El Gobierno provocó sus propias derrotas
| 10 de Agosto de 2025 | 09:04

A 18 meses de haber asumido la presidencia, Javier Milei enfrenta el dilema que todo líder disruptivo debe encarar tarde o temprano: cómo traducir la euforia inicial en gobernabilidad efectiva. Mientras celebra victorias políticas, como la aprobación de la Ley Bases y la reforma fiscal, se multiplican los signos de tensión entre su discurso confrontativo y las reacciones de una parte del sistema político, sindical y judicial que se resiste a sus modos.
La reciente manifestación de prefectos frente a la residencia presidencial de Olivos —una imagen impensada meses atrás— encendió las alarmas en el oficialismo y dejó en evidencia que el descontento no se limita a los sectores tradicionalmente opositores. Si bien el Gobierno logró contener la situación rápidamente, lo ocurrido reavivó el debate sobre los límites de la provocación como herramienta de gestión.
Desde sectores de la oposición, e incluso dentro del propio oficialismo, crece la preocupación por el estilo confrontativo de Milei. El presidente ha convertido a la “casta” en su enemigo permanente y ha elevado el tono de sus intervenciones públicas, descalificando a quienes se oponen a sus políticas con una agresividad inédita. Esta estrategia le ha valido el apoyo de una base social firme, que valora su autenticidad y su disposición a romper con el statu quo, pero también ha generado fisuras institucionales que podrían comprometer la estabilidad a largo plazo.
El prestigioso analista Joaquín Morales Solá advierte que la protesta de las fuerzas de seguridad no debe subestimarse, ya que refleja una creciente incomodidad con la forma en que se comunican y ejecutan las decisiones del Ejecutivo. Según su análisis, la falta de diálogo y el uso sistemático del enfrentamiento como forma de liderazgo podrían ser contraproducentes incluso para los objetivos reformistas del propio Milei.
En paralelo, el Gobierno vive un momento de doble lectura. Por un lado, capitaliza logros concretos en materia económica, como el control de la inflación y el superávit fiscal. Por otro, enfrenta desafíos estructurales que requieren de acuerdos más amplios y de una gobernabilidad que no puede descansar únicamente en la legitimidad de origen ni en el respaldo popular en redes sociales.
En ese contexto, la figura del presidente oscila entre el entusiasmo militante que genera en sus seguidores y el llamado al realismo que exigen las condiciones del poder. ¿Podrá Milei sostener su impulso reformista sin modificar su estilo confrontativo? ¿O el mismo ímpetu que lo llevó al poder se convertirá en un obstáculo para consolidar su gobierno?
Por ahora, el mandatario parece convencido de que el camino es uno solo: avanzar sin concesiones, aún a costa de generar nuevas tensiones. Pero el episodio de Olivos, sumado a la resistencia persistente de algunos sectores, podría ser un punto de inflexión. La pregunta ya no es si Milei puede imponer su proyecto, sino si está dispuesto a adaptarse para que ese proyecto sea sostenible.
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