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Ataques a monumentos en todo el planeta. La tendencia se acentúa contra figuras políticas, aunque el vandalismo también le llega a figuras de la cultura. López Merino y Speroni, las últimas víctimas
El busto de Francisco López Merino y el ataque perpetrado en el paseo del Bosque / EL DIA
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Bombazos de alquitrán; cabezas, torsos o piernas cortadas; pedestales de mármol dinamitados; robos parciales o de la totalidad de la figura; enchastres con pintura, son tan sólo parte de los ataques que suelen recibir las estatuas y bustos que se exhiben en calles, plazas y pasos de las ciudades del mundo. En esa realidad nueva, los que están más en la mira de anónimos agresores son aquellos monumentos que buscan perpetuar la memoria de conquistadores, reyes, estadistas o políticos.
En esos casos los historiadores sostienen que existen, si se quiere, motivos que explican y hasta justifican los ataques, ya que, según dicen, bastaría con levantar la alfombra de elogios que cubre al que fue alguna vez gobernante para encontrar miserias de toda clase. Dicen que el ciudadano tiene, entonces, derecho a ese tipo de protestas.
Así que una vez que pasó el momento de la inauguración, ya acallada la última metáfora amable del orador de turno y tironeada la túnica protectora, a partir de allí las estatuas quedan expuestas a irremediables embestidas. Y no faltarán corrosivas palomas al convite.
Desconocidos decapitaron una estatua de Cristóbal Colón, en Boston, Massachusetts / Web
Como se ha dicho, en el mundo entero las estatuas ingresaron en una suerte de período revisionista, en el que nació una tendencia crítica, revisora, hacia ellas. El fenómeno se acentuó a partir de la Segunda Guerra Mundial, con el fervor anti totalitario y anti personalista; más adelante, con movimientos transgresores como el del hippismo y con la revalorización de los derechos humanos, así como con episodios que removieron la mirada mundial, a partir de la caída del muro de Berlín.
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Así que todo aquel que fue subido a un pedestal y estaba en paz con su posteridad, se puede convertir en blanco de un piedrazo o de un aerosol infamantes, en víctima de amputaciones que pretenden ser justicieras. El tema ha llegado a tales extremos que son muchas las ciudades en las que se analiza concentrar a las estatuas en predios vigilados. Además de las supuestas reivindicaciones históricas de los “atacantes de estatuas”, gravita el altísimo costo que supone repararlas.
La Plata cuenta con algo más de 106 estatuas, un número considerado alto si se la compara con otras ciudades del país. La mayoría de ellas está dedicada no a los políticos, sino a escritores, pintores, científicos y a influencias culturales europeas venidas de la mano de los fundadores.
Ya se ha dicho que, en el caso de los “príncipes” (siempre con algo de maquivélicos), pueden encontrarse motivos para la agresión. En cambio, ¿qué se puede decir cuando los atacados son personalidades que jamás gobernaron nada y que nunca dañaron a nadie, como ocurrió en estos días con los dos máximos poetas de La Plata –Francisco López Merino y Roberto Themis Speroni- cuyos bustos ubicados en el paseo del Bosque fueron agredidos? ¿Qué otra respuesta que no sea la de la indignación?
El busto de bronce de López Merino (obra de Augusto Riganelli, erigido en 1930) fue robado y es seguro que el ladrón le apuntó no al poeta, sino al precio del metal y al dinero que podría obtener con los reducidores. La figura de Speroni, hecha en piedra por Heberto Andrade, fue tan solo pintarrajeada y podrá recuperarse. En este tipo de casos, sólo la irracionalidad puede dar una respuesta.
En 1956, en Budapest, fue destruida una estatua de Stalin durante una manifestación anti-soviética / Web
Asimismo fueron atacadas en forma recurrente “Las Cuatro Estaciones” de la plaza Moreno, esculpidas en Francia en 1912 por Martín Moreau. Al “Arquero” (de Troiano Troiani”, también en plaza Moreno, le roban sin solución de continuidad alguna vez el arco y otra la flecha, cuando no los dos a la vez.
Un caso curioso se registró allá por la década del 90 con “El portador de la antorcha” (del escultor Víctor de Paul), en 7 y 53. Su torso verde y broncíneo apareció una día pintado con los colores de un club de fútbol.
Ocurrió entonces que un vecino del barrio porteño de San Telmo, que todos los días venía a La Plata a trabajar, decidió reparar por sí mismo el daño. “Estoy enamorado de esta obra”, explicó.
De modo que llegó una vez con disolventes, trapos y suaves lijas. Se puso a trabajar y la noticia salida en este diario promovió una reacción de simpatía hacia el hombre, al que la Comuna había querido impedir que trabajara en la restauración. Como se comprobó que era idóneo, se le autorizó a seguir y el espontáneo restaurador le devolvió su desnudez apolínea a la estatua. Nunca pidió nada a cambio. Sólo prestada una escalera, para hacer su trabajo.
El caso de Colón es representativo. Los ataques a sus estatuas no son nuevos
Formado en su juventud en el marxismo italiano, actual catedrático en la Cornell University de Nueva York, Enzo Traverso (1957-) escribió hace menos de dos años un artículo titulado “Derribar estatuas no borra la historia, nos hace verla con más claridad”.
Allí estudia el fenómeno y sostiene que “los manifestantes que derriban monumentos dedicados a esclavistas y genocidas son a menudo acusados de «borrar el pasado». Sin embargo, sus acciones están obligando a escrutar más de cerca a quienes son honrados por estos monumentos, y esto permite que la historia se vuelva a contar desde el punto de vista de sus víctimas”.
Soldados rusos miran las águilas nazis dinamitadas en Berlín / Web
Se afirma que hay una suerte de revanchismo anónimo, acaso justiciero en determinados casos, más allá de que tales ataques sigan pareciendo ser actos irracionales y fundamentalmente antieconómicos para los municipios, que siempre tienen que salir a pagar los platos rotos.
Los iconoclastas son variopintos: en países comunistas la emprenden contra estatuas de Stalin; en países monárquicos contra los antiguos reyes, como ocurre en Bélgica con el rey Leopoldo II, al que se acusa de un genocidio que liquidó a 10 millones de personas en el Congo, o como pasa en países capitalistas que la emprenden contra Teodoro Roosevelt o para repudiar al esclavista general confederado Robert Lee, con su estatua ecuestre retirada por una indignada grúa en Richmond, Virginia.
En las mismas jornadas de junio de 2020 la ciudad de Filadelfia dispuso bajar también de su pedestal la estatua de un antiguo alcalde. Frank Rizzo, por considerárselo como un confeso antirracista y “azote de los homosexuales”, durante los años sesenta y setenta del siglo pasado.
En el mundo entero las estatuas ingresaron en una suerte de período revisionista
Casi a mitad del siglo pasado fueron dinamitadas las águilas nazis entronizadas en la cumbre de los edificios del Tercer Reich. La caída en picada de esos emblemas imperiales, hasta hacerse trizas en las veredas, fue aleccionadora. El arquetipo del déspota, Hitler, había sido combatido por los aliados, entre quienes estaba un gemelo del cabo austríaco, llamado Stalin.
Y así pasa con las glorias del mundo: en 1956 se terminó en la entonces Unión Soviética el culto a la personalidad y las estatuas de Stalin comenzaron a ser derribadas en Moscú y otras ciudades. Cuando Stalin estuvo en el poder, se había encargado de borrar a León Trotsky de las imágenes oficiales soviéticas. El asunto era dañar su memoria, como hicieron después con la suya.
Ahora, sesenta años después de aquella embestida, acaba de emerger de un pantano de la región rusa de Cheliábinsk, en los Urales, una estatua del vilipendiado Stalin. Según se informó, la estatua fue descubierta después de que hubiera sido vaciado el embalse, como parte de la ejecución de una obra. ¿Están equivocados los que embisten contra dictadores y genocidas, o esta también es una forma de que las víctimas hagan sentir sus historias?
El momento en que derribaron la estatua de Sadam Husein / Web
El caso de Colón es representativo. No importa si se le niega el rol de Descubridor y se le aplica el de Conquistador. Los ataques a sus estatuas no son nuevos en las tres Américas y también en España. Se cambia de lugar a sus monumentos, se los pintarrajea. Lo tildan de “asesino” y de “racista”. Sus monumentos no dejan de ser agredidos en medio de protestas, no importa si justas o injustas. Es un dato de la realidad.
Acaso, una vez más, la explicación de un fenómeno tan complejo, la ofrezca la poesía. En el poema 10 de sus inolvidables “Veinte…”, Pablo Neruda le advierte a su amor que todo en la vida es efímero, que no existe impunidad segura para nadie y que ni la piedra o el bronce ponen nada a salvo: “Siempre, siempre te alejas en las tardes/ hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas…”.
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