Desbordes en los festejos de los estudiantes por el “Último Primer Día”

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Una vez más explosiones en la madrugada y justificado temor entre vecinos de numerosos barrios, que se comunicaron en esas horas con este diario para averiguar qué ocurría. Se trató de los festejos del llamado “Último Primer Día” que realizaban los alumnos que iniciaban el último ciclo lectivo del secundario.

Tal como se reseñó ayer en este diario, desde Tolosa a Villa Elvira, y de Los Hornos hasta la 122, la preocupación por los estruendos se hizo notar y, tal como ocurre desde hace varios años, los estruendos se vinculaban a los adolescentes que desde la noche del martes y por varias horas celebraban lo que ya se conoce como el UPD (Último Primer Día).

No se procura aquí cuestionar la natural efervescencia juvenil, traducida con tanta fidelidad y gracia, por ejemplo, en la famosa estudiantina que describió Miguel Cané en su obra “Juvenilia”. De todos modos, conviene establecer que existen límites que los jóvenes no deberían trasponer, relacionados a los derechos al descanso de la población en general y, también, a que ninguna calle se vea cortada al tránsito para canalizar así esos festejos.

Hubo por supuesto celebraciones coloridas, que se desarrollaron con normalidad y sin afectar a terceros. Como se sabe, en la mayoría de los casos, los alumnos que egresarán este año se encuentran en la noche anterior para seguir la maratón de festejos hasta la hora de inicio de clases. Es por eso que son jornadas especiales para los alumnos de sexto año (y en otros casos fueron alumnos de séptimo año). Cánticos y humo de todos los colores fueron el común denominador de los distintos grupos de jóvenes.

No puede dejar de consignarse que también ocurren incidentes cuando, con la excusa de anticipar el final de los cursos, en los meses de septiembre u octubre, los estudiantes provocan destrozos en las sedes de los establecimientos o protagonizan desórdenes callejeros

Las crónicas reiteradas por el diario en los últimos años dejan a las claras que, ante cada fin de curso -y por fortuna, no en todos los colegios- se desata una suerte de rutina de grescas, destrozos e incidentes, ya sea en las mismas escuelas como, posteriormente, en los lugares de diversión a los que asisten los alumnos.

Como se recordará, la polémica sobre los desbordes que se presentaron en los festejos de los futuros bachilleres surgió a partir de un penoso episodio ocurrido hace pocos años en la entrada de un colegio, cuando un perro terminó agonizando después de estallarle un petardo en el hocico, mientras que los alumnos de 6º año de esa institución celebraban, justamente, “el Último Primer Día”.

También es cierto que la sociedad muestra hoy, a profusión, niveles de violencia y conductas descomedidas, en algunas oportunidades casi promovidas como modelos a imitar.

Sin embargo, justamente, la educación consiste también en eso, en no dejar que prevalezcan criterios permisivos y, por el contrario, en inducir a los jóvenes a conocer dónde se encuentran los límites. Jóvenes que, por su edad -y se supone también que por sus niveles alcanzados de formación educativa- deberían ser perfectamente conscientes de los valores sociales que deben ser respetados.

 

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