El cerebro no descansa: las cinco fases a lo largo de la vida
Edición Impresa | 21 de Diciembre de 2025 | 04:21
Durante años pensamos el cerebro como una maquinaria que se enciende en la infancia, alcanza su plenitud en la juventud y luego entra en un declive más o menos previsible. Pero, lo cierto es que no es así.
Esa idea, cómoda y lineal, acaba de recibir un golpe de realidad. Un estudio liderado por la neurocientífica Alexa Mousley, de la Universidad de Cambridge, propone un mapa mucho más complejo: el cerebro no cambia de manera constante, sino por saltos, crisis y reorganizaciones que se concentran en momentos clave de la vida.
La investigación analizó resonancias magnéticas de cerca de 3.800 personas de entre 0 y 90 años, en Reino Unido y Estados Unidos. A partir de esos datos, los científicos pudieron reconstruir, por primera vez con esta escala, una especie de “hoja de ruta” del cableado cerebral.
Lo que encontraron fue claro: existen cinco grandes etapas del desarrollo y envejecimiento del cerebro, separadas por cuatro puntos de inflexión que se repiten con asombrosa regularidad alrededor de los 9, los 32, los 66 y los 83 años.
“El cerebro se reconecta a lo largo de toda la vida. Siempre está fortaleciendo y debilitando conexiones”, explicó la neurocientífica Mousley. No es una línea recta, sino una curva con picos, mesetas y descensos. Una red de carreteras que se expande, se pavimenta, se especializa y, finalmente, pierde velocidad.
niñez y adolescencia
La primera etapa es la infancia temprana. En los primeros años de vida el cerebro vive una auténtica explosión de conexiones: se forman más sinapsis de las que luego se conservarán. Es un sistema exuberante pero poco eficiente, que prueba caminos al azar. Más tarde, muchas de esas conexiones se “podan” para dejar solo las más útiles. Hasta aproximadamente los 9 años, el cerebro está en pleno crecimiento de materia gris y blanca, y el grosor de la corteza alcanza su punto máximo. Es una etapa de enorme plasticidad, pero también de vulnerabilidad.
A partir de ahí comienza lo que los investigadores llaman una adolescencia sorprendentemente larga: se extiende desde los 9 hasta los 32 años.
En este período, las conexiones se vuelven progresivamente más eficientes. Los trayectos neuronales se acortan, la información circula con mayor velocidad y se fortalecen habilidades como la planificación, la toma de decisiones y la memoria de trabajo. La pubertad y los cambios hormonales juegan un papel fundamental.
Según Mousley, es la única etapa de la vida en la que la eficiencia neuronal está en claro aumento. El gran punto de inflexión sucede cerca de los 32 años, considerado por los científicos como el momento de máxima reorganización del cableado cerebral.
adultez y primer envejecimiento
Luego llega la adultez, que se extiende hasta los 66 años. Es la fase más larga y, en apariencia, la más estable. Algunos la llaman la “meseta” de la inteligencia y la personalidad. Sin embargo, no todo queda quieto: las conexiones entre regiones distintas comienzan a perder eficiencia de manera gradual, aunque las redes locales se vuelven más especializadas.
No es un derrumbe, sino una lenta transformación que suele coincidir con cambios vitales profundos: la vida laboral, la crianza, la consolidación de proyectos personales. La experiencia acumulada empieza a pesar tanto como la velocidad mental.
El siguiente punto de inflexión llega a los 66 años, lo que los investigadores denominan envejecimiento temprano. Aquí no se observan cambios estructurales drásticos, pero sí una reorganización progresiva de las redes. Las conexiones dentro de una misma región cerebral se mantienen más estables que aquellas que enlazan distintas áreas. Aumenta, además, el riesgo de enfermedades como la demencia, aun en personas que se consideran sanas. No hay un colapso brusco, más bien una reducción paulatina de la conectividad global.
etapa final
Finalmente, entre los 83 y los 90 años, aparece el envejecimiento tardío. En esta etapa las conexiones regionales se debilitan aún más y el cerebro depende cada vez más de ciertos “nodos centrales” que funcionan como grandes cruces de autopistas. Hay menos recursos para sostener la conectividad y los cambios se vuelven más pronunciados. Los datos aquí son más escasos, no por falta de interés, sino por una realidad estadística: hay menos cerebros sanos de esa edad disponibles para estudios.
la importancia del estudio
Las implicancias de este hallazgo son enormes. Comprender estos puntos de inflexión puede ayudar a explicar por qué muchos trastornos mentales aparecen antes de los 25 años o por qué el riesgo de enfermedades neurodegenerativas se dispara después de los 65. Para Katya Rubia, del King’s College London, identificar el patrón “normal” permite detectar cuándo algo se desvía y buscar causas ambientales, químicas o biológicas que lo expliquen.
La metáfora que mejor resume este proceso es la de una red de carreteras. En la infancia, hay caminos por todos lados, muchos sin asfaltar. Entre los 6 y los 12 años, empiezan a consolidarse las primeras “ciudades” neuronales. Hasta los 32, se pavimentan rutas y se funda la infraestructura clave. De allí hasta los 66, las autopistas pierden algo de velocidad, pero las rutas locales se mantienen firmes y se vuelven más especializadas. Después, el tránsito se vuelve más lento y depende de menos vías.
No todas las personas atraviesan estas fases con el mismo ritmo ni con el mismo resultado. El propio estudio reconoce sus límites: la muestra se concentró mayormente en personas blancas y sanas, dejando fuera a quienes ya padecen enfermedades mentales o neurodegenerativas. Aun así, el mapa que propone redefine nuestra idea del desarrollo humano.
El cerebro, al fin y al cabo, no deja de moverse nunca. Cambia mientras aprendemos a hablar, mientras tomamos decisiones importantes, mientras envejecemos. No somos versiones fijas de nosotros mismos: somos una obra en continua remodelación. Y, quizás, entender esos momentos de quiebre sea la clave para cuidarnos mejor a lo largo de toda la vida.
La investigación analizó resonancias magnéticas de cerca de 3.800 personas de entre 0 y 90 años
Comprender estos puntos de inflexión puede ayudar a explicar enfermedades
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