La dieta perfecta: el fin de un debate eterno sobre la alimentación

Una investigación destaca la importancia de una nutrición variada y equilibrada, junto con una actividad física regular, para mantener una buena salud metabólica y prevenir enfermedades crónicas

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Los expertos en nutrición debatieron durante mucho tiempo la existencia de una dieta óptima basada en la evolución humana. Sin embargo, un estudio publicado en la revista Obesity Reviews el mes pasado arrojó nueva luz sobre este asunto, sugiriendo que, en el pasado, no existió una única dieta natural que fuese ideal para la salud humana.

La investigación, que analizó las dietas, las costumbres y los niveles de actividad física de los grupos de cazadores-recolectores modernos y las pequeñas sociedades cuyos estilos de vida se asemejaban a los de las poblaciones antiguas, encontró que todos exhibían generalmente una excelente salud metabólica, a pesar de seguir dietas muy variadas.

Algunos de estos grupos obtenían hasta un 80 por ciento de sus calorías a partir de los carbohidratos, mientras que otros basaban su alimentación principalmente en la carne. Sin embargo, había ciertas similitudes notables: casi todos consumían una mezcla de carne, pescado y alimentos vegetales, que solían estar llenos de nutrientes. Además, su ingesta de fibra era significativamente más alta que la del estadounidense promedio. La mayoría de sus carbohidratos provenían de vegetales y plantas con un índice glucémico bajo, lo que significaba que no conducían a aumentos repentinos de azúcar en la sangre. No obstante, también era común que los cazadores-recolectores consumieran azúcar, principalmente en forma de miel.

Estos hallazgos indican que, en el pasado, no existió una sola dieta “verdadera” para los seres humanos. Como mencionó Herman Pontzer, autor principal del estudio y profesor adjunto de Antropología Evolutiva en la Universidad Duke: “Lo sabemos porque vemos un gran rango de dietas en estas poblaciones tan saludables”.

Un elemento común entre las poblaciones de cazadores-recolectores era su alto nivel de actividad física en el pasado. Muchos de ellos caminaban entre 8 y 16 kilómetros al día. Sin embargo, de manera sorprendente, no tenían niveles más altos de gasto de energía que el empleado promedio en Estados Unidos. Esto sugiere que, en el pasado, el ejercicio se consideraba una forma importante de mejorar la salud metabólica, pero no necesariamente un antídoto para la obesidad en términos de quema de calorías.

Desde una perspectiva de salud pública, lo más destacable en estas poblaciones del pasado era la relativa ausencia de enfermedades crónicas, como enfermedades cardíacas, hipertensión y cáncer. Las tasas de obesidad eran bajas, y tenían niveles muy altos de condición cardiorrespiratoria, incluso a una edad avanzada. Además, rara vez se observaban casos de diabetes tipo 2 o de disfunción metabólica.

Sin embargo, la vida en sociedades de cazadores-recolectores no era sencilla en el pasado. Las tasas de mortalidad infantil eran altas debido a enfermedades infecciosas. Las muertes por accidentes, enfermedades gastrointestinales e infecciones graves eran comunes. No obstante, aquellos que alcanzaban la adultez a menudo envejecían relativamente libres de las enfermedades degenerativas que eran la norma en los países industrializados. Generalmente tenían una buena condición física y se mantenían activos hasta el final de sus vidas, lo que sugiere que había algo en su estilo de vida que les permitía envejecer de manera saludable.

En cuanto a la posible influencia genética y otros factores no relacionados con el estilo de vida en la protección contra enfermedades crónicas, los estudios han demostrado que cuando las personas nacidas en sociedades de cazadores-recolectores se trasladan a grandes ciudades y adoptan estilos de vida occidentales, desarrollan tasas elevadas de obesidad y enfermedades metabólicas, al igual que el resto de la población.

Para llevar a cabo este estudio, Pontzer y sus colegas analizaron datos sobre cazadores-recolectores y otras sociedades a pequeña escala en todo el mundo, desde América del Sur hasta África y Australia. También consideraron evaluaciones detalladas de registros fósiles y arqueológicos para comprender qué tipo de alimentos consumían los primeros humanos. Además, incluyeron nuevos datos recolectados de los hadzas, una comunidad de personas que pasaban sus días cazando y buscando alimentos en el norte de Tanzania, tal como sus ancestros lo habían hecho durante miles de años. Los hadzas seguían lo que algunos llamaban “la dieta más antigua”. Pontzer pasó tiempo con ellos y estudió durante mucho tiempo su bienestar físico.

 

El estudio desafía la idea de una única y “verdadera” dieta para los seres humanos

 

A pesar de que la cantidad de calorías diarias consumidas por los hadzas era similar a la del estadounidense promedio, se basaban en un número bastante reducido de alimentos. Además, lo destacable es que no tenían acceso a alimentos procesados, como papas fritas, barras de chocolate o helado, que combinan grandes cantidades de grasa y carbohidratos simples y están diseñados para ser irresistibles, incluso cuando no tenemos hambre.

La falta de variedad y novedad en las dietas de los cazadores-recolectores del pasado podría ser una de las razes por las que no comían en exceso ni desarrollaban obesidad. Los estudios han demostrado que, cuanto mayor es la variedad de alimentos disponibles, más difícil es sentirse saciado, un fenómeno conocido como “saciedad sensorial específica”.

En resumen, este estudio histórico desafía la idea de una única y “verdadera” dieta para los seres humanos en el pasado. Pone de relieve la importancia de una dieta variada y equilibrada, junto con una actividad física regular, para mantener una buena salud metabólica y prevenir enfermedades crónicas. Aunque vivir como cazadores-recolectores del pasado no es una opción viable en la sociedad moderna, se pueden aprender valiosas lecciones de su estilo de vida activo y su enfoque en alimentos naturales y nutritivos.

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