Mario Luis Lenzi
Edición Impresa | 23 de Julio de 2023 | 02:56

Hondo pesar genera en diversos círculos de la Ciudad el fallecimiento de Mario Lenzi, comerciante, librero y apasionado por la literatura.
Fue propietario de la “librería de viejos” que llevaba su apellido sobre la diagonal 77, a metros de Plaza Italia.
Condujo por décadas, junto a su esposa, un negocio que se constituyó como uno de los más tradicionales de La Plata. Antes había hecho lo mismo con otra librería que se encontraba en 43 entre 2 y 3.
Por su local pasaban jóvenes, algunos de ellos estudiantes, académicos de varias facultades, y profesionales de la medicina, la escritura y la historia, entre otras. Solía comentarse que allí no se iba a comprar libros, porque eso venía después. Lo que primero se hacía era buscarlos, recorrer las estanterías, conversar y encontrar. Después, comprar.
Mario Luis fue hijo de Juan Hilarión Lenzi (nacido en Viedma, Río Negro) y de Elvira Rogolina, chilena de Punta Arenas. Su padre fue un conocido historiador y periodista de la Patagonia, autor también de libros sobre educación y director de cuatro diarios.
Mario llegó a Buenos Aires en 1944, un día después del terremoto de San Juan. Esa familia se componía con otros cuatro hijos: Carlos Héctor, Lidia Elvira, Julio César e Irma Esther.
Mario Luis nació en 1935, tuvo dos hijos, Federico Hilarión y Martín. Se casó con Mónica Patricia Owen, a quien calificó hace varios años en una charla con este diario como “la verdadera dueña de la librería”.
Lenzi empezó su trayectoria como librero local en la librería que instaló con su cuñado, cerca de la Terminal de ómnibus. Se llamaba “La Discoteca” y trabajaban con libros usados.
No todo era el libro en la vida de Lenzi. Le gustaba el fútbol y era hincha de Boca. Eso no le impidió acompañar a la cancha a Mónica, fanática de Estudiantes.
No sólo vendía libros, vivía cerca de su negocio y pasaba alrededor de 10 horas por día en el local. En aquel intercambio con este diario, además de opinar sobre la práctica de la lectura y, en particular, de la vinculación de la juventud con todo eso, también manifestó su agrado por estar, simplemente, cerca de los libros.
También consideraba que el suyo era un oficio en el que aprendía cada día, de alguno de sus colegas y también de un presidente de la Academia Nacional de Letras, a quien alguna vez se le ocurrió consultar ante la oferta de venta de una amplia biblioteca. Se enteró que ahí había algunas joyas.
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