Solos por elección: cada vez más personas eligen vivir sin una pareja estable

Los últimos censos y relevamientos muestran un aumento sostenido de los hogares unipersonales y el porcentaje de adultos que optan por la soltería como modo de vida

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Considerada durante durante décadas como un estado transitorio hasta la llegada del “verdadero” amor, la soltería ha dejado de asociarse necesariamente al fracaso sentimental. En la Argentina y en buena parte del mundo, cada vez más personas eligen vivir sin pareja estable.

Numerosos relevamientos y estadísticas muestran este cambio de paradigma con gran claridad. De acuerdo con datos oficiales, en Argentina hay 15,6 millones de personas adultas solteras, frente a 14,5 millones de casadas o que declararon haberlo estado; en otras palabras, la soltería ya supera a los vínculos conyugales en el país.

La tendencia se profundiza entre los jóvenes: un estudio de la consultora Voices! indica que más de la mitad (55%) de los argentinos de entre 18 y 34 años no mantiene una relación estable.

En la Ciudad de Buenos Aires, los datos oficiales también reflejan el fenómeno: según la Dirección General de Estadística y Censos porteña, el 52% de los habitantes adultos se declara soltero. La capital concentra, además, el mayor porcentaje de hogares unipersonales del país, un dato que viene en ascenso desde hace dos décadas.

El fenómeno no se circunscribe ciertamente a nuestro país. A nivel global, las cifras siguen la misma dirección. Un informe reciente publicado por The Economist muestra que en Estados Unidos la mitad de los hombres y el 41% de las mujeres de entre 25 y 34 años no tienen pareja estable. Y en Europa los hogares compuestos por una sola persona ya representan más del 30% del total.

FACTORES DE FONDO

A lo largo de los últimos años -señalan investigadores- la autonomía económica femenina y el acceso más equitativo al trabajo redujeron la dependencia entre géneros y desarmaron la idea del matrimonio como única vía de estabilidad.

También influirían en el fenómeno factores económicos y estructurales como los altos costos de vivienda, la precariedad laboral y la prolongación de los estudios universitarios, que retrasan la convivencia y la formación de familias. A esto se suma un nuevo valor social asociado a la independencia personal y a la búsqueda del bienestar individual.

Lo cierto es que la pandemia reforzó la tendencia: el confinamiento llevó a muchas personas a replantearse el sentido de sus relaciones y a priorizar la autonomía, el autocuidado y los proyectos propios.

ENTRE LA CONEXIÓN Y LA EXIGENCIA

El crecimiento de la cultura single también está vinculado al impacto de la tecnología en la vida afectiva. Las redes sociales y las aplicaciones de citas transformaron la forma de conocer personas, pero también modificaron las expectativas.

Según un informe de Sensor Tower, el uso de aplicaciones de citas en América Latina creció un 35% entre 2020 y 2024, con la Argentina entre los países con mayor adopción. Sin embargo, estudios locales muestran que buena parte de los usuarios las utilizan de modo esporádico, más como entretenimiento que como herramienta real para formar pareja.

La posibilidad de elegir entre cientos de perfiles amplió las opciones, pero también aumentó la selectividad. Los algoritmos de compatibilidad, las preferencias detalladas y la percepción de “abundancia” generan un nuevo tipo de vínculo, más breve y menos dispuesto a la negociación. En muchos casos, la virtualidad reemplaza los encuentros cara a cara, reduciendo el contacto social espontáneo.

 

La soltería, lejos de una carencia, se consolida como una forma legítima de vivir

 

Aunque el discurso público celebra cada vez más la independencia, no todos los solteros están solos por decisión. Un informe de la Universidad de San Andrés señala que el 68% de los argentinos solteros se declara conforme con su estilo de vida, pero más de la mitad (54%) reconoce que preferiría estar en pareja si encontrara a alguien compatible.

En la Argentina, el fenómeno también puede leerse como un espejo de la época: jóvenes más formados, mujeres más autónomas, precariedad económica y vínculos que se redefinen en el cruce entre la independencia y la búsqueda de conexión.

En este nuevo mapa afectivo, estar solo ya no es sinónimo de estar incompleto. La soltería, lejos de representar una carencia, se consolida como una forma legítima de vivir y construir sentido en una sociedad que cambia más rápido que sus viejos mandatos amorosos.

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