Victoria Ocampo y un especial modo de narrar viajes

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Además de haber sido una de las mujeres más importantes de la cultura argentina del siglo XX, Victoria Ocampo fue una viajera empedernida. A lo largo de sus variadas travesías, la escritora, intelectual, ensayista, traductora, editora, filántropa y mecenas pudo entablar amistad con exponentes de la literatura universal de la talla de Albert Camus, Graham Greene y Christopher Isherwood.

El libro “La viajera y sus sombras. Crónica de un aprendizaje”, compliado y prologado por Sylvia Molloy y editado por Fondo de Cultura Económica, reúne diversos escritos de Ocampo sobre los innumerables viajes que realizó por Europa y Estados Unidos a lo largo de su vida. Desde los temores de la infancia ante la mudanza a París hasta sus posteriores encuentros con personalidades de la época, como Maurice Ravel, Jean Cocteau, Alfred Stieglitz y hasta Benito Mussolini, todo está registrado en cierto modo.

Tanto las cartas a sus hermanas y amigos como los textos autobiográficos y testimoniales descubren los deseos, gustos y costumbres de la autora y exhiben abiertamente sus opiniones e ideas sobre el mundo. A través de ellos, es posible reconstruir el largo aprendizaje vital e intelectual de la mujer que llevó la cultura argentina al resto del mundo, así como importó lo más destacado de la literatura universal de la época para consumo de sus compatriotas.

En el prólogo, Molloy la define como una viajera distinta a las demás gracias a que “sus escritos cuestionaban la modalidad habitual del género” y escapan de la habitual “mirada turística”. Estos textos, a diferencia de las crónicas periodísticas que se estilaban en la época, son “curiosamente estáticos”, dada la ausencia casi total de descripciones. Escribe Molloy: “Victoria Ocampo lleva el viaje en la sangre. Desde los viajes políticos de sus antepasados hombres de Estado (...) a los viajes ilustrados o mundanos de los miembros de su clase, el viaje es parte de su herencia, una herencia de la que se hace cargo con creces, revitalizándola”.

La función pedagógica que cumple el texto de viaje es necesariamente una función informativa, documental. Al lector/interlocutor se le enseña a conocer el lugar, la ciudad, a entender el encuentro, el evento narrado. Pero en Ocampo hay poca descripción del lugar en sí, pocas indicaciones espaciales, poco paisajismo. Sus relatos de viaje son, en general, curiosamente estáticos: se describe menos el traslado que el estar allí. Declarándose inepta para tomar notas, escribe: “Jamás he apuntado en ellas nada utilizable o interesante”.

 

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