BAFICI: "La edad media", un juguetón "gesto de supervivencia" para resistir

Alejo Moguillansky y Luciana Acuña comenzaron a filmar en su casa en cuarentena como un juego que se volvió peligroso mientras el encierro continuaba. El resultado es la película que presentan en el Bafici, una burbujeante comedia sobre el pasmo existencial y material del artista en pandemia

Pedro Garay

Dicen Luciana Acuña y Alejo Moguillansky, directores de “La edad media”, que realizar la película fue “un juego”, pero “un juego peligroso”. Un laboratorio de pruebas cinematográficas hecho en casa que resultó en la historia de una familia, ellos mismos, su hija Cleo y su perra Juana, viviendo burbujeantes desventuras pandémicas con aroma a Keaton y Chaplin; pero donde se cifraba, quizás y sin embargo, oculta entre tanta comedia, la cura para los males materiales, artísticos y metafísicos de una era, dos años, de incertidumbre. Una comedia, sí, un estallido de juegos y risas en medio de la pandemia, una comedia feliz. Pero también desesperada.

“Fue un gesto de supervivencia, al comienzo”, reconoce Moguillansky sobre la película que se verá por última vez en el Bafici esta noche, desde las 19, en función gratuita en el Parque Centenario. “La película empezó como un juego, como una forma de pasar el tiempo con Cleo, y sentir que estábamos haciendo algo, que no dejábamos de hacer lo que hacíamos siempre pero que ya no se podía hacer más”, agrega Acuña, que todavía recuerda cuando se decretó la cuarentena: “El discurso era a las 7 y a las 10 de la noche cerraba todo, así que había 3 horas para hacer todo lo que no se iba a poder hacer no se sabía por cuánto tiempo. En teoría 15 días…”

En preparación para esas semanas que se volvieron meses que se volvieron años, algunos acapararon papel higiénico, comida enlatada, pero Acuña recuerda que Moguillansky, y el resto de El Pampero, fue a buscar equipos, una cámara, sonido, para subsistir a ese encierro filmando. Así se colocó la semilla de “La edad media”: mientras la familia veía a Keaton y a Chaplin (y también el cine de Marvel, los X-Men y “Star Wars” y su “Mandalorian”, de importancia crucial para la trama, acota Cleo) en un proyector que también fue parte de aquella tarde-noche de saqueos a la oficina de El Pampero, comenzaron a “reproducir escenas que nos gustaban, y fuimos acumulando material, sin ninguna idea de cómo podría llegar a ser una película, sin ninguna idea de si iba a haber una película o no. Era filmar por el placer de filmar, algo que pocas veces ocurre”, relata Acuña.

“Un juego”, dice ella, y Moguillansky acota: “Sí, pero un juego que se pone peligroso”. Un juego cuyo tablero era la propia casa que los encerraba, transformada en “un espacio de investigación, un laboratorio” donde probar “hasta donde se puede llegar filmando, haciendo sonido y cocinando al mismo tiempo”: que la casa terminara tomada, “los libros en el patio, escondidos porque no se podían ver por esa ventana, el baño clausurado”, mientras los protagonistas se van deshaciendo de las cosas que hay en su hogar a través de la página de compra-venta MercadoLibre, era parte del juego, pero “de un juego al que había que darle un lugar, un juego serio”.

Porque por un lado, dice Moguillansky, “entendimos que teníamos el set de filmación y a los actores y al equipo técnico disponibles todo el tiempo”, pero por otro, había que organizar a ese cuarteto polifuncional en medio de la vorágine de zooms, discusiones y cenas que fue la vida pandémica, “aunque mamá no tenía nada”, lanza Cleo, mimetizando a su personaje de la película…

“A Lu se le habían caído todas las giras, estaba estallada”, recuerda al respecto Moguillansky, y “por eso compramos la bolsa de boxeo”, también protagonista de la película, acota Cleo. El cineasta recuerda “el momento donde me dijiste que lo que tenías era eso que estábamos filmando y me di cuenta que lo único que teníamos era eso. Yo todavía no le daba entidad de película, era un lugar de investigación”.

“Ahí fue donde el juego se pone más en cuestión”, afirma Acuña. “Es un juego, pero es lo que hacemos para vivir, no es tan ingenuo, hacemos eso”.

Los mundos del arte y el trabajo, de la subsistencia material y la creación, ya se han cruzado en los trabajos previos de Moguillansky, director de “Castro”, “El escarabajo de oro” y “La vendedora de fósforos”, y Acuña, fundadora del Grupo Krapp junto a Luis Biasotto, fallecido el año pasado, que tiene su última aparición en pantalla en la película y a quien está dedicada “La edad media”. Acuña es autora de “Por el dinero”, obra que se transformó en película, con dirección de Moguillansky, en 2019, y que versa sobre un grupo de miserables actores, bailarines, músicos y cineastas argentinos, y también sobre la naturaleza quizás irreconciliable entre arte y dinero.

La angustia material aparece en sus trabajos, y de alguna forma en sus vidas han conseguido sortear esas dificultades desde lo colectivo, trabajando en conjunto con El Pampero, con Krapp, entre ustedes. Pero algunos de esos lazos son justamente los que se cortaron en pandemia.

Acuña: Nunca dejamos de trabajar en equipo, todo el tiempo estábamos en diálogo con nuestros locutores en el arte, charlábamos con Walter Jakob sobre el guión…

Moguillansky: Incluso yo charlaba con Inés Duacastella, que hace la fotografía en mis películas, porque acá yo tomé la cámara, pero ella siempre estaba supervisando. Es decir: esa red estaba funcionando. Es que la idea de autor es una idea medio añeja: la política del autor, cuando se crea en los 60, se hace para sacarle las películas a los productores y dárselas a los directores. Y hoy ese camino está un poco vencido, porque hay algo de la idea del autor que se mercantilizó a tal punto que ya es convencional. Y no tiene que ver con la forma en que uno trabaja, no trabajamos de esa forma verticalista, nunca trabajamos así, con esa forma de patrón de estancia. En ese sentido, la idea de lo colectivo termina siendo una idea más sincera, para no ser una especie de cineasta autista, solo en su mundo, a ver cuán interesante soy. Nadie es tan interesante.

A: No trabajamos con esa idea de roles estancos, uno que hace la dirección de fotografía y su mundo es ese. Y lo mismo en la danza: tradicionalmente en la danza un coreógrafo le bajaba la coreografía a los bailarines, no existía ese diálogo que ahora sí existe. Pero es la única manera en que con estas bajas producciones podemos estar todos juntos compartiendo algo con la misma responsabilidad. Todos tomamos las obras que hacemos como propias, no es que hago la coreografía en una obra y hago la coreografía y me voy: mi preocupación es la totalidad de la obra, el diálogo es sobre la totalidad, y ahí es donde los límites se empiezan a borronear. 

M: Creo que hoy la estructura para recibir a los jóvenes cineastas está armada en función de esa idea del autor, de la solemnidad, del pura sangre que desfila por la alfombra roja de los festivales… Pero ahí entra la idea del arte como trabajo, no es sorpresa que es el tema recurrente de las películas que hacemos.

- Esas redes entonces siguieron en pie y les permitieron seguir trabajando, pero mientras tanto otra realidad conspiraba contra el arte: además de la pandemia, estaba la inflación, que es parte de la trama de “La edad media”, donde vemos subir los precios en MercadoLibre de forma meteórica… ¿La inflación mata al arte?

M: Bueno, la inflación va matando todo… Ahí está la traducción de “Hold on”, de Tom Waits (leitmotiv de la película), como “Resistí”, cuando uno la podría resistir de diferentes maneras… Una palabra para recordar el lugar que ocupamos, por deseo o por horror: nos damos cuenta el lugar completamente excéntrico que uno ocupa dentro del sistema de producción artístico, aunque gocemos de un reconocimiento, porque en términos de producción, es de un nivel de marginalidad y lumpenismo total: “La edad media” se hizo sin nada, prácticamente. Y cuando ves ese pequeño lugar de producción, más parecido al atelier de un artista medio bohemio, o de un grupo de danzas que se junta al borde de la marginalidad, cuando enfrentás eso a la realidad de la inflación en Argentina, más una pandemia, te das cuenta del nivel de excentricidad total que uno ocupa. Yo a estos personajes, aunque se pueda sospechar que son una especie de clase media, los veo cercanos a los personajes de “La Boheme”, unos locos que están ahí dándose cuenta de que entre la producción artística y su realidad económica no hay punto de contacto, y se van marginalizando más en su arte y su relación con el dinero es cada vez más trágica. Y ese tipo de producción artística es fácilmente ridiculizable, destruible, es fácil considerarla innecesaria, son los discursos que andan dando vueltas: “La edad media” tiene que ver un poco con eso, en pandemia los médicos eran “esenciales” y nosotros éramos como muy poco esenciales. Y ese no esencial sobrevivió a la pandemia: frente a la crisis económica de un país como el nuestro, sigue siendo no esencial el arte, el cine.

- También se instaló en pandemia la idea de que el cine se ve en casa, en plataformas.

M: Durante la pandemia, el cine pasó a ocupar un lugar casi de museo. En ese sentido, “La edad media” quiere pensar esto, intentar que el cine pueda tener una relación con el presente. Porque también pasó algo de ese orden, el cine no fue capaz de tener una relación con el presente, siendo el cine un arte del presente. Yo pensaba en ese momento en el neorrealismo, la relación que tuvo con la posguerra, y las diversas corrientes cinematográficas que nacen como respuesta a su época. Y la respuesta que uno tiene que tener a su época es no hacer lo que la época dicta, sino todo lo contrario, para poder tener una relación con el presente. En ese sentido, intentamos, siendo una película nacida en el seno de la pandemia, no hacer una película pandémica, no hacer una película-diario, una película donde la primera persona explota por todos lados, “yo y mi pandemia”, donde lo íntimo de la casa no logre despersonalizarse hacia un reino de ficción. 

A: Son preguntas que los trabajadores del arte nos tenemos que hacer todo el tiempo, el artista se tiene que preocupar sí o sí sobre qué lugar ocupa lo que uno hace en ese momento, y después de ese momento. Digo, todos queríamos volver a hacer teatro en el teatro, con protocolos para poder seguir dando clases, haciendo nuestras obras… y uno empieza a preguntarse para qué, para qué volver. Si la insistencia es solamente para seguir por seguir, ¿qué sentido tendría? Si pasó algo clave, hubo una ruptura. Y si uno no puede responder a la altura de esa ruptura, es medio raro insistir para que todo siga. ¿Para qué? Por ahí es mejor que no siga, que aparezca otra cosa, que muera.

FUGA Y COMEDIA

Esa misma pregunta existencial se plantea su personaje de “La edad media” tras una de esas duchas de reflexión desoladora. Los protagonistas de la película tendrán una reacción a ese dilema, un escape a ese interrogante que los atraviesa, que no adelantaremos, pero que involucra a los bandidos de “Star Wars” y también a Rimbaud, dice Moguillansky y su decisión de dejar su labor e irse a traficar armas y esclavos en Etiopía. De la misma forma, los protagonistas “renuncian a la imagen digital: si filmar es vender, si hacer una película es hacer algo que sea consumible en una plataforma, algo de inmediata digestión hogareña, quizás no hay que hacer más. Quizás hay que volver a inventar el cine”. 

Pero Moguillansky y Acuña no renuncian, resisten, cansados y melancólicos como Waits pero resisten. El arma de defensa es en buena medida la comedia, “parte del lenguaje que manejamos con Luciana”, junto a “la imaginación un poco desatada, cierta extrañeza, ciertas figuras coreográficas”.

- La comedia está presente en el trabajo de los dos, aunque rara vez los temas son cómicos. ¿La comedia es una manera de sobrevivir, una forma de resistencia?

A: Para mí, la manera de reflexionar de las cosas es a través de la comedia: odio la solemnidad, no concibo la seriedad para hablar de temas serios, me parece pan con pan… Así que la comedia me parece la mejor manera de viabilizar esas grandes preguntas existenciales. Si no me aleja, la seriedad, la solemnidad, me alejan, no puedo hablar desde ese lugar, prefiero ridiculizar esas ideas, esos sentimientos.

M: Ridiculizarlos o cruzarlos con otras ideas. Es el lenguaje que hablamos, es nuestro mecanismo de defensa si se quiere, para abordar cuestiones que nos importan de forma real, sin tener la sensación de que estamos falsificándolas: en “La edad media” había una idea de retrato en una época, levemente heredada de la pintura, y si uno esa idea de retrato no la cruza con un término de ficción, rápidamente falsifica el presente en una especie de falso naturalismo. Entonces, me parece que la manera de retratar es justamente a través de la ficción. Siguiendo la misma línea de pensamiento, uno podría decir que la manera de abordar temas trágicos es la comedia. Al menos para nosotros, es como un camino necesario para hablar de cuestiones trágicas, metafísicas, hacerlo a través de un paso de baile un poco en falso.

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