Se reinician actividades, pero los micros siguen a ritmo de enero en la Ciudad

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Iniciado el mes de enero pasado se analizó en esta columna el tema -recurrente en la Ciudad- de la escasa frecuencia con que pasan los micros locales, sobre todo en horas de la noche. Y ahora, con el segundo mes del año en marcha, los vecinos volvieron a quejarse porque las filas de gente en las paradas se hacen cada vez más largas.

Ocurre que siguen siendo extensas las demoras que ofrecen en sus frecuencias las distintas empresas de ómnibus de la Región. En las horas nocturnas, a la incomodidad de la espera se le suma la situación angustiosa que atraviesan los usuarios, si se toma en cuenta la inseguridad reinante.

Desde luego que no puede decirse que el problema sigue igual, ya que al reiniciarse muchas actividades que habían parado durante el receso de enero, se agrandó la demanda de usuarios, aún cuando las empresas de micros continúan a ritmo de verano, en una situación que es anómala y que no debiera presentarse.

Es cierto que el cronograma de verano estuvo previsto hasta el 24 de este mes, según señaló el Municipio. Sin embargo, dada la situación existente y los reclamos de la gente, un funcionario del área de Transporte adelantó que se está analizando la posibilidad de que la prestación “se normalice antes”.

Como ejemplo del crecimiento de la demanda en las últimas jornadas, puede mencionarse el caso del reinicio de cursos y clases en distintas facultades de la Universidad. Muchos jóvenes que transitan sus primeras horas en la casa de altos estudios se encuentran con las dificultades que implica trasladarse en ómnibus, sometidos a esperar largos ratos antes de poder subirse a un micro que los acerque a las aulas.

Cabe reseñar que un sondeo realizado hace varios años en el Concejo Deliberante había determinado que el sistema de transporte de pasajeros en la zona se encontraba colapsado -esto, a lo largo de los doce meses del año- y que quedaba en evidencia que los horarios y los ramales estaban desactualizados, pues no cubrían necesidades de los vecinos. Y una reciente publicación de EL DIA constató un panorama similar, ya que resultó imposible conocer a través de las empresas de transporte y las autoridades locales detalles concretos sobre recorridos, frecuencias y cantidad de micros en servicio, entre otras cuestiones.

Se ha reiterado también en esta columna que, más allá de sus particularidades, la del transporte de pasajeros es una actividad comercial no diferente a otras, sometida como todas a los vaivenes propios de las duras leyes de la oferta y la demanda. Y es verdad que ni siquiera las actividades comerciales que no tienen ningún sesgo de servicio someten a sus clientes a cambios tan drásticos por situaciones circunstanciales o temporarias que puedan afectar su ecuación económica.

Ninguna excusa financiera o funcional de las empresas justifica que un pasajero deba esperar una hora el paso de un micro o que éste, cuando finalmente pasa, no se detenga en las paradas.

Al margen de la consistencia de los eventuales factores que puedan invocar las empresas, se debería dar por descontado que los pasajeros no tendrían que ser quienes sufran los perjuicios directos que supone la reducción de frecuencias. Carecen de toda justificación, entonces, las injustas tribulaciones que enfrentan los usuarios desatendidos. El servicio de ómnibus es imprescindible para garantizar una mejor calidad de vida de la población, no para dejarla sin la prestación y afrontando graves riesgos en los horarios nocturnos.

 

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