Por qué creemos que pedaleamos bien en la bicicleta si en realidad lo hacemos mal: cuál es la forma correcta
Edición Impresa | 7 de Diciembre de 2025 | 05:37
En la memoria muscular de cualquiera que alguna vez se subió a una bicicleta suele haber una certeza heredada, casi automática: pedalear es empujar para abajo. Desde chicos nos enseñaron que la fuerza nace en el muslo, que el pedal baja y que avanzar depende de cuánto podamos “aplastarlo”. Esa idea, tan difundida y tan intuitiva, es también el mayor error. La mayoría pedalea como si el movimiento fuera vertical, cuando en realidad la mecánica es completamente circular. Lo que creemos natural —empujar y punto— es lo que hace que, aun con esfuerzo, avancemos menos, nos cansemos más y desperdiciemos casi la mitad del potencial de nuestras piernas. El pedaleo clásico es un pedaleo incompleto.
El movimiento ideal debe combinar empuje, transición, tracción y recuperación
El ciclismo, incluso en su aspecto más recreativo, no se reduce a la bajada del pedal. Ese gesto apenas representa una de las cuatro fases que componen el ciclo completo. El movimiento eficiente, el que verdaderamente aprovecha la física de la transmisión, combina empuje, transición, tracción y recuperación. Sin embargo, la mayoría queda atrapada en la primera etapa: todo el peso del cuerpo cae sobre el pedal que desciende, mientras la otra pierna se convierte en un lastre que sube sin acompañar. La escena es conocida: un ciclista haciendo fuerza con los cuádriceps hasta sentir los muslos arder, pero con la mitad de la musculatura de las piernas sin participar. Creemos que pedaleamos “fuerte”, cuando en realidad estamos pedaleando “limitado”.
El engaño se completa con la sensación de control. Cuando el pedal baja, sentimos que avanzamos, y esa retroalimentación inmediata hace creer que el trabajo está bien hecho. Pero el problema no está en el empuje, sino en lo que pasa del otro lado. Cada vez que una pierna empuja hacia abajo, la otra asciende sin contribuir: se deja llevar, pesa, frena y exige un esfuerzo extra de la pierna activa. Es como si dos personas intentaran girar una rueda y solo una trabajara, mientras la otra mantuviera los brazos rígidos. El sistema avanza, sí, pero renunciando al impulso que podría duplicar su eficacia. Esa inercia desperdiciada es la que distingue a quien pedalea por instinto de quien pedalea de manera consciente.
La forma correcta de pedalear no tiene que ver con hacer más fuerza, sino con distribuirla. El verdadero motor aparece cuando dejamos de pensar el movimiento como una palanca que baja y lo entendemos como un círculo que se completa. Mientras un pie impulsa el pedal hacia abajo, el otro debe colaborar traccionando hacia atrás y hacia arriba, acompañando el giro con una fuerza complementaria que descansa en los isquiotibiales, los gemelos y los flexores de la cadera. Esa retracción, que suele estar ausente en los ciclistas ocasionales, cambia todo: reduce la resistencia interna, evita que la pierna contraria actúe como peso muerto, suma torque a la rueda y permite que la bicicleta avance con mayor fluidez y menor fatiga. De pronto, el pedaleo deja de ser una lucha y se vuelve un movimiento continuo.
Pedalear bien exige saber que la bicicleta responde no sólo a la fuerza, sino al movimiento justo
Cuando ese patrón se incorpora, el cuerpo reparte mejor la carga: dejan de trabajar en soledad los cuádriceps y entra en acción una cadena muscular más amplia. El esfuerzo se alivia, la cadencia se vuelve más estable y la aceleración responde de manera más inmediata. Quien prueba esta técnica por primera vez suele experimentar una sensación desconocida: la bicicleta parece alivianarse. No es magia; es biomecánica pura. El pedaleo redondo —como lo llaman los ciclistas experimentados— hace que cada centímetro del giro aporte fuerza, no solo el tramo descendente. La potencia se sostiene, la velocidad crece con menos gasto energético y el movimiento, por fin, coincide con la mecánica para la que la bicicleta fue diseñada.
En definitiva, pedalear no es bajar y levantar, sino empujar y traccionar. La mayoría de nosotros lo hace mal porque nadie se lo explicó y porque el cuerpo, sin entrenamiento, opta siempre por la vía más conocida. Pero pedalear bien no requiere ser profesional ni tener equipamiento especial: exige entender que la bicicleta no responde solo a la fuerza bruta, sino a la calidad del movimiento. La diferencia entre el pedaleo intuitivo y el pedaleo consciente es la diferencia entre avanzar por instinto o aprovechar al máximo cada giro. Y esa transformación, aunque parezca técnica, está al alcance de cualquiera que quiera descubrir que la eficiencia está, literalmente, en el otro pie.
1. Pedalear solo hacia abajo es un error común: la mayoría cree que el movimiento es vertical y se concentra en “aplastar” el pedal usando solo los cuádriceps, lo que limita la potencia real.
2. La pierna que sube suele funcionar como un lastre: al no participar, genera resistencia interna y obliga a la otra pierna a trabajar de más, aumentando el cansancio sin mejorar el rendimiento.
3. El pedaleo correcto es circular y continuo: no se trata de bajar y subir los pedales, sino de completar el giro aprovechando las cuatro fases del movimiento para producir fuerza de manera sostenida.
4. La tracción es clave para sumar fuerza y equilibrio muscular: mientras una pierna empuja, la otra debe retraer el pedal activando isquiotibiales, gemelos y flexores de la cadera, lo que mejora la eficiencia y distribuye mejor el esfuerzo.
5. El resultado es mayor velocidad con menor gasto energético: al usar toda la cadena muscular, aumenta el torque, la aceleración es más fluida y la fatiga disminuye, logrando un pedaleo más técnico y efectivo.
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