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Casa Violeta: radiografía de un refugio secreto en la Ciudad pensado para salvar vidas

Se trata de un Hogar de Protección Integral para mujeres en alto riesgo por violencia de género. Quienes ingresan, firman un acuerdo de confidencialidad para no revelar dónde se encuentra. Cómo conviven y por cuánto tiempo. Hay 33 sitios así en toda la Provincia. Y uno está en La Plata

Casa Violeta: radiografía de un refugio secreto en la Ciudad pensado para salvar vidas
Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

15 de Mayo de 2022 | 03:54
Edición impresa

“Jamás voy a volver a sacar vidrios de la cabeza de mi hija”, promete (se promete), la protagonista de “Las cosas por Limpiar”, la serie de Netflix que cuenta la historia -real- de una chica que en medio de la madrugada escapa de su casa, de su pareja y de una historia de violencias idéntica a tantas otras. Sin trabajo ni redes afectivas cercanas y con una madre que padece de Trastorno Bipolar no diagnosticado, Álex (el personaje principal) trabaja como mucama mientras lidia con la burocracia estatal y consigue albergue en un refugio para mujeres que atraviesan por situaciones parecidas a la suya. “Llegaste, podés respirar”, la recibe la encargada de ese lugar que impone normas y restricciones estrictas a cambio de un sitio seguro donde poder refundarse y empezar de nuevo. Es el último recurso, y, al mismo tiempo, un principio.

Desde hace 5 años existe en La Plata un dispositivo de estas características; un Hogar de Protección Integral que se llama Casa Violeta, cuya ubicación no puede revelarse porque alberga a mujeres y sus hijos en altísimo riesgo. A cargo de la Secretaría de Asistencia a la Víctima y Políticas de Género de la Municipalidad, trabajan en ella 20 operadoras en turnos rotativos y un staff de profesionales de la psicología, el derecho y asistentes sociales que contienen y asesoran a las huéspedes. “No usamos la palabra víctima”, aclara de entrada la Directora de Políticas de Género local, Aldana Jurado, “es una persona que está atravesando por una situación de violencia y, en todo caso, será una sobreviviente”.

Según el último informe de la Procuración Bonaerense, que releva datos del particularísimo 2020, el departamento judicial de La Plata concentró el 3,6 por ciento de las 109.734 causas que se abrieron aquel año en toda la Provincia por violencia de género, con un total de 3.977 IPP (Instrucción Penal Preparatoria), constituyéndose además como el tercer territorio en cantidad de femicidios en el mismo período. En esos meses de cuarentena estricta se registraron 10 crímenes de mujeres, detrás de los 13 de Lomas de Zamora y apenas por debajo de los 11 de General Rodríguez.

En los poco más de 120 días que transcurrieron de este año, en La Plata ya fueron asesinadas tres mujeres, la última de ellas, Patricia Aybar (56), a golpes, en un caso por el que fue detenida su ex pareja, José Luis “Puma” Rodríguez (59), de quien se había separado un par de meses antes, harta de que la violencia fuera parte de su cotidiano.

UN PATRÓN COMÚN

El objetivo de Casa Violeta es precisamente, torcer finales así, que se adivinan anunciados. Karina Di Cunzolo, directora del lugar desde hace poco más de un año, es la responsable de admitir a mujeres cuyos casos llegan desde lugares distintos, aunque con un patrón en común: la falta de recursos y un alto riesgo de vida por las características de sus agresores, muchos de los cuales ya las sometieron a ataques graves, tienen antecedentes penales o de consumo de estupefacientes, o pertenecen a fuerzas de seguridad, lo que les garantiza acceso a información y a un arma de fuego. Cualquiera de estos indicadores o la suma de más de uno, por mencionar algunos, implican un peligro cierto y alto para una mujer en contexto de violencia.

“Lo primero que hacemos es reunirnos con ella. Si son las 3 de la mañana y está en una comisaría, conversamos telefónicamente para preguntarle cómo es su vida, tener idea de sus redes y saber si tiene amigos o familiares que puedan alojarla”, de modo de “ayudarla a explorar posibilidades”, cuenta Karina, consciente de que “entrar a un dispositivo de puertas cerradas es el último recurso”.

NORMAS DE LA ESTADÍA

Las personas que ingresan en Casa Violeta lo hacen perfectamente al tanto de las normas que regulan su estadía allí: no pueden salir, salvo por cuestiones muy puntuales y con un chofer, no deben revelar la ubicación de esa casa a la que no se les permite volver tras el egreso y en la que conviven con otras mujeres y sus hijos. No pueden entrar en contacto con el agresor ni hacer llamadas desde sus teléfonos celulares, a los que se les desactivan las localizaciones. Como los niños tampoco pueden salir, los responsables del dispositivo se ponen en contacto con el colegio para continuar con los estudios a distancia.

“Es el último recurso”, reconoce Aldana, “estar en la casa es demencial, porque la mujer queda encerrada, sin conexión con el exterior y supervisada, mientras el agresor está afuera. Al mes, la casa empieza a pesar”. Aunque cada historia es única, buena parte de las mujeres rechazan la propuesta apenas la escuchan.

“Aceptan si son conscientes del riesgo”, explica Karina, aclarando que, ante la negativa, los responsables del dispositivo las ayudan a razonar desde otras perspectivas. El ingreso y la salida son voluntarios, pero hay que saber que ambas decisiones se toman después de que acceden a toda la información relacionada con el sistema: “Requiere de mucha valentía -aporta-; no nos conocen, no saben a dónde van, ni con quiénes van a vivir. Los teléfonos no los tienen todo el tiempo y sólo pueden comunicarse desde las líneas de la casa”.

“Tenemos un alto índice de violencia en barrios populares”

Además de ponerlas a resguardo, el Hogar de Protección Integral pretende redefinir las vidas de las huéspedes ayudándolas a recuperar vínculos, barajar opciones y tener el espacio, la calma y el tiempo para pensar. “Pueden dormir”, destaca Karina, “privilegio” que muchas tienen vedado por los golpes o el miedo. “Queremos que sientan que pueden por sí mismas gestionar y tener iniciativa. Parecen obviedades, pero no lo son, porque por ahí estuvieron con una persona que no las dejaba hablar por teléfono. Les enseñamos a usar internet, generarse su propio correo electrónico y manejar su dinero”, relata Di Cunzolo. Para reforzar esto último, instauraron dos días semanales de compras, para que decidan -con sus ingresos- qué quieren adquirir para ellas o sus hijos.

El dispositivo les garantiza lo necesario para vivir: alojamiento, comida, traslados (en caso de que sea imprescindible) y elementos de perfumería y limpieza, además de juegos y actividades para los chicos. Los adolescentes, en particular las chicas, son los que más se resisten al encierro.

“Muchos chicos fueron criados en medio de violencia y por eso a veces no la visibilizan”

“Claro que ha habido conflictos”, admite Karina; es que “cada cual tiene sus propias normas en su casa, su horario de comida, rutinas o hábitos de limpieza y deben convivir en un lugar donde hay pautas de conducta que respetar”. El desayuno se toma hasta las 10 de la mañana y los almuerzos se acotan al horario entre las 12 y las 14. Las huéspedes acuerdan quiénes cocinan y quiénes lavan los platos, de igual modo que distribuyen el resto de las tareas de la casa.

Allí residen también las operadoras de los distintos turnos, no en rol de espectadoras o empleadas, sino como “acompañantes en la gestión de la convivencia” y desarrollo de la estrategia para el egreso, explican las responsables del dispositivo.

PROFESIONALES

El equipo tiene psicólogas, abogadas y asistentes sociales con formación en género y trabajo territorial para un abordaje integral de la problemática, mientras que la capacitación de las 20 operadoras avanza por los mismos carriles, de manera permanente. “Intervienen y trabajan donde hay que reforzar, porque con ellas se da una dinámica que por ahí no se genera con las psicólogas o abogadas”; dice Aldana, “una relación sin jerarquías, más relajada”, que se nutre de experiencias “como la de compartir charlas de noche, cuando están angustiadas”. Por eso, insiste, “el nombre de operadora es muy adecuado”.

MUJERES DE LA PLATA

Casa Violeta aloja hasta 23 mujeres que tengan domicilio real en La Plata, por un lapso que no supera los tres meses. Apuntan las responsables que en ese tiempo se las ayuda a generar recursos en virtud de sus posibilidades y redes afectivas, teniendo en cuenta que -en general- las primeras casi no se desarrollaron y las otras fueron cercenadas en el espiral de la violencia. “En el primer momento de angustia y shock les parece que están solas, que no tienen a nadie, pero después empiezan a pensar, a acordarse y a imaginar caminos”, rescatan Karina y Aldana. Este dispositivo de régimen cerrado demanda muchísimos recursos.

“Es muy costoso” -reconoce Jurado- lo que ayudaría a explicar que apenas 33 de los 135 municipios bonaerenses cuenten con un hogar de este tipo.

Desde distintos ámbitos vinculados con la problemática vienen reclamando la puesta en funciones de casa de medio camino, que les permita a las personas transitar libremente, con un riesgo bajo.

EL NIVEL DE PELIGRO

¿Cómo se define el nivel de peligro? Se trata de un patrón de riesgo internacional que mide distintas variables, pero que tiene mucho que ver con el perfil del agresor y la situación particular que atraviesa la mujer que quedó en su mira. La mayoría de ellas no se conecta directamente con el equipo que la admite en la casa, si no que se vinculan por la intervención de una escuela, un hospital, una organización social, la comisaría a la que acudió en el momento crítico o los operadores de la línea 144.

A partir de entonces el abordaje es integral, abarcando la cuestión penal -si la hubiera-, la salud, los recursos económicos y la escolarización de los hijos. “Tenemos un alto índice de violencia en barrios populares, donde las mujeres no tienen herramientas para salir a trabajar porque tienen que ocuparse de sus hijos”, a falta de “jardines maternales o una doble escolaridad que le permita sostener un laburo de más de cuatro horas”, dice Jurado, sin pasar por alto que son ellas las que “perciben los planes asignaciones familiares más bajos”.

Aunque el sistema fije los tres meses como el límite de permanencia en la casa, ninguna es expulsada al término de ese plazo si no están dadas las condiciones de seguridad ni tiene un plan para el afuera, así como son muchas las que se van antes de tiempo. Las responsables del equipo insisten en que corren una carrera contra ese reloj, en la que priorizan dotar a las mujeres de herramientas para generar sus propios recursos potenciando aquello que les gusta (que tomen cursos, por ejemplo) y apurar las medidas de protección que requieran, como tobilleras para el agresor en los casos más extremos. En cualquier caso, firman un acuerdo de confidencialidad que les impide revelar la ubicación de la casa y una vez que se retiran ya no pueden volver. “Salen con un turno en la Dirección, para que una dupla conformada por dos profesionales (abogadas, psicólogas o asistentes sociales) las siga acompañando y asesorando”, explica Jurado. Si la situación de peligro se reanuda, el equipo reubica a la mujer y a sus hijos en otro hogar de las mismas características que esté disponible en otro distrito bonaerense.

CIFRAS DE LA PROBLEMÁTICA

Según cifras de la Casa del Encuentro, desde 2008 a 2020 fueron 158 los niños víctimas de femicidios vinculados por parte de sus padres o padrastros. Por otro lado, fueron 38 las mujeres asesinadas junto a hijos y en 28 ocasiones los femicidas tenían denuncias previas. “Muchas mujeres deciden cortar el vínculo con el agresor cuando le tocan a un pibe, ese es el límite”, dice Aldana, y los chicos juegan su propio rol a partir del ingreso en la Casa Violeta.

“A veces los chicos piden por los padres y a veces no; con ellos también se trabaja y muchos piden hablar con las psicólogas”, cuenta Karina, apuntando que las especialistas le dan “tips o consejos a las madres” para abordar mejor una situación tan particular y compleja como la del confinamiento por resguardo. Pero no siempre funciona. Y no son pocos los egresos que se producen a pedido de los chicos.

“Muchos han sido criados en el medio de la violencia y por eso muchas veces no la visibilizan”, dice Aldana y es recurrente que los adolescentes repitan “el patrón del padre golpeando a sus madres y sus propias parejas”.

La violencia de género es un drama que transforma a todas las personas que atraviesan por ella y trabajar con este tipo de historias también genera un impacto. “Requiere de mucho compromiso, no se puede hacer a medias, y eso a veces va en detrimento de la calidad de vida personal”, reconoce Karina. A su lado, Aldana aprueba: “No se puede sostener por mucho tiempo, y eso que soy militante feminista y esto es parte de mi vocación, pero tuve que recurrir a terapia porque al principio todo me generaba mucha angustia”.

Un Hogar de Protección Integral es parte del proceso de cambio de las protagonistas de estos casos terribles. “Después de tres meses, ninguna situación va a ser igual, para nadie”, reflexiona Aldana, “en algunas mujeres se nota mucho el cambio y con muchas otras hubiéramos querido tener más tiempo”. Como sea, ninguna sale igual a como entró.

En Las Cosas por Limpiar, Álex expone su deseo. Es simple y definitivo: “Cuando pienso en la casa que quiero para mi hija y para mí, no es enorme ni llena de cosas, pero nuestro espacio es un hogar, porque nos amamos en él”.

Dónde pedir ayuda
Para situaciones de violencias por motivos de género, las 24 horas, de manera gratuita y en todo el país puede comunicarse al 144. Un equipo interdisciplinario debe brindar atención, asesoramiento y contención.

 

 

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Karina Di Cunzolo y Aldana Jurado / Sebastián Casali

Casa Violeta aloja hasta 23 mujeres que tengan domicilio real en La Plata. Lo hace durante un lapso de tiempo que no supera los tres meses / rawpixel, freepik

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