Ocurrencias: hasta que la muerte no nos separe

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Dries van Agt, ex primer ministro neerlandés, y su esposa Eugenie, ambos de 93 años, decidieron terminar juntos sus vidas, reflejando así un deseo de no separarse ni siquiera en la muerte. Fallecieron “tomados de la mano” a principios de este mes, según un comunicado del Rights Forum, una organización pro-palestina fundada por Dries van Agt. Ambos optaron por morir mediante lo que se conoce como “eutanasia dual”, una tendencia que va en aumento en los Países Bajos, donde un número considerable de parejas ha logrado en años recientes cumplir su deseo de morir al unísono, usualmente por la dosis letal de un medicamento.

En Holanda el suicidio y la eutanasia están legalizados. Una idea ejemplar. Esta pareja decidió, tras setenta años de amor, marcharse de la mano y para siempre. Este caso tiene un singular espesor emotivo y afirma una tendencia creciente: el año pasado, allí, 52 parejas, acechadas por padecimientos insuperables, decidieron ponerle fin a su vida en un mismo instante. Dries estaba más enfermo, pero ella también se encontraba contagiada de agonía y dolores. De a poco fueron decidiendo que en ese estado, cuando uno de ellos se apagara, el otro no podía ni quería sobrevivir a un desamparo que el duelo agigantaría. Maupassant dijo que “cuando quedamos solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas”. Sus familiares no intentaron disuadirlos. Los argumentos de la pareja eran tan contundentes y tan firme su propósito de alcanzar juntos el alivio, que ese día hubo una despedida sobria, sentida pero anhelada, un adiós que venía a proponerle eterno sosiego y tocante desenlace a este amor que acaso buscaba ser inseparable.

Ellos no tenían otra esperanza que dejar de vivir para dejar de sufrir

Se mataron tomados de la mano. Nunca la muerte estuvo mejor acompañada

El hecho se conoció en la semana donde se celebró el Día de los Enamorados. Nada más justo. Porque la despedida de esta pareja le da un aire de exaltación amorosa a la muerte. Su decisión hizo realidad la promesa de ponerle fin a un martirio compartido que no tenía otra esperanza que dejar de vivir para dejar de sufrir. Cuando el medico les aplicó la medicación letal, hubo un instante de estremecedora espiritualidad al sentir que abandonaban para siempre la vida. Nunca la muerte estuvo mejor acompañada. No se sabe si encontrarán algún cielo que los reciba, pero al menos los dos, tomados de la mano de siempre, quizá buscaron que la pareja se prolongue en ese incierto más allá que los espera.

“Nacemos solos y morimos solos, es verdad; pero, entre medias, la vida es un viaje tan difícil que para soportarla es preferible cruzarla entre dos”, escribió Erich Fromm. Sin duda esta noticia revivió el debate sobre quién es el verdadero propietario de nuestras vidas, y por lo tanto de nuestras muertes. Hay solo un puñado de países que admiten el suicidio (cuando la persona decide tomar un remedio letal acompañado por un médico) y la eutanasia (cuando es el médico el que lo suministra). Se descuenta que, como pasó con la legalización del aborto, en un futuro cercano las personas podrán decidir sobre su vida. ¿Por qué el Estado tiene que proteger, admitir o prohibir la forma en que cada uno de nosotros muere o en que cada uno de nosotros ama? ¿Por qué, si la laicidad ha desterrado la idea de que la vida pertenezca a ningún tipo de divinidad, el Estado, prohibiendo la eutanasia o la asistencia al suicidio, es capaz en cambio de entrometerse en determinar la cantidad de sufrimiento que un ser humano deba soportar en su agonía? ¿Por qué la ley obliga a vivir a los desahuciados, es decir, a morir mil veces cada día, hasta que ese suplicio termine sólo cuando la muerte lo decida?

Son decisiones profundas, dolorosas y personales. Y esta, la de organizar la despedida con su pareja de toda la vida, corrige aquella frase matrimonial tan incumplida (“hasta que la muerte nos separe”) y acaso les haya dejado la ilusión de alcanzar un nuevo principio que los encuentre juntos. Ibsen, que por supuesto no pactaba con la soledad, dijo que «para dos que se eligen, no hay pendiente demasiado empinada». Dries y Eugenie, se habrán mirado por última vez, estremecidos y enamorados, antes de iniciar el viaje hacia el misterio. Aprendieron que todo duele un poco menos junto al ser querido.

 

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