Milei contra Milei

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Carlos Celaya

eleconomista.com.ar

Encandilado por la falsa sensación de unanimidad en la Asamblea Legislativa, el presidente Javier Milei paseó en su discurso como un emperador por su camino de éxitos, admirando la rotundidad de sus logros y, por qué no, saboreando una dulce revancha después de dos semanas infernales, marcadas por el escándalo criptogate y por los intentos de eclipsarlo.

Lo cierto es que todo parecía ir según el plan: un discurso plagado de buenas noticias y asombrosas estadísticas. Tono de campaña triunfal. Resultados brillantes. Inmensas expectativas. Precisión en la rendición de cuentas: 97% de las promesas cumplidas en el primer cuarto de gestión.

Pero como en los discursos de Milei no pueden faltar dos ingredientes como crispación y polarización, en algún momento salta la térmica y se produce un chispazo.

Igual que el tumulto sorpresivo al final del partido, a pesar de un buen resultado para el equipo local, gritos, gestos y manotazos aparecieron en el escenario: un presidente retando a una vicepresidenta y un asesor/copresidente no electo increpando a un diputado. Literal, de nuevo un disparo en el pie, casi ya una balacera.

A estas alturas de gestión, empezamos a estar seguros de que la mejor política de comunicación del gobierno la hace el Indec. Los resultados son los que estiran el crédito de la tarjeta presidencial.

De lo peor de la política de comunicación se encarga el propio presidente y sus copresidentes no electos, Karina Milei y Santiago Caputo.

Un buen discurso, o mejor aún, una buena comunicación del discurso de apertura del curso político debería tener éxito en tres puntos.

“A estas alturas de gestión, creemos, la mejor política de comunicación del gobierno la hace el Indec

Primero, proyectar al presidente desde el centro mismo de la institucionalidad. La banda presidencial y el bastón ayudan, pero no son suficientes.

Segundo, establecer la agenda. La que sea. La que quiera.

Y tercero, no hacer nada para opacar lo anterior. Dicho en criollo: no meter la pata.

Pasó lo tercero. Hablar de mandriles, sobregirarse con insultos y ridiculizaciones, levantar la voz con tono de desquite y pegar palmadas en el pecho al adversario político no aplican como una “comunicación segura y con aplomo”.

Muestran un poder a la defensiva, no un poder que lidera.

Apenas unos segundos después de terminado el discurso, los titulares se enfocaban en el reto del presidente a la vicepresidenta, en las chicanas con Facundo Manes y en el lamentable episodio de Santiago Caputo con el diputado frente a la sala de periodistas del Congreso, y bastante menos en los mensajes de Milei sobre el acuerdo con el FMI o la lucha contra la delincuencia. Conflicto emocional mata debate racional.

El rédito comunicacional de todo esto todavía está por verse. Si creemos en las encuestas, parecería que esta táctica de la desmesura da resultados al Gobierno.

Si creemos al rating que tuvo Milei en su discurso, parecería que el público empieza a verlo como previsible: 17 puntos de rating sumando todos los canales abiertos y de cable, frente a más de 50 puntos en marzo del año pasado. En algún momento del discurso llegó a 4,5.

Expectativas altas, crispación permanente y polarización sin fin son tácticas de comunicación que generan anticuerpos.

No tenemos por qué saber cuál es la razón de una estrategia de este tipo.

 

Milei

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