La sal no sala... La importancia de variar el consumo de minerales
Edición Impresa | 5 de Octubre de 2025 | 07:28

En tiempos donde la vida acelerada obliga a buscar soluciones rápidas, la salud recuerda un principio elemental: el cuerpo humano no puede prescindir del agua ni de los minerales que lo sostienen. La hidratación no solo mantiene el equilibrio de fluidos, sino que también asegura que nutrientes y toxinas circulen de manera adecuada. Beber suficiente agua a lo largo del día es tan importante como garantizar que esa hidratación esté acompañada de electrolitos, es decir, minerales como sodio, potasio, calcio o magnesio, que regulan funciones esenciales desde la contracción de los músculos hasta la transmisión de impulsos nerviosos. Sin ellos, aparecen la fatiga, los calambres e incluso alteraciones en el ánimo.
Durante décadas, la sal de mesa fue vista como la fuente primaria de sodio y, en muchos países, como la herramienta para prevenir el bocio gracias al agregado de yodo. Sin embargo, ese cloruro de sodio refinado y prácticamente puro ofrece poco más que un único mineral, y su consumo excesivo está vinculado con la hipertensión y las enfermedades cardiovasculares. De allí el interés creciente por alternativas como la sal marina o la sal rosada del Himalaya, a las que se les atribuyen mayores beneficios por contener trazas de otros minerales. Aunque estas variantes aportan magnesio, calcio, potasio o hierro en cantidades mínimas, la ciencia aclara que su contribución real al organismo es muy baja y que, al no estar yodadas, incluso podrían generar déficits si se las consume como única fuente de sal.
El cloruro de sodio refinado ofrece un único mineral y, en exceso, genera enfermedades
La clave no está entonces en elegir un tipo de sal por sobre otra, sino en reconocer que ninguna es capaz de reemplazar lo que solo una dieta variada puede ofrecer. Los minerales que el cuerpo necesita se encuentran distribuidos en múltiples alimentos: el calcio en los lácteos y vegetales verdes, el hierro en las legumbres y las carnes, el potasio en las frutas y verduras, el zinc en cereales integrales y frutos secos, el yodo en pescados y mariscos. Incorporarlos de forma equilibrada garantiza un buen funcionamiento metabólico y también un bienestar emocional que suele pasarse por alto. Un déficit de magnesio, por ejemplo, se traduce en irritabilidad; la falta de hierro, en cansancio persistente; el desequilibrio de sodio y potasio, en problemas de presión y fatiga muscular.
Los especialistas en nutrición coinciden en que hidratarse bien y comer con variedad no es solo una cuestión de prevenir enfermedades crónicas, sino de sostener la energía diaria y hasta el buen humor. El agua, junto a una correcta reposición de minerales, permite que el cerebro funcione con claridad, que los músculos respondan con fuerza y que el organismo se mantenga en equilibrio. Pensar la salud desde este ángulo implica superar la idea de que basta con controlar el sodio en el salero: se trata de entender que el bienestar depende de una sinfonía de nutrientes que trabajan de manera coordinada.
En definitiva, la sal —ya sea refinada, marina o del Himalaya— puede dar sabor y, en ciertos casos, aportar trazas de minerales, pero no alcanza para cubrir las necesidades del cuerpo. El verdadero desafío está en combinar hidratación adecuada con una dieta diversa, rica en frutas, verduras, cereales, proteínas y frutos secos. Solo así los minerales cumplen su papel en silencio: mantenernos activos, lúcidos y de buen ánimo, recordándonos que la salud es la suma de pequeños gestos diarios.
Consumir minerales y electrolitos es fundamental porque el cuerpo no solo necesita agua
LAS DIFERENTES SALES
Consumir minerales y electrolitos es fundamental porque el cuerpo no solo necesita agua para funcionar bien, sino también micronutrientes que regulan procesos vitales como la contracción muscular, la transmisión nerviosa, la producción de energía y hasta el equilibrio del estado de ánimo. Cuando sudamos, al hacer ejercicio o simplemente por el calor, no perdemos solo agua: también eliminamos sodio, potasio, magnesio y calcio. Si no reponemos estos minerales, aparecen síntomas como cansancio, calambres, dolor de cabeza e incluso arritmias.
La sal de mesa tradicional —cloruro de sodio casi puro— alcanza apenas para cubrir una parte de esas necesidades, y en muchos casos hasta puede ser perjudicial porque un exceso de sodio favorece la hipertensión y aumenta el riesgo cardiovascular. Su aporte nutricional es muy limitado: además del sodio, solo contiene yodo agregado por cuestiones de salud pública. Por eso, pensar que con “echarle sal” a la comida ya estamos cubriendo los minerales que el cuerpo precisa es un error.
La sal, mayormente cloruro de sodio, es la más usada en las mesas del país / Freepik
Otras sales, como la marina o la del Himalaya, contienen pequeñas trazas de minerales adicionales como hierro, potasio, magnesio o calcio. Sin embargo, esas cantidades son tan bajas que incluso consumiendo la dosis máxima de sal recomendada por la OMS, la diferencia es casi insignificante. En otras palabras, no se trata de que una sal sea “mágica” frente a otra, sino de comprender que ninguna por sí sola puede aportar lo que el organismo necesita.
La verdadera fuente de minerales está en una dieta variada: frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos, pescados, lácteos y carnes magras. Esos alimentos garantizan un espectro mucho más completo de micronutrientes, desde hierro y zinc hasta magnesio y potasio, que no solo fortalecen huesos y músculos, sino que influyen directamente en la energía diaria, el metabolismo y el bienestar mental.
Por eso, el desafío no está en elegir entre sal común, marina o rosada, sino en usar cualquier tipo de sal con moderación y asegurar la ingesta de minerales a través de una alimentación diversa. Solo así se logra un equilibrio real entre hidratación, metabolismo y salud integral.
La sal, un ingrediente clave en las comidas / Freepik
1 Calcio (Ca): es clave para la formación y el mantenimiento de huesos y dientes. También participa en la contracción muscular, la coagulación sanguínea y la transmisión de impulsos nerviosos.
2 Hierro (Fe): forma parte de la hemoglobina, la proteína que transporta oxígeno en la sangre. Su déficit provoca anemia, fatiga y falta de concentración.
3 Magnesio (Mg): interviene en más de 300 reacciones enzimáticas, regula la función muscular y nerviosa, la presión sanguínea y es fundamental en la producción de energía.
4 Potasio (K): regula el equilibrio de líquidos y la presión arterial, además de ser esencial para la contracción muscular y el buen funcionamiento del sistema nervioso.
5 Zinc (Zn): favorece el sistema inmunológico, la cicatrización de heridas, la síntesis de proteínas y ADN, y es importante para el crecimiento y el desarrollo.
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