Microplásticos en la mesa: la contaminación que parece invisible
Edición Impresa | 1 de Junio de 2025 | 04:22

Nadie los ve. Nadie los huele. Nadie los saborea. Pero están. Están en un grano de arroz, en el agua que tomamos, en la sal que usamos para condimentar, en un filet de merluza rebozado. Están flotando en los lagos del sur, hundidos en los sedimentos del Paraná, atrapados en los intestinos de los peces, en las fibras de los filtros de té y en los tejidos de nuestros propios cuerpos. Se llaman microplásticos y su presencia, lejos de ser una amenaza futura o un problema lejano que ocurre en los océanos del sudeste asiático, ya es una realidad palpable —aunque paradójicamente invisible— en los platos de las familias argentinas. Una realidad que comienza a instalarse en el debate público, mientras la ciencia corre detrás de sus efectos y los organismos oficiales todavía miran hacia otro lado.
Durante años, la palabra “microplástico” parecía una rareza confinada al discurso científico o al activismo ambiental más militante. Hoy, el término comienza a aparecer en los estudios epidemiológicos, en los informes de las organizaciones de consumo y hasta en algunas etiquetas de productos que, tímidamente, anuncian estar “libres de BPA” o “sin polímeros añadidos”. Pero el fenómeno va mucho más allá del marketing. Según un estudio citado por Greenpeace Argentina, cinco productos de consumo cotidiano en nuestro país presentan niveles preocupantes de contaminación por microplásticos: el arroz, la sal, los sacos de té, los productos del mar y el agua embotellada. Lo notable no es solo la lista, sino que estos cinco elementos representan hábitos transversales, accesibles y omnipresentes. Se consumen en todos los niveles socioeconómicos, todos los días, en todas las regiones.
La sal, por ejemplo, ha sido uno de los primeros alimentos en evidenciar la magnitud del problema. Diversas investigaciones internacionales encontraron partículas plásticas en el 90% de las muestras de sal recolectadas en distintos puntos del planeta. En Argentina, las muestras analizadas por Greenpeace mostraron que la sal rosada del Himalaya —muy popular entre quienes buscan opciones “naturales” o “más saludables”— contenía más microplásticos que la sal fina común. Es decir que, al pagar más por un producto gourmet, es posible que también se esté comprando una mayor carga de contaminación invisible. No se trata de una ironía poética sino de una consecuencia lógica de un mundo saturado de residuos que no desaparecen: se fragmentan, se dispersan y regresan, reconfigurados, a la cadena alimentaria.
Los microplásticos pueden generar inflamación y otros trastornos para la salud / FDA
El arroz, otro alimento base en la dieta argentina, también ha sido puesto bajo la lupa. Un estudio realizado por la Universidad de Queensland en Australia y replicado por Greenpeace estima que el arroz empaquetado puede contener entre 3 y 13 miligramos de microplásticos por cada 100 gramos. La cifra no parece enorme, pero al considerar el consumo habitual de arroz por parte de una familia promedio a lo largo de semanas, meses y años, la carga total se vuelve significativa. Si a eso se le suma el uso constante de envases plásticos para cocinar, almacenar o recalentar —especialmente en microondas— la exposición se multiplica.
Un capítulo aparte merece el agua, en especial la embotellada. A contramano de la intuición popular que asocia lo embotellado con lo puro, los análisis demuestran que este tipo de agua puede contener hasta el doble de partículas microplásticas que la de la canilla. Esto ocurre por dos razones principales: primero, por el tipo de material utilizado en las botellas —principalmente PET— que puede desprender fragmentos, especialmente si es expuesto al calor o la luz; segundo, por los procesos de embotellado y transporte que no siempre son inocuos. En otras palabras, al intentar evitar los riesgos del agua corriente, muchas veces se termina bebiendo plásticos embotellados.
Los alimentos ultraprocesados también están en la mira. Según un artículo reciente publicado por Reporte Ambiental, hasta el 90% de los productos cárnicos industrializados —como los palitos de pescado, los nuggets de pollo o las hamburguesas congeladas— contienen microplásticos. No es difícil imaginar por qué: los alimentos pasan por cintas transportadoras, se envasan en plástico, se almacenan en bandejas de poliestireno y muchas veces son cocinados con envoltorios o en hornos eléctricos con contacto directo con polímeros. Todo el sistema de producción está saturado de materiales que se degradan lentamente, liberando partículas que se integran al producto final.
Los peces ya coexisten con plásticos en su ecosistema / Freepik
Pero no hace falta ir al supermercado para encontrar evidencia. En los últimos años, diversos equipos de científicos del CONICET y otras instituciones públicas comenzaron a detectar la presencia de microplásticos en cuerpos de agua dulce en distintas provincias del país. Desde Bahía Engaño, en Chubut, hasta la cuenca del río Mendoza, pasando por arroyos, lagunas y embalses en Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, San Luis, Córdoba y Río Negro. A través del proyecto MappA, impulsado por el CONICET, se están realizando muestreos y monitoreos que buscan dimensionar la magnitud del problema. El hallazgo de microplásticos en peces exóticos y nativos de la región cuyana es uno de los puntos más sensibles, porque habla de una cadena trófica ya colonizada por estas partículas.
El impacto ambiental es indiscutible, pero el foco hoy está puesto en los efectos sobre la salud humana. Distintas investigaciones recientes encontraron microplásticos en tejidos del cuerpo humano, incluyendo pulmones, hígado, placenta, testículos y sangre. Incluso se detectaron en leche materna, lo que abre un debate ético, científico y sanitario de enorme envergadura.
1 Inflamación y daño celular: los microplásticos pueden acumularse en el sistema digestivo, provocando inflamación en los tejidos y daño celular. Esta acumulación puede interferir con la absorción de nutrientes y afectar la salud intestinal.
2 Trastornos hormonales y reproductivos: algunos microplásticos contienen aditivos químicos como ftalatos y bisfenoles, que actúan como disruptores endocrinos. Estos compuestos pueden alterar el equilibrio hormonal, afectando la fertilidad y el desarrollo reproductivo.
3 Riesgos neurológicos y cardiovasculares: investigaciones han encontrado microplásticos en tejidos humanos, incluyendo el cerebro. Su presencia se ha asociado con inflamación crónica, daño al ADN y posibles efectos en el sistema nervioso y cardiovascular.
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