De la evaluación de rendimiento de fin de ciclo, a metas más reales
Edición Impresa | 21 de Diciembre de 2025 | 04:05
Cada inicio de año trae consigo una escena conocida: listas de propósitos, promesas de cambio, metas que aspiran a reorganizar la vida en pocos meses. Enero suele presentarse como un punto cero, un momento en el que todo debería ordenarse de una vez. Sin embargo, esa lógica —más cercana al rendimiento que a la experiencia humana— suele generar el efecto contrario: ansiedad, autocobranza y una sensación temprana de fracaso.
Desde la psicología, cada vez más voces coinciden en que el problema no está en desear cambios, sino en la forma en que los formulamos.
Pensar el año en términos de presencia implica correrse de la lógica del resultado. En lugar de medir el tiempo por logros acumulados, se lo mide por la calidad del vínculo con la propia experiencia. Esto permite que los compromisos no se organicen alrededor del deber ser, sino de lo que verdaderamente tiene sentido. Reservar momentos de pausa, escuchar las señales del cuerpo, poner límites cuando algo desborda, pedir ayuda sin culpa: gestos simples que no figuran en ninguna lista de objetivos, pero sostienen la vida cotidiana.
Otra clave es revisar el ciclo anterior con una mirada menos numérica y más narrativa. No tanto qué faltó, sino qué se sostuvo; no solo qué no avanzó, sino qué exigió coraje. Reconocer estos movimientos internos modifica el punto de partida del nuevo año. Las intenciones dejan de nacer de la sensación de insuficiencia y comienzan a apoyarse en lo que ya existe.
En este marco, diferenciar metas de intenciones resulta fundamental. La meta impone un resultado; la intención orienta un proceso. La meta exige cumplimiento; la intención habilita ajustes. Cuando el año se inicia guiado por intenciones, aparece un margen de flexibilidad que permite honrar los propios ritmos sin abandonar el deseo de cambio.
La claridad emocional, además, no surge del exceso, sino de la pausa. Crear pequeños rituales —una caminata sin distracciones, unos minutos de silencio al comenzar el día, un cierre consciente antes de dormir— ofrece un espacio donde el cuerpo y la mente pueden ordenarse. Allí, la presencia reemplaza a la urgencia.
Buscar equilibrio no implica definir todos los pasos por adelantado. Implica definir la forma en que se quiere caminar. A veces, menos metas y más presencia no es una renuncia, sino una manera más honesta —y más habitable— de seguir adelante.
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