Una historia de cocina, docencia y gratitud

Crear, cocinar, enseñar, sanar. Tras una intensa experiencia formativa en Europa, volvió a La Plata con ideas renovadas, más pasión que nunca y una certeza: su espacio sería mucho más que una escuela de cocina. Allí, entre delicias, nacen proyectos, se curan dolores y se construyen vínculos que fortalecen a la comunidad

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En septiembre de 2023, Alejandra Casale emprendió un viaje que marcaría un nuevo capítulo en su carrera. Lo que iba a ser una estadía breve en Europa terminó convirtiéndose en casi cuatro meses de formación y trabajo entre España e Italia. “Fue una decisión difícil”, recuerda. Por primera vez dejaba su espacio cerrado, era casi como dejar a un hijo. Pero la propuesta era tan fuerte como imposible de rechazar: capacitaciones y experiencias en el corazón de la cocina europea.

A su regreso, apareció el miedo. ¿Y si sus alumnas ya no estaban? ¿Y si ese paréntesis había debilitado lo que tanto le costó construir? Pero pasó todo lo contrario: la respuesta fue abrumadora. Lanzó sus nuevos workshops, y en pocos días agotó las vacantes. La magia seguía viva. Y se multiplicaba.

Porque Alejandra no volvió con las manos vacías: trajo nuevas recetas, técnicas de vanguardia y una energía renovada que volcó en cada clase. Pero, sobre todo, volvió con la certeza de que su espacio es mucho más que una escuela: es un refugio, un motor de proyectos, un lugar donde se aprende a cocinar y a creer en uno mismo.

“Cada clase tenía mi historia y la de otras personas”, dice. Y en ese ida y vuelta encontró un valor incalculable: el crecimiento de quienes pasan por su cocina. Desde hace años, sus alumnas no solo aprenden técnicas profesionales; también descubren un lugar donde sentirse contenidas, escuchadas, motivadas.

Casale trajo nuevas recetas, técnicas de vanguardia y una energía renovada

La cocina siempre estuvo en su vida. A los 7 años, subía a un cajón para amasar junto a su abuela. En su casa de Gorina, con padres quinteros y comidas hechas con esfuerzo, aprendió que con pocos ingredientes y mucho amor se pueden crear cosas inolvidables. A los 16 ya soñaba con tener su propio emprendimiento. Y lo logró.

Estudió cocina mientras criaba a sus dos hijos. Se formó, trabajó sin pausa, y como ella dice, nunca dejó de estudiar. “La cocina evoluciona, y uno tiene que estar a la altura para poder enseñar. No alcanza con repetir una receta, hay que comprender los nuevos tiempos, las nuevas materias primas, y cómo transmitirlas”, asegura. Por eso hoy, cada clase que da no es solamente una clase: es una experiencia. Enseña técnicas de nivel profesional en un clima distendido y personalizado. Y cuando finalizan las elaboraciones, las alumnas se llevan sus creaciones en boxes premium, primorosas cajas pensadas para emprender.

Cada clase que brinda excede los límites de la academia y es toda una experiencia

A lo largo de su recorrido, tuvo negocios gastronómicos, estuvo al frente de equipos, sirvió a miles de clientes y formó a cientos de alumnas. Desde hace nueve años, su espacio de formación es también el lugar donde dejó huella como mujer empresaria en un rubro históricamente dominado por hombres. “Estoy segura de que logré construir un legado”, dice. Y no lo dice con soberbia, sino con gratitud.

Este año, su espacio se transformó también en un lugar de contención. La pérdida de su madre la atravesó profundamente, y fueron sus alumnas quienes se convirtieron en sostén. “Recibí el abrazo más valioso de quienes aman mi lugar. Es mucho más que una cocina”.

Ale Casale no busca la cima. Porque para ella lo más valioso no es llegar, sino todo lo que se aprende en el camino. Su historia es prueba viva de que los sueños se construyen con trabajo, amor y perseverancia. Y que la magia existe, si se la conjura y alimenta con pasión.

 

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