“La gruta continua”: una aventura herzogiana hacia las profundidades
Edición Impresa | 10 de Julio de 2024 | 04:34

El realizador Julián D’Angiolillo encontró a un grupo de hombres y mujeres que, alejados de la búsqueda fit y de la aventura turística, se internan bajo tierra, persiguiendo corrientes de aire para encontrar nuevos recovecos ocultos en las sombras de cavernas más viejas que el tiempo: espeleólogos. Esas incursiones, arriesgadas, llenas de curiosidad y de amor, lo fascinaron, y convirtió ese “encuentro grupal en un espacio tan hostil” en el material de su tercer largometraje, “La gruta continua”.
La película, que se verá desde mañana hasta el miércoles 17, a las 18.30, en el Cine Select del Pasaje Dardo Rocha, sigue a espeleólogos de Italia, Cuba, Eslovenia, en sus descensos por las cuevas. “Son gente que hace otros trabajos en su vida cotidiana”, explica D’Angiolilló, en diálogo con EL DIA. “El fin de semana, se juntan con todo el equipo, agarran un jeep y se van a la cueva: es un plan de fin de semana, una consagración de un espacio de ocio y una manera de vivir la naturaleza desde otro lugar”.
El realizador escucha y filma sus historias, y lleva su cámara por búnkers antibélicos, relatos de revoluciones, y hasta fiesta electrónica en la que las estalactitas y estalagmitas bailan bajo las luces de las linternas. Un registro visual hipnótico, hecho de la materia primigenia del cine, sombras, luces y misterio, que refleja el magnetismo que las cuevas, y la experiencia física del descenso en las profundidades de la Tierra, provocaron en el realizador de “Cuerpo de letra”.
El descenso a las cavernas del conocimiento espeleológico fue lento, progresivo, para el realizador. Fueron diez años, cuenta. “Fue meterse, encontrar la gente”. Primero conoció para su corto “Autosocorro” al Grupo Espeleología Argentina, GEA, que lo invitaron a ser parte de unas jornadas donde conoció a otros grupos, y sus revistas, su bibliografía. “Es una cultura”, dice.
“Si hay algo parecido a una cueva en la ciudad son los cines”
Julián D’Angiolillo,
director de “La gruta continua”
Allí también conoció al cubano Ángel Graña, en ese momento el presidente de la Sociedad Espeleológica Cubana y “me encontré con la historia de la espeleología cubana, fascinante, un cruce entre la política y la ecología, la ciencia, los problemas del medio ambiente vistos desde una perspectiva política”. La espeleología cubana e italiana, encontró, pensaron en algún momento esas cuevas como espacios de resistencia en tiempos de guerra, refugio para la población, “una forma particular de entender el espacio subterráneo, la cultura del búnker”, se ríe.
Perseguir esos espacios, esas historias, implicó viajar por el mundo con recursos limitados. “Todos los viajes que hice, los hice por otras cuestiones, por otros trabajos, y aproveché para acercarme a conocer algún grupo particular”, relata D’Angiolillo, que además tuvo que aprender a bajar por esas cuevas, a filmarlas: la aventura tiene aliento herzogiano, precario y fascinante.
“Como locación, las cuevas intrincadas pueden ser muy incómodas y poco higiénicas para un rodaje. Los mamelucos cerrados y las mochilas que usan los espeleólogos no tienen cierres, bolsillos ni correas que sobresalgan con la intención de no quedar enganchados, casi el diseño opuesto a una mochila de cámara. Si sumás un trípode la tarea adquiere un espesor poco razonable. Por fortuna la película se filmó acompañando a sus experimentados protagonistas, quienes colaboraron haciendo pasamanos y fundamentalmente con lo que podríamos llamar la puesta en escena o cámara. La iluminación fue determinante, ellos mismos ‘pintaban’ las perspectivas azarosa y deliberadamente en composiciones. Muchos de los paisajes resultantes terminaron de formarse en el montaje, combinando las trayectorias de las luces”, explica.
- Hoy hablabas de la experiencia física de bajar por las grutas. La película también propone una experiencia física, que se vive mejor en una pantalla grande.
- No es un momento amable para el cine, pero estamos resistiendo, como podemos, todos, el cine va encontrando sus espacios de resistencia. Yo filmé la película para que se viera en una sala de cine, tiene mucha dedicación, cabeza y corazón puestas con esa idea. Hay mucho trabajo sobre la imagen, sobre el sonido, que es mucho más pregnante en la sala. Quiero que la película pueda ser disfrutada en esa escala, en el cine, que tiene mucho de cueva. Si hay algo parecido a una cueva en la ciudad son los cines. Y es un espacio que tiene mucho que ver con la alegoría de Platón, con la cueva de Platón, la proyección de imágenes en un espacio oscuro… y la película trabaja sobre la representación de las imágenes.
- La alegoría de Platón también aparece en la película, aunque ese descenso es un poco una inversión de la alegoría…
- Es algo que apareció después, la película no trabaja con eso. Sí trabaja con la idea de la representación, sí me interesaba que eso estuviera, por eso el juego con las postales que se ven en las películas, las imágenes fijas, las imágenes en movimiento, la proyección: todo el cine se origina en esas experiencias, hay un mito que dice que la imagen en movimiento se crea a partir del fuego primitivo en las cuevas, creando sombras en la pared. Esa es una imagen primitiva, primigenia. No quise hacer un planteo solemne, incluso cuando menciona la alegoría lo hace en tono jocoso: en la alegoría de Platón la gente sale de la cueva para encontrar el mundo de lo real, y acá sería al revés, estaríamos volviendo, volviendo para conocer el pasado, para resistir. Son ironías de estos tiempos donde tenemos celulares, y la imagen en movimiento se desplazó a los dispositivos, y provocó una inmersión diferente, menos colectiva, más individual.
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