Día del panadero: la lucha que se volvió en una dulce ironía y el manjar propio de La Plata
| 4 de Agosto de 2025 | 11:56

Cada 4 de agosto, en Argentina se celebra el Día del Panadero, una jornada que evoca no sólo el arte del oficio, sino también una historia cargada de lucha obrera, ingenio popular… y un poco mucho de ironía.
La fecha fue establecida en 1957 por el Congreso de la Nación en homenaje a la fundación de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, creada en 1887 en Buenos Aires. Este fue el primer sindicato del rubro, impulsado por referentes anarquistas como Errico Malatesta y Ettore Mattei, quienes pusieron en marcha una resistencia obrera con principios claros: acción directa, organización y huelga como herramienta de transformación social.
La primera gran huelga ocurrió en 1888 y marcó un antes y un después en el movimiento obrero. Pero más allá del reclamo y la represión, los panaderos encontraron una forma creativa de expresar su descontento: nombrar irónicamente a sus productos. Así nacieron los famosos vigilantes -por la Policía-, los cañoncitos y bombas —por el armamento represivo—, y los sacramentos, suspiros de monja y bolas de fraile, como sátira a la Iglesia. Fue una manera dulce y contundente de protestar desde el mostrador.
Los imperialitos
Hoy, más de un siglo después, el Día del Panadero se celebra con el aroma a masa recién horneada y con un homenaje especial a quienes mantienen viva la tradición -como en la esquina de 7 y 49, o la de 64 entre 1 y 2-. Entre tantos locales, sobresale una joya platense: los imperialitos, una delicia platense que nació en 1972 mediante la familia Velasco y que con el paso del tiempo se convirtió en símbolo de la Ciudad.
Este manjar, técnicamente una “masa fina” se elabora con dos piezas de merengue que se abrazan con un relleno cremoso, rebozadas en maní triturado y espolvoreadas con azúcar impalpable. "Dos suspiros de merengue que se entrelazan abrazados en un manto de crema mágica mientras ruedan en maní triturado bajo una lluvia de azúcar", describen con poesía los actuales herederos de la receta, que ya suma tres generaciones de producción artesanal en La Plata.
El legado de los panaderos, entonces, es más que una receta o un producto: es cultura, es oficio, es identidad. Y es también memoria colectiva, de una época en la que una factura podía ser un acto de resistencia. Hoy, entre un sacramento y un imperialito, se celebra todo eso: la lucha, la creatividad y el sabor de quienes construyen con harina, fuego y manos la historia dulce de este país.
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