Ningún deporte es un campo de batalla en el que todo vale

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Algunos adultos relacionados o próximos al desarrollo del fútbol infantil en nuestra ciudad deben suponer que esa actividad vendría a ser como una suerte de vivero generador de cracks del profesionalismo -futuros Messi o Maradona- y de allí podría ser que manifiesten en muchos de los partidos una violencia inaudita, dirigida a “castigar” a quienes de una u otra manera impiden esa alternativa. Se trata de gente que, en definitiva, no deja que los chicos se diviertan, jueguen al aire libre y, además, aprendan los sanos principios competitivos y, a la vez, de respeto a las reglamentaciones propias de todo deporte.

En cambio, el panorama suele ser totalmente opuesto a esas guías. Gritos destemplados por parte de algunos padres ubicados en las tribunas, instrucciones agresivas lanzadas desde los bancos de algún conductor técnico, críticas corrosivas a chicos de 10 o menos años de edad porque no “ponen” o no hacen trampas, insultos y amenazas verbales a los árbitros que, en no pocas oportunidades, se traducen después en ataques físicos: todo conforma parte de un clima de intemperancia y de violencia.

Este es el lamentable espectáculo que suele presentarse en partidos -cierto, no siempre- que se disputan en el torneo de la Liga de Fútbol Infantil, en el que hace pocas horas un conocido árbitro, con veinte años de experiencia, fue víctima de una agresión a trompadas por parte del entrenador de uno de los equipos que disputaban un partido.

Tal como se detalló en la crónica de ayer en este diario, en una jornada que venía muy tranquila, todo se alteró tras el tiempo reglamentario. Testigos dicen que el entrenador expulsado, disconforme con algún fallo, atacó a golpes de puño al árbitro, lo que generó que la tensión llegue a su punto extremo, ya que todo se dio delante de los pequeños jugadores, y en un contexto de llantos y gritos. El mal ejemplo hacia los chicos no pudo ser más lamentable.

Como corresponde, dirigentes de ambos clubes repudiaron de inmediato en incidente. Aunque lo que parece quedar pendiente es la existencia de ese dominante clima de intolerancia y de falta de educación que reina en un torneo que debiera desarrollarse con normalidad. Las de los pequeños jugadores no son edades como para que se busquen supuestas justificaciones relacionadas a lo competitivo y a lo pasional del fútbol.

Más bien pareciera que en lugar de buscar los mejores lugares en las tablas de posiciones, la organización a cargo de estos torneos debiera priorizar y hasta premiar la disciplina y a la mejor conducta deportiva que exhiban estos pequeños jugadores, a quienes les quedan aún muchos años de práctica para dedicarse luego a tratar de ser los mejores en el juego. Se trata de que aprendan también reglas de conducta y respeto a los adversarios y a las reglamentaciones.

Es responsabilidad indelegable de los dirigentes de la Liga revisar lo que se refiere a la debida formación de los chicos, sobre quienes cada club debería inculcar principios de sana deportividad. Se trataría, también, de erradicar a quienes no dan el ejemplo a los chicos, para que a edades tempranas entiendan que ningún deporte puede convertirse en un campo de batalla en el que todo vale.

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