas del equipo donde juegan”

Caparrós vive en España y allí es columnista del diario El País. Le salió al cruce la periodista Majo Grillo: “¿Por qué “mercenarios”, Martín? Es un trabajo y cobran. Tampoco juegan para otra nación, como para que los llamen así. Además, ¿qué debería hacer Di María: jugar lesionado o no alentar? A diferencia de los funcionarios a los que apoyaste, sus sueldos no los pagan los impuestos”.

Un hombre camina por la aldea cultural de Katara en Doha / AFP

El argentino recogió el guante, mientras las redes sociales ya ardían. La política se había entrometido. Y retrucó: “¿No es obvio, Majo? Hacen su trabajo lejos de su país y de su gente y de los clubes que los forman porque ahí ganan mucho más. Yo no digo que esté mal, pero es la realidad. Y no apoyé a ningún funcionario. Apoyé la causa más noble, malbaratada por este gobierno”, le contestó Caparrós a Grillo.

Se metió un conductor de la televisión argentina, Horacio Cabak, y le dijo a Caparrós. “Martín, vos estás trabajando lejos de tu país, de tu gente y de los medios que te formaron porque ahí ganas mucho más. Yo no digo que esté mal, pero es la realidad. ¿Eso te hace a vos un mercenario?”. El berenjenal, uno de los que mejor proliferan en los cultivos del fútbol, siguió creciendo con robustez.

Hace poco el intelectual vasco Gabriel María Otalora escribió un artículo titulado “El poder del fútbol” en el que señala: “Quién iba a predecir que aquel juego importado por marineros ingleses y más tarde por vía férrea gracias a los ingenieros británicos, iba a convertirse en apenas siglo y medio en el deporte espectáculo universal que apasiona a todas las clases sociales con la ayuda decisiva de la radio y la televisión”.

“Ha tenido éxito incluso en un país tan arcaico y cerrado como Corea del Norte. El fútbol se ha convertido en un imperio más, capaz de imponer su ley sin apenas resistencias hasta ser uno de los símbolos de la globalización. Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, lo tuvo claro: “El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso”.

 

“El fútbol vendría a ser la única barrera que mantiene vivas las identidades nacionales”

 

La situación ha llegado a tales extremos que –en un proceso imparable de globalización- el fútbol vendría a ser, según Otarola, “la única barrera que mantiene vivas las identidades nacionales”.

Así lo refrenda el escritor bilbaíno; “Todos los estados y naciones sin Estado se afanan en apoyar al equipo nacional, olvidando las divergencias internas ideológicas, políticas y culturales frente a una globalización que busca uniformizarlo todo en aras a lograr el homo consumens universal. Nadie puede dudar de que el poder del fútbol es enorme por su influencia social (Joseph Nye lo define como “poder blando”). Su atractivo cohesiona gracias a la fuerza de consenso mundial que atesora en torno a su influencia: el equipo que gana prestigia a quien representa”.

Una vista del Estadio Lusail, uno de los más impresionantes de Qatar / AFP

LOS HIMNOS

No hay imperio sin una música que le dé sustento. Una música de alcances épicos. La primera obra musical asociado al torneo fue del Mundial de Chile. Sin embargo, el creciente poder mediático de los “himnos del Mundial” se alcanzó recién en la década del 90. De ese tiempo se recuerda el gran éxito comercial que tuvieron “La Copa de la vida” (Francia, 1998) que fue un hit planetario, o “Waka Waka (Esto es Africa, torneo de 2010)

Se hicieron en varias ocasiones encuestas sobre el mejor himno a los mundiales de fútbol. Aquí habría que recordar que Italia –que no pudo clasificar en los dos últimos torneos- y que lleva ganados cuatro campeonatos mundiales, logró colocar en el podio como la mejor a la inolvidable “Un estate italiana” (Un verano italiano) la canción oficial del Mundial de Italia 1990. El tema escrito por Gianna Nannini y Edoardo Bennato, marcó un antes y un después en el ámbito deportivo puesto que, para muchos, es el mejor de todos los que se usaron en las Copas del Mundo.

La canción italiana se diferenció tanto en su letra como en su melodía por su marcado tono intimista y romántico. La primera estrofa decía así: “Tal vez no sea una canción/ Para cambiar las reglas del juego/ Pero así es como quiero vivir esta aventura/ Sin fronteras y con el corazón en la garganta”.

Y estas otras dos, también inolvidables: “Noches mágicas/ Persiguiendo un objetivo/ Bajo el cielo/ De un verano italiano// Y en tus ojos/ Deseando ganar/ Un verano/ Una aventura más…”

Y para no ser menos –o para ser decididamente más- el himno de Qatar irrumpió en la rigidez musulmana con las características propias, alocadas, del rock and roll. En el mundo de turbantes y reglas rígidas, el himno del Mundial de Qatar –llamado Hayya Hayya (Mejor juntos)- altera el paisaje oriental con acentuaciones rítmicas y distorsivas, con síncopas improvisadas, propias de Jerry Lee Lewis y Elvis Presley.

Una obra de arte en el desierto de al-Zubarah, David Gannon / AFP

“Quiero caminar el camino en cada calle/ Quiero jugar con el mundo a mis pies/ Ve a todas las discotecas y no pierdas el ritmo, sí, sí/ Quiero fiesta, fiesta ocho días a la semana”, dice una de las estrofas.

En otra va el reconocimiento expreso a la globalización, sólo musical y literaria por ahora: “La vida puede tener altibajos, pero ¿qué puedes hacer tú, eh?/ Navegamos a través de todo lo áspero y lo suave, sí/ Tenemos ese rock ‘n’ roll, ese ritmo y blues, sí, sí/ Nunca estoy azul si estoy rockeando contigo”.

Su Majestad el fútbol reinó en Medio Oriente. Dentro de cuatro años alzará sus tiendas millonarias en tres países de América.

Qatar

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