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La reconfiguración de la alianza oficial y las dudas hacia adelante

¿Cómo gobernará Alberto F. tras el quiebre en la relación con Cristina? ¿Podrá afrontar los grandes desafíos que el país tiene por delante?

La reconfiguración de la alianza oficial y las dudas hacia adelante

Cristina en la sesión en el senado. Se fue antes de la votación / telam

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

19 de Marzo de 2022 | 01:03
Edición impresa

Suele aludirse a la “victoria pírrica” como aquella que el bando vencedor consigue luego de muchas pérdidas propias, al punto que ese triunfo termina siendo desfavorable para el ganador. Es lo que le pasó al rey Pirro, trescientos años antes de Cristo, quien venció a los romanos pero perdió a miles de sus hombres.

Alberto Fernández acaba de tener su propia victoria pírrica. Logró la aprobación legislativa del acuerdo con el FMI, zafó del default con ese organismo pero claramente terminó reconfigurando la coalición gobernante: el kirchnerismo puro, aún sin irse ya mismo del Gobierno, no será parte de la implementación del programa económico que supone el entendimiento con el Fondo.

Fernández dio un salto -se verá el resultado final- en su estatus dentro de la coalición gobernante. Venía siendo un equilibrista, un administrador de las tensiones internas. Evitaba la ruptura. Pero las circunstancias lo llevaron a tomar una decisión dogmáticamente rechazada por la pata más popular de la alianza, Cristina Fernández, la autora intelectual de su ascenso a la Casa Rosada.

Lectura

Luego de las votaciones en el Congreso, la lectura imperante es clara: el Presidente no tiene el control de las cámaras; los bloques de perfil peronista, en los hechos, ya no son una sola bancada en cada una de ellas y, para aplicar el programa pactado con el Fondo, Fernández deberá recurrir al PJ no kirchnerista y acaso a la oposición. Que dio la mano salvadora para aprobar un nuevo endeudamiento (no podía desentenderse de solucionar el problema de una deuda millonaria que ellos habían tomado) pero que no está dispuesta a ser socia de los eventuales ajustes económicos, siempre antipáticos para una sociedad con sus cuentas asfixiadas.

¿Tiene Fernández la suficiente fortaleza política para liderar la puesta en marcha de un retocado programa económico, aún cuando éste no suponga esos ajustes brutales que vienen atados a reformas estructurales, laborales, previsionales y demás? ¿Podrá capitanear la llamada “guerra” contra la inflación con la fractura expuesta que supone el distanciamiento del cristinismo y las profundas diferencias programáticas que implica esa distancia?

Sobre este último punto, acaso el Presidente haya quedado preso de sus palabras. Planteó una batalla contra los precios que probablemente termine siendo la vara de medición de su gestión. Si no consigue bajar la inflación, su gobierno se leerá fallido. Le pasó a Mauricio Macri cuando sugirió, en la campaña de 2015, que se lo juzgara por el índice de pobreza que dejara al final su gestión. Fue igual o un poco peor del que recibió.

Muchas voces del mundillo político creen que la falta de consenso entre los miembros de la coalición gobernante en torno al regreso al FMI, relativizan de antemano el éxito del programa, lo condicionan. Con mucha bonhomía, puede leerse la decisión de Alberto de avanzar con el Fondo como un intento de nuevo liderazgo, de despegue de esa condición de “designado” por la vicepresidenta. Pero, ¿y si no funciona el programa? ¿Y si se profundiza el malestar social? ¿El peronismo tradicional (gobernadores, sindicatos, el massismo como la otra pata del Gobierno) seguirá bancando al Presidente?

El politólogo Lucas Romero, titular de la consultora Synopsis, tiene una teoría que suena inquietante pero para nada descabellada respecto a los futuros dos años de convivencia entre Alberto y el cristinismo.

Sostiene que lo más nocivo que incorporó en la escena política la votación del kirchnerismo duro contra el Presidente en el Congreso es que se configuraron dos incentivos diferentes y enfrentados entre albertistas y cristinistas.

Explica que a la vicepresidenta y su tropa ahora les sirve que el programa con el FMI fracase, porque sería una legitimación de su postura política histórica, la de alejarse de ese organismo demonizado, que Alberto vino a dinamitar. “Nosotros teníamos razón”, sería la traducción coloquial de ese escenario eventual. Y acaso busquen -Cristina, Máximo, los 41 diputados y 13 senadores alineados con ellos- la reivindicación política hacia adentro y hacia afuera del peronismo.

Ese incentivo K conspira, choca, contra el que supuestamente mueve al resto de los integrantes del gobierno: que el programa funcione para estabilizar en parte a la economía, recuperar cierta tranquilidad social y pensar en un proyecto de continuidad de Alberto.

Dos cartas

El Presidente debería tomar nota de las dos cartas que los legisladores kirchneristas que votaron en su contra hicieron públicas. En ellas, pero en especial en la de los senadores, los cristinistas le plantean directamente una discusión política de fondo sobre el proyecto de país que debe tener el oficialismo. Que es lo mismo que decir que no comparten el que está esbozando Fernández a partir de la decisión política de entenderse con el Fondo, más allá de que el programa acordado pueda cumplirse o no.

Así, en cierta forma se trazó una línea. Siguiendo la tesis de Romero, desde un ministro a un concejal del Frente de Todos saben ahora que pueden pararse en alguna de las dos posiciones, lo que obviamente dificultará el consenso.

Fernández, que está sentado en el sillón más importante del país, también puede usar eso para fortalecer su liderazgo: dar el ultimátum. Más allá de que el kirchnerismo probablemente adopte como estrategia resistir el mayor tiempo posible desde adentro del Gobierno, Cristina también puede utilizar esa tensión para esculpir un eventual proyecto electoral diferenciado para el año próximo. Ya se habla del regreso de Unidad Ciudadana.

Si no consigue bajar la inflación, el gobierno de Alberto Fernández se leerá fallido

 

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