El día que la humanidad empezó a vivir en el espacio

Desde el 2 de noviembre de 2000, más de 270 personas de 21 países pasaron por la Estación Espacial Internacional. El legado de aquellos tres pioneros

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El 2 de noviembre del año 2000, a las 9:21 de la mañana en horario universal, una pequeña nave rusa llamada Soyuz TM-31 se acopló con precisión milimétrica al módulo Zvezda de la Estación Espacial Internacional. A bordo viajaban tres hombres: el estadounidense William “Bill” Shepherd y los cosmonautas rusos Yuri Gidzenko y Sergei Krikaliov. Lo que sucedió minutos después cambió la historia de la exploración humana para siempre: por primera vez, seres humanos ingresaban a la estación para quedarse. Ese día comenzó una presencia humana ininterrumpida en el espacio que, 25 años después, aún continúa.

La escena, registrada por las cámaras de la NASA y la agencia rusa Roscosmos, tenía algo de ceremonia fundacional. Tras abrirse la escotilla, los tres astronautas flotaron en el aire y comenzaron a activar los sistemas que convertirían a aquel conjunto de módulos metálicos en un hogar. La misión se llamó Expedition 1 y no solo representó un logro técnico: fue la materialización de una promesa de cooperación internacional nacida tras la Guerra Fría. Estados Unidos y Rusia, viejos rivales de la carrera espacial, unieron esfuerzos para mantener encendida la luz de la ciencia más allá de la atmósfera terrestre.

La Estación Espacial Internacional, que en ese momento era poco más que una estructura de acople y energía, se transformó en las siguientes décadas en un laboratorio orbital de más de 400 toneladas. Pero nada de eso hubiera sido posible sin aquella primera tripulación. Shepherd, Gidzenko y Krikaliov debieron encender los sistemas de soporte vital, calibrar las comunicaciones, poner en marcha los paneles solares y probar los primeros experimentos. Vivieron allí durante cuatro meses, en un espacio reducido, entre el zumbido constante de los ventiladores y la vista incomparable de la Tierra desde 400 kilómetros de altura.

 

Un estadounidense y dos rusos fueron los primeros astronautas en inaugurar la estación

 

El 2 de noviembre de 2000 no solo marcó el comienzo de una misión, sino también el inicio de una nueva era: desde aquel día, nunca más la humanidad dejó de tener presencia permanente en el espacio. Ni una sola jornada ha transcurrido sin que haya, al menos, un grupo de astronautas orbitando el planeta. En estos 25 años, más de 270 personas de 21 países pasaron por la estación, y el complejo se convirtió en símbolo de colaboración, ciencia y resistencia.

Para los tres pioneros, la experiencia fue mucho más que un trabajo. Shepherd, el comandante de la misión, recordó años después que aquel momento se sintió como “mudarse al desierto más inhóspito imaginable, pero sabiendo que estabas haciendo historia”. Krikaliov, que ya había estado en la estación Mir, describió la sensación de ver despegar desde la ventana de la EEI las primeras naves de relevo como “ver crecer una casa en el cielo”.

CÓMO ES LA VIDA EN EL “ESPACIO EXTERIOR”

Durante más de seis décadas de exploración espacial, los astronautas han sido mucho más que tripulantes o técnicos altamente entrenados: se convirtieron en testigos de una experiencia profundamente humana y, en muchos casos, en narradores de ella. Sus libros ofrecen algo que ninguna cámara ni transmisión en vivo puede capturar: la mezcla de miedo, asombro y reflexión que surge al ver la Tierra desde 400 kilómetros de altura. En sus páginas conviven la precisión científica con la emoción de lo inefable, la descripción del entrenamiento agotador con la filosofía del silencio orbital. Estas obras son, en definitiva, una forma de traducir lo extraordinario al lenguaje cotidiano, y de acercar el cosmos al lector común.

 

En el marco de la cooperación internacional, la misión se llamó Expedition 1

 

Entre las más destacadas se encuentra Endurance: A Year in Space, A Lifetime of Discovery, del estadounidense Scott Kelly, quien pasó un año completo en la Estación Espacial Internacional y documentó en detalle los efectos físicos y psicológicos del aislamiento prolongado en gravedad cero. Su relato combina la fascinación de la ciencia con la vulnerabilidad de un cuerpo sometido a un entorno extremo, y pone de relieve el costo humano detrás de cada avance tecnológico. Otro título emblemático es An Astronaut’s Guide to Life on Earth, del canadiense Chris Hadfield, que se volvió un fenómeno editorial al mostrar cómo las lecciones aprendidas en el espacio —la calma frente a la incertidumbre, la cooperación ante el riesgo, la importancia del detalle— pueden aplicarse a la vida diaria en la Tierra.

No todos los libros del género son autobiográficos: A Man on the Moon, del periodista Andrew Chaikin, reconstruye con minuciosidad la epopeya del programa Apolo a través de entrevistas con los propios astronautas que pisaron la Luna, mientras que The Ordinary Spaceman, de Clayton C. Anderson, ofrece una mirada menos glamorosa y más humana del oficio, centrada en las frustraciones, las esperas y los pequeños triunfos personales que no siempre aparecen en los titulares. En español, las ediciones traducidas de estos títulos y biografías como La extraordinaria vida de Neil Armstrong acercan estos relatos al público latinoamericano, permitiendo redescubrir a los héroes espaciales desde una dimensión más íntima.

La Estación Espacial Internacional / Web

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