Peligra Roca

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Las estatuas están en guardia. Los nuevos aires han puesto en capilla a toda la mampostería histórica. Cada tanto, un prócer aquerenciado debe escaparse apurado de alguna plazoleta para buscar un terreno baldío donde acampar. No sólo Cristóbal Colón fue pasado a retiro. Otros mármoles ilustres se sienten amenazados por un revisionismo interesado y fanático que tiene a los monumentos en la fila de los sospechosos.

Desde que se anunció en Bariloche que retirarán del Centro Cívico la estatua de Julio A. Roca para ser trasladada a un predio junto al lago Nahuel Huapi, se reavivó el debate en torno a la figura del expresidente. La Comisión Nacional de Monumentos Históricos aprobó la mudanza de la escultura, mientras que en sentido contrario un petitorio, que rechaza esa decisión, ya reúne más de 45 mil firmas.

Las autoridades locales, que alegaron que el monumento inaugurado en 1940 no había estado previsto en los planos originales del Centro Cívico y que genera conflictos sociales y políticos, informaron que la estatua ecuestre “cabalgará” hacia una barranca que da al lago Nahuel Huapi, en la que hay un conjunto escultórico de próceres que en cualquier momento pueden ser desbarrancados. Hay opiniones cruzadas: para la historiadora del Conicet Beatriz Bragoni, la discusión gira en torno a lo de siempre: juzgar el pasado con los estándares de hoy. Y agrega su colega Camila Perochena: “La disputa sobre las estatuas es más una disputa sobre el presente que sobre el pasado”. Es decir, los viejos guerreros son obligados a combatir en batallas mezquinas y de entrecasa. Por su parte, la titular de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella, Geraldine Davies Lenoble, está a favor del traslado. “La historia y los monumentos deben estar en diálogo con el pasado y el presente. Es totalmente comprensible que las estatuas no estén en un sitio de por vida, sino que se repiensen y se abran diálogos sobre lo que vemos del pasado y los hitos que se conmemoran”. Ese enfoque cuenta, sin querer, con la adhesión de esa escuela de escultores que pone en jaque, desde lo estético, el valor de la permanencia. Y abogan por unos monumentos que vayan envejeciendo a la par de su época y que luzcan el deterioro y la mudanza como botines de un combate post mortem.

El monumento a Roca no es el único que anda tramitando un amparo que lo ponga lejos del alcance de carpetazos y traslados. Y las esculturas no saben cómo guarecerse de esa furia mal contenida que sólo puede expresarse con escombros o mudanzas. Desde que se descubrió que los buenos son malos y viceversa, desde que el revisionismo histórico ajustó cuentas con los batallones de ayer, los monolitos ingresaron a un escenario de suspenso que viene sacudiendo más de un pedestal. Todo país que se la pasa revisando su listado de héroes y réprobos, obliga a los viejos homenajeados a tener que seguir librando desde la eternidad encarnizadas batallas. O a tener que pedir retoques o traslados para no tener que permanecer en la posteridad metidos en un galpón municipal.

Los monumentos opinan. Siempre lo han hecho. La idea del mármol evocador y testimonial es una manera de plantar una idea, armonizar con el humor del momento y afianzar un rumbo. Los artesanos y la albañilería le han sumado alegorías y martillazos a unas esculturas que pelean en otras grietas. El chileno Nicanor Parra hablaba de “USA, donde la libertad es una estatua”. No es fácil ser monumento por estos lados. Los próceres de ayer pueden ser los escrachados de mañana. La gente ya no elige, descarta. No hay homenajes inocentes, mucho menos ahora, donde cualquier aprendiz de patriota sueña, no con un monolito, sino con una banca. Estamos en pleno preparativos. Los campamentos de opinadores y candidatos vibran al compás de un calendario oficial que le presta más atención a los sondeos que a las necesidades. Las mudanzas de monumentos han inspirado a estos nuevos paladines de la democracia que sacrifican cualquier principio con tal de llegar a la final. Tenía razón aquella madre: ¡Huye, hijo mío, que viene la patria”.

Los viejos guerreros son obligados a combatir en batallas mezquinas y de entrecasa

Los artesanos y la albañilería le han sumado alegorías y martillazos a unas esculturas que pelean en otras grietas

 

 

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