Desolador informe sobre la desnutrición infantil en la Argentina

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Un informe de Unicef reflejado días atrás en este diario calcula que en nuestro país un millón de niños y adolescentes se va a dormir sin cenar por carencias económicas. Y tal como se detalló los especialistas advirtieron que las deficiencias crónicas de nutrición repercuten en todos los campos, desde el físico al intelectual y anímico

El trabajo se conoció en un contexto ya histórico, signado por las interminables crisis que padece nuestro país y que afectan directamente a la infancia –así como las educativas- que son particularmente penosas e inexplicables.

Se advirtió con razón en la nota periodística que a esta colección de desolaciones, reflejadas periódicamente, desde hace lustros y tal vez décadas, por estadísticas y relevamientos de toda índole, acaba de sumarse ahora la que incluye una conclusión inquietante: en la Argentina: alrededor de un millón de chicos menores de 18 años se van a dormir sin cenar.

“La mala nutrición infantil tiene consecuencias devastadoras tanto para los niños que la padecen como para el país en su conjunto. Es, en términos simples, como hipotecar su futuro, y además genera un impacto negativo en el porvenir sanitario y económico de toda la comunidad” fue uno de los testimonios de una especialista platense.

La profesional advirtió que “en casos de deficiencias crónicas, especialmente las proteicas, los nenes alcanzan una menor altura y no logran desarrollar su máximo potencial genético. Además, su capacidad física y desempeño intelectual se ven disminuidos, lo que a largo plazo afecta la productividad del país”.

Una investigadora de la Unicef dijo por su parte que las respuestas acerca del impacto práctico, real, de esas carencias, señalan que, “de no revertirse, redundarán a partir del corto a mediano plazo -cinco, diez años- y desde allí, en toda la vida, en acotadas oportunidades para el pleno desarrollo intelectual, el aprendizaje ágil, la destreza y la fortaleza física, la prevención de enfermedades como la diabetes y la obesidad, y todas sus consecuencias”.

Corresponde aquí recordar que un reciente estudio del Observatorio social de la Universidad Católica Argentina determinó que el 61,5 por ciento de los chicos de nuestro país (unos 8,2 millones) es pobre, y el 13,1 por ciento (unos 1,6 millones) es indigente. Los primeros no tienen cubierta la canasta básica; a los segundos no les alcanza ni siquiera para comer todos los días.

Se conoce –y así lo confirmaron recientemente madres de chicos y adolescentes- que cada vez más se les ha recortado a sus hijos el consumo de lácteos, frutas y carnes porque no los pueden pagar, de modo que la dieta de muchas familias hoy está constituida casi exclusivamente por hidratos de carbono y grasas en detrimento de las proteínas necesarias.

El fenómeno de la malnutrición no es nuevo, viene creciendo desde hace muchos años. Lo cierto es que la mala alimentación, el consumo excesivo de comidas sólo ricas en hidratos y carbonos, constituyen desequilibrios graves que condicionan la vida de los chicos.

La presencia del Estado a través de sus organismos sanitarios y asistenciales resulta, pues, imprescindible para garantizarle a todos los chicos una alimentación equilibrada y saludable. No debieran faltar partidas presupuestarias –distraídas muchas veces en finalidades suntuarias- para mitigar y hasta evitar este desgraciado panorama.

 

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