“Modigliani”, de Johnny Depp Pánico y locura en Montparnasse

La película de Depp es sumamente personal y lúdica. Pero no siempre acierta en sus experimentos

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Pedro Garay

pgaray@eldia.com

Si hay algo que hay que admitir de “Modigliani: tres días en Montparnasse”, es que se trata de una película personal para su director, Johnny Depp. Y no tanto por la naturaleza bohemia y autodestructiva de su personaje, el artista italiano Amedeo Modigliani, o por el viaje hacia la locura que protagoniza en los tres días de la película. O no solo por ello: las búsquedas de la película, la atmósfera ebria, el uso de la fotografía y la música, la puesta sensual, lujosa, los cambios súbitos de clima, de la comedia al drama e incluso al terror, todo remite a su autor, un director que, en su segunda película, vuelca sus influencias, gustos personales y excentricidades en una propuesta igual de inclasificable.

Es decir: esta es, definitivamente, una película de Johnny Depp, una película extraña, ecléctica. Por momentos un drama sobre la supervivencia en la Francia de la Primera Guerra, por momentos una comedia sobre la noche bohemia, con viñetas de terror e incluso algunas escenas que homenajean al cine mudo, “Modigliani” tiene algo de pastiche de influencias, pegado sobre una estructura clásica de tres actos, los tres días de Modi en París, al borde de la bancarrota económica y emocional, buscando su salvación o su escape.

Esta es, definitivamente, una película de Johnny Depp, extraña, ecléctica

Escrita por los veteranos Jerzy y Mary Olson-Kromolowski y basada en una obra teatral de 1980 de Dennis McIntyre, la historia sigue al pintor italiano durante tres jornadas en Montparnasse. En la primera, protagoniza una caótica escena en un restorán elegante, y comienza a perseguirlo la policía. En la segunda planea escapar de París, del mundo del arte que no lo entiende y de una sociedad que lo persigue y lo aplasta en la pobreza, cuando su agente le promete una esperanza: un importante coleccionista, hacedor de tendencias, está interesado en su obra. En la tercera, el desenlace.

Parece claro que Depp ve a Modi como una especie de alter ego, un artista bohemio, hedonista, incomprendido y desafiante, parecido a aquel Hunter S. Thompson que interpretó en “Pánico y locura en Las Vegas”: también esta película parece influenciarse de aquella de Terry Gilliam en su estupor narcotizado. Depp es demasiado grande para hacer del joven Modi: lo encarna Riccardo Scamarcio con convicción, aceptando jugar los juegos que propone Depp en la película, entregándose tanto al drama como a la comedia y al terror con igual convicción. Lo acompaña una puesta en escena fastuosa, preciosos escenarios y vestuarios para reconstruir ese día y noche parisino de la Guerra.

Depp utiliza todos estos recursos, y juega, usa la pantalla como un lienzo en blanco (el tratamiento de la imagen ciertamente remite por momentos a los trazos de Modi) para sus obsesiones: “Modigliani” es un drama, pero es a la vez una película evidentemente lúdica para su director, una película en la que jugó con su historia, con la puesta, probando ideas con libertad. En su segunda película como director tras “The Brave”, filmada hace casi tres décadas, Depp experimenta con sus influencias, deseos y placeres a lo largo de la película. Pero no todos estos experimentos funcionan. El tono resultante del juego es extraño, desconcertante: para bien y para mal. Es una película que sorprende, pero también puede desencajar al espectador, expulsarlo, entre juegos estilísticos y cambios de humor, del sufrimiento de su protagonista en esos tres días de pánico y locura en Montparnasse.

 

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