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Opinión |Editorial

¿Cuántos muertos más se necesitan para frenar a la violencia en el fútbol?

¿Cuántos muertos más se necesitan para frenar a la violencia en el fútbol?
12 de Julio de 2022 | 04:16
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La feroz batalla desatada el fin de semana entre grupo de hinchas y barras de los clubes de fútbol de ascenso Luján y Leandro N. Alem -que dejó el saldo de un muerto por disparo de arma de fuego, de 18 años de edad, seis internados y 19 heridos-, volvió a corroborar que la violencia irracional que ha tomado a ese deporte como excusa de la pasión o directamente para delinquir no cede y que, por consiguiente, deberían revisarse a fondo y, llegado el caso, acentuar las medidas de prevención dispuestas, tales como la prohibición de presencia de hinchadas visitantes en los estadios.

El partido de la Primera C del fútbol profesional tenía lugar en el estadio Municipal de Luján y a los 12 minutos del primer tiempo una bomba de estruendo cayó en las cercanías del banco de suplentes de Alem, en tanto que se escuchaban detonaciones de armas de fuego en el exterior de la cancha.

Según versiones que la Justicia actuante deberá esclarecer, a partir de la llegada de un grupo de hinchas -acusan que también hubo dirigentes- de Alem en cinco autos que provenían de General Rodríguez la situación se agravó trágicamente. Estos patoteros habrían sido “convocados” de urgencia por los hinchas del mismo equipo que se encontraban en el interior del estadio.

Se conoce que, si bien la prohibición de presencia de las parcialidades visitantes rige en nuestro país desde el segundo semestre de 2013, desde entonces se registraron igualmente hechos violentos, la mayoría de ellos por disputas de poder entre grupos de la misma hinchada, tanto en el interior como en el exterior de distintos escenarios.

Como se sabe, desde aquella fecha se vinieron tomando medidas con carácter de “experiencia piloto”, para permitir la vuelta a los estadios de seguidores de equipos visitantes.

Sin embargo, los antecedentes que se sumaron no resultan valederos como para que se decida el retorno de hinchadas visitantes a los estadios. En realidad, lo que correspondería decir es que los barras no son locales ni visitantes, ya que están enquistados en las dos partes.

El nudo de la violencia está allí, en haberse permitido el señorío y el creciente poder de grupos de delincuentes que utilizan al fútbol como excusa para ganar dinero mediante extorsiones, robos y toda clase de modalidad delictiva. También para ofrecerse como “mano de obra” para aprietes mafiosos y otras modalidades delictivas.

Si los barrabravas siguen operando, si se han expandido y actúan adentro, afuera y lejos de los estadios es porque las autoridades de las distintas jurisdicciones se lo han permitido. Bien se conoce que también se los favorece con turbias componendas como, por ejemplo, las de viajar como “turistas” –a costo vaya a saberse de quién- con abonos y estadías pagas a campeonatos mundiales de fútbol en sedes muy lejanas. Convertidos, claro está, en indeseados embajadores del país.

Barrabravas que disparan bengalas asesinas en los estadios. Que ingresan a las canchas con armas de fuego, que no pagan entradas, que explotan los estacionamientos y muchos puestos de comida- Que se han enseñoreado en el fútbol y más allá del fútbol. Barras a quienes se les ha permitido que ellos mismos sancionen la ley de la selva con la que se manejan.

Existen probados ejemplos, dignos de imitar, como el que se presentó en Inglaterra para combatir a los temidos “hooligans” –hinchas que desencadenaron tragedias en varios estadios ingleses y europeos- hasta que en 1989, mediante a las decisiones conjuntas que adoptaron el Estado británico, la Policía, los clubes de fútbol y la empresa privada, lograron erradicarlos por completo.

En nuestro país debería impulsarse, de una vez por todas, la decisión política de extirpar de raíz el accionar de los barrabravas, tanto en los estadios como en otros lugares en donde suelen prestar, como se sabe, “servicios especiales” y en donde cuentan con inexplicables respaldos de personas “influyentes”.

¿Cuántos muertos y heridos más necesitarán las autoridades responsables para frenar este fenómeno?

 

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