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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

Las purgas del Pai Alberto y el extraño caso de los Baños de la Pomba Gira

Uno decía que los males del espíritu estaban en la panza y recetaba purgantes para caballos. Al otro, la hija de un diplomático norteamericano le incendió la casa en Villa Elisa

Las purgas del Pai Alberto y el extraño caso de los Baños de la Pomba Gira

El ritual de la Pomba Gira. Para algunos una deidad maligna y para otros garantía de que no se escapará el amor

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

3 de Julio de 2022 | 03:16
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"Me trae todo en un frasco, bien tapadito".

El Pai atendía en un "consultorio" de la calle 46 entre 1 y 2. Y la cantidad de "pacientes" que lo solicitaban fue acaso lo que atrajo la atención de la policía y lo hizo más visible. De acuerdo con los datos reunidos entonces, unas 30 personas lo visitaban diariamente y dejaban unos 50 mil australes cada una en concepto de "colaboración" por la atención de diferentes problemas que iban desde cuestiones médicas hasta sentimentales, pasando por la adivinación del futuro. Para esto último el Pai utilizaba un curioso método: la "lectura" de los excrementos del paciente.

Cuando el caso dejó el terreno de las habladurías, el boca a boca que hacía a la fama del Pai, y entró en el terreno de los asuntos policiales, el juez a cargo del caso, Juan Angel De Oliveira, ordenó al comisario de la seccional Primera, Horario Valetti, una investigación minuciosa, de bajo perfil y que permitiese recolectar pruebas contundentes ya fuera a través de testigos o por otros medios como el uso de una vieja filmadora que llegó a manos de la policía y que para entonces era un elemento sofisticado en una pesquisa.

El Pai Alberto resultó ser un tal Nicolás Alberto Sosa, un sujeto que andaba por los 36 años, de nacionalidad argentina pero que acaso para mejorar la escena que montaba, hablaba con un tono en el que mezclaba palabras entre castellano y portugués. Cualquier parecido con el Manosanta de Alberto Olmedo, quizá no sea casualidad.

Una pareja de policías de la Primera se hizo pasar por “pacientes” y terminó de redondear las pruebas

EN 46 ENTRE 1 Y 2

Más allá de las particulares características de la actividad que se desarrollaba en ese "consultorio" de la calle 46, podría decirse que las cosas estaban medianamente controladas. Pero se saldrían de madre cuando el Pai decidió hacer una de más y a sus consejos y sanaciones agregar diagnósticos médicos y, para rematarla, recetar medicamentos.

Convencido de que los males del espíritu se concentraban en la zona abdominal, el Pai echó mano al recurso de las purgas y los laxantes. Y por ese camino encontró la perdición y casi manda al otro mundo a algunos de sus pacientes.

Los problemas empezaron cuando el Pai Alberto se largó a recetar medicamentos

 

En la tarde del 18 de junio de aquel 1990 el país entero contaba las horas hasta el partido que la Argentina debía disputar con Rumania, después de aquel baldazo de agua fría que había sido el juego inaugural contra Camerún. En ese clima se presentó en la comisaría Primera de La Plata una mujer de unos 50 años que dijo ser modista y que quería denunciar una situación "para que no le pase a otras personas".

La denunciante contó entonces que unos dos meses atrás abrumada por una suerte de cóctel de infortunios entre económicos y sentimentales, una clienta le recomendó visitar a un tal Pai Alberto. Que alentada por los buenos resultados que la clienta le dijo haber tenido, concurrió al consultorio del Pai donde, dijo, debió esperar casi tres horas en una pequeña sala junto a otros "pacientes". Agregó que una vez frente al Pai Alberto éste la semblanteó y, creer o reventar, rápidamente acertó con un diagnóstico.

Durante el allanamiento en el consultorio de la calle 46 hubo airadas quejas de los que esperaban ser atendidos por el Pai

EN UN FRASCO

"No sé cómo hizo, pero la pegó. Me dijo que yo tenía problemas económicos y con mi ex pareja".

Después de un extenso relato sobre la relación "pai-paciente" que mantendría en los meses siguientes, la mujer dijo que en un momento el "mentalista" le indicó la necesidad de un estudio más profundo de su caso, cuyo costo estaría por encima de los 50 mil australes de las visitas habituales.

"Me pidió que le llevara mis excrementos en un frasco".

Para sufrimiento del oficial que le tomó la denuncia, la mujer contaría detalles de aquel análisis al cabo del cual el Pai le indicó que había algo en su cuerpo que había que sacar. Conclusión: le recetó un poderoso laxante que en cuestión de horas puso a la mujer al borde de la deshidratación.

"Movámonos antes de que este mande a alguien al otro mundo y se arme un escándalo", fue la indicación que el entonces comisario Vatelli le dio a una pareja de jóvenes oficiales a los que les asignaría el caso.

La dupla acordó una media docena de visitas fingiendo una desavenencia que el Pai rápidamente interpretó como una maniobra, "un trabajo" de "alguien que no quiere vuestra felicidad". Y ahí nomás les recetó una purga.

Poco a poco la pareja policial nutrió una carpeta con datos sobre cantidad de pacientes y otros detalles de la actividad de Pai que permitieron obtener del Juez una orden de allanamiento.

Cuando Carol revoleó el brasero sobre los tapices, los presentes huyeron por la puerta

 

La sorpresa durante el procedimiento fue que el Pai también recetaba hipotensores, analgésicos, vasodilatadores y antiparasitarios en diferentes marcas comerciales, tanto por vía oral como inyectables. La policía siempre sospechó de un médico que habría oficiado de cómplice pero nunca pudo llegar a él.

Durante el allanamiento, numerosos pacientes se sorprendieron y hubo escenas linderas con el pánico. Pero nunca como el caso del otro Pai cuyas actividades se conocerían a partir de esa primera investigación.

Se lo recuerda como "el escándalo de Villa Elisa" en el que se mezclaron extrañas circunstancias tales como un presunto secuestro y una operación de rescate liderada por la hija de un funcionario de la Embajada de Estados Unidos.

LA DIOSA

Un mes después del escándalo del Pai Alberto y sus análisis, sobrevino el extraño caso del ataque denunciando por el Pai Adolfo, ocurrido en una vivienda donde funcionaba un templo umbanda en Villa Elisa.

La chica decía que a su novio lo habían hipnotizado pero el muchacho la contradecía

 

En la medianoche del martes 24 de julio, la policía de la zona y los Bomberos recibían una alerta sobre una pelea y un incendio en un inmueble de la zona de 15 y 52. La vivienda había sido alquilada tiempo atrás por Arturo Domingo Carbonell, un hombre de unos 40 años ligado a la religión umbanda y que dijo haber recorrido Brasil, Uruguay y Chile aunque se confesó oriundo de Entre Ríos.

Esa noche, mientras se desarrollaba una ceremonia con la presencia de varias personas, irrumpió a los gritos una joven mujer luego identificada como Carol Jane Roberts, de 19 años, de nacionalidad argentina e hija de Davis Charles Roberts, por entonces funcionario de la Embajada Norteamericana en Buenos Aires.

La chica entró a los gritos pidiendo que "le devolvieran" a su novio, que resultaría ser un muchacho de 17 años, oriundo de la ciudad bonaerense de Azul y que, luego se sabría, registraba antecedentes delictivos desde los 12 años.

Carol acusó al Pai Adolfo de haber secuestrado a su novio y mantenerlo como esclavo en la secta que lideraba. Ante semejante irrupción se armó flor de desbande pero nada comparado como cuando en medio de los gritos y los insultos cruzados, la hija del diplomático yankee tomó un brasero que oficiaba de calefactor y lo revoleó hacia un rincón donde había imágenes y tapices de la religión umbanda. Antes de que se desatara un incendio trágico llegaron los Bomberos y detrás de ellos la policía.

En medio de las corridas, los gritos, los manguerazos para apagar el fuego, apareció el supuesto secuestrado y dijo que estaba ahí por propia voluntad, lo que reavivó el escándalo.

HIPNOTIZADO

Saraví Albarracín, que era el juez de instrucción en turno y la jueza Lima, del fuero de Menores, coincidieron en mandar a los protagonistas a revisiones médicas hasta aclarar el asunto. En su declaración, Carol dijo que el Pai había hipnotizado a su novio. El novio negó el asunto y el Pai se descolgó con una teoría conspirativa tras contar que había conocido al menor en una ceremonia donde este le había pedido ayuda para salir de la droga. En medio de tanto relato confuso, el Pai se descolgó con otra revelación y denunció la existencia de una red de trata de personas para su explotación sexual que, dijo, exigía sus oficios para realizar el rito de los Baños de la Pomba Gira.

Se conoce a la Pomba Gira como una suerte de diosa venerada por proxenetas y tratantes para evitar que las mujeres cautivas abandonen los burdeles. A la “diosa de los prostíbulos” se la invoca con un llamado: “Laroie Pomba Gira, hermosa dama de la noche, yo te llamo e invoco para que trabajes para mí”.

"Las mujeres prostituidas devotas sienten, por un lado, el temor de que algo les pasará si deciden escapar, pero también acuden en busca de protección. A esta figura pagana es necesario dejarle ofrendas como ginebra, champán, vino, cigarrillos, ropa interior o licores. Eso encontraron agentes de la Unidad Contra las Redes de Inmigración y Falsedades Documentales cuando entraron a un chalé burdel en las afueras de Murcia. No salían de su asombro al ver una habitación entera dedicada como altar a la Pomba Gira", describiría Mabel Lozano, en una crónica para El País de España donde se aborda el caso de "La diosa de los prostíbulos: magia como coacción para la explotación sexual".

El Pai Adolfo

PURIFICACIÓN

Pero también en cuestiones de candomblé y umbandismo parece haber dos bibliotecas que se contradicen y así es que para otras corrientes la Pomba Gira no es malinga sino proveedora de "consejos sobre problemas cotidianos hasta promesas de recuperar el amor".

Con parte del lugar todavía echando humo, el Pai Adolfo contaba al diario que a quienes le habían exigido ofrecer su casa como lugar de veneración de la Pomba Gira y hacer allí "baños de purificación", les había dicho: "Esto es un templo y no un cabaret". Y que todo lo que vendría después era parte de una venganza.

Lejos de significar esos dichos como la punta de un ovillo de un caso de red de explotación sexual, para la Justicia quedó como un asunto de "Daño y Lesiones". Con aportes de los fieles, el Pai Adolfo logró afrontar los daños del incendio; Carol Roberts fue liberada y nunca se supo que la Justicia la condenó a pagar por las consecuencias de haber revoleado el brasero. Su novio menor de edad fue derivado a un instituto de contención de donde fugaría en cuestión de horas.

 

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