La interna en el oficialismo y los problemas domésticos acapararon la gira de Alberto F.

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Por MARIANO PEREZ DE EULATE

mpeulate@eldia.com

Todavía no están muy claros los beneficios que tendrá para su gobierno, pero el presidente Alberto Fernández acaba de concluir una gira europea que le sirvió para alejarse del país en una semana en la que se produjo la gran marcha nacional contra su gestión de los sectores piqueteros duros, en la que se realizaron las audiencias públicas por los aumentos tarifarios que regirán a partir del mes que viene y en la que el INDEC anunció la cifra de inflación de abril, un 6 por ciento. Tres hechos incómodos que acaso se transitaron mejor a la distancia.

Desde el Viejo Continente, Fernández dejó ciertas definiciones fuertes pero destinadas a la cuestión doméstica. Fue, de hecho, una gira en la se vio obligado a hablar mucho más de los problemas internos de su gobierno que del argumento oficial del viaje: “vender” las posibilidades que presenta Argentina en los temas de alimentos y energía frente al reacomodamiento internacional que supone el conflicto en Ucrania. Veamos:

- Inicialmente, ante la consulta de la prensa española, reiteró que buscará la reelección en 2023. Incluso profundizó la idea lanzada a fines del año pasado respecto a que las diferencias entre él y el cristinismo deberían definirse en una Primaria Abierta para determinar qué candidatos y de qué sector interno representarán al oficialismo en las próximas elecciones presidenciales.

Horas después, en otro país, dijo que en realidad no estaba pensando en su segundo mandato. ¿Qué pasó en el medio? Probablemente algún consejo de los asesores políticos respecto a la inconveniencia de hablar de una quimera en el momento de mayor desaprobación de su gestión.

- Aseguró que el aumento de las tarifas del gas y la luz, siempre antipático, es una decisión política tomada y planteó que los funcionarios que no estén de acuerdo deberían irse de su gobierno. Obviamente se refería a los dirigentes de La Cámpora que ocupan los cargos de la gestión energética y que no respaldan el esquema de incremento ideado por el ministro de Economía, Martín Guzmán. Fernández no dijo eso frente a un micrófono, porque acaso hubiese sido una declaración de guerra irremontable. Lo filtró a la prensa argentina que cubre la gira, como un trascendido de diálogos privados.

Inicialmente, ante la prensa española, Alberto F. reiteró que buscará la reelección en 2023

 

Sobre esto último: los dos entes reguladores que tienen que avalar el aumento tarifario están manejados por leales a Máximo Kirchner. Se trata de Soledad Marin, en el de Energía, y Federico Bernal, en el de Gas. ¿Se refería a ellos Alberto? ¿Incluía al subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, aquel que no quiso renunciar hace un año cuando tuvo un entredicho con Guzmán, su superior jerárquico? En su osadía fuera de micrófonos, no detalló nombres.

La filtración de Fernández sobre su supuesta firmeza en este tema podría ser un aviso de que se viene ese gesto de autoridad que le piden los que lo quieren bien: desplazar a aquellos que lo desautorizan a él y a su -por ahora- protegido Guzmán, para empezar a reconstruir la autoridad presidencial que hoy está mellada y que, según observadores varios, incide negativamente en las expectativas económicas de los mercados y del llamado círculo rojo.

Ese será acaso “el” tema que lo aguarda en la Argentina. Preso de sus palabras, ¿qué hará Alberto si sus subalternos no rubrican la suba de tarifas? Suena cruel, pero la sola amenaza de echarlos, el aviso, delata debilidad en un país hiperpresidencialista.

Lo dicho: el Presidente se la pasó dando explicaciones a la prensa extranjera de su mala relación con Cristina. En España, en Alemania, en Francia. ¿Realmente pensó que eso no iba a suceder, que los periodistas locales iban a estar desinformados del culebrón del poder argentino?

Es que desde esos países se asiste con incredulidad al inusual hecho de que la oposición más enconada a Fernández parece venir de su propia alianza, desde adentro del oficialismo, y no tanto de los que, en teoría, son sus opositores formales. Tuvo que hablar Alberto de:

- Su preocupación por la “obstrucción” -usó ese término- de los K a ciertas medidas de su gobierno.

- Que la Vicepresidenta tiene una mirada “parcial” cuando lo critica porque pasa por alto el pandemónium que significó la pandemia en la economía. Pero después, como para evitar que le vuelvan a preguntar por ella, intentó la minimización, otra vuelta sobre sus pasos. “Tiene una forma especial de expresar sus propuestas”, dijo.

- Que él no decepcionó a su electorado, como sugirió Cristina la semana pasada desde Chaco.

- Que su “enemigo” en realidad es Mauricio Macri y que su tarea como presidente argentino es evitar que vuelva el “neoliberalismo”. Alberto, que evidentemente también construye su propio relato en base a clichés, debe haber tomado nota de que afuera se lo ve como a un presidente con cierta debilidad de liderazgo pero no por culpa de su antecesor. A quien quiere subir al ring a toda costa aunque, en verdad, Macri nunca fue su némesis. En cambio, el ex mandatario sí lo fue y lo es de Cristina. Grieta pura.

 

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