“¿Y si te corto un dedo?”: jubilados quedaron a merced del delito

Tres encapuchados armados irrumpieron de madrugada en una casa cuando sus propietarios miraban una serie. Los maniataron, los amenazaron con herirlos y los desvalijaron, mientras la pareja suplicaba por su vida

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Eran exactamente las dos de la mañana cuando un matrimonio de jubilados de Tolosa, que se encontraba disfrutando de un momento frente a su televisor, quedó a merced de una banda de delincuentes que terminó sometiéndolos a toda clase de tormentos psicológicos. El escenario de tan terrible hecho fue una vivienda ubicada en 15 entre 528 y 529.

La dramática escena parece sacada de una película de terror, pero ocurrió en la vida real. La pareja, dos abuelos de 69 y 72 años, estaba sentada en el comedor, disfrutando de una serie en televisión cuando, según explicaron voceros policiales, fueron sorprendidos por ladrones que los sometió a un desagradable momento que de milagro, no terminó en tragedia.

Era una noche tranquila, sin sospechas. De repente, sin previo aviso, la puerta balcón de aluminio se deslizó. Tras ello, tres sombras irrumpieron en el hogar. Vestidos de negro, pasamontañas, guantes y borceguíes. Todo era negro. Como si se trata de un grupo táctico.

Uno de los encapuchados alzó un revólver plateado, que brilló con una amenaza muda bajo la tenue luz del televisor. “¡Quédense quietos. Dónde está la plata”, expuso un sujeto con voz, grave, firme, implacable. Fue el único que habló.

“¡No tenemos plata, somos jubilados!”, contestaron entre temblores, en un intento desesperado por apelar a la piedad. Pero no la hubo.

Fueron reducidos sin piedad. Les ataron las manos y los pies con medias viejas y cables de cargadores de celular, como si fueran rehenes de una guerra que nunca eligieron pelear. A su alrededor, la casa se convertía en un campo de saqueo: cajones abiertos de par en par, ropa desparramada, muebles desordenados, cada rincón violado en la búsqueda insaciable de dinero.

El botín no tardó en aparecer. Noventa mil pesos escondidos en una campera colgada en el placard fueron la chispa que encendió aún más la violencia. Uno de los delincuentes se acercó a la mujer maniatada, con una sonrisa torcida y un cuchillo de cocina en la mano. “Viste que tenías plata ¿Y si te corto un dedo?”, le dijo, mientras sujetaba su mano con fuerza.

Entre lágrimas ella suplicó y el sujeto reculó. Por un instante, el intruso pareció dispuesto a cercenar una de las falanges, a sellar el horror con sangre. Pero no lo hizo. El cuchillo cayó. La amenaza, sin embargo, quedó grabada para siempre.

La pesadilla no terminó allí. En su recorrida, los asaltantes encontraron una escopeta calibre 16 debidamente registrada. Fue entonces cuando el sarcasmo se volvió un arma más: “No me dijiste nada del arma. Mirá si cuando me voy me pegás un tiro. Mejor me la voy a llevar”, dijo uno, con burla venenosa, como si el miedo no fuera suficiente castigo.

Antes de escapar, exigieron bolsos. Taparon los rostros de las víctimas con fundas de almohadas. Y entonces comenzó el saqueo final. Desde su encierro de tela y terror, la pareja escuchó cómo descolgaban los televisores y se marchaban con sus posesiones.

 

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