Ciencia en solfa: los descubrimientos más insólitos recibieron su galardón
Edición Impresa | 22 de Septiembre de 2025 | 00:56

Cada septiembre un grupo de investigadores de todo el mundo se prepara para recibir uno de los galardones más extravagantes de la ciencia. No se trata del Nobel tradicional, sino de su primo irreverente: los Ig Nobel Prize, un reconocimiento que distingue descubrimientos que “primero hacen reír y luego hacen pensar”. Lejos de ser una broma, los estudios premiados son reales, publicados en revistas académicas y defendidos con el mismo rigor que los trabajos que compiten por el Nobel tradicional.
Su entrega realizó días atrás en la Universidad de Boston con su clásico despliegue de humor: óperas en miniatura, lanzamientos de aviones de papel y un presentador de lujo, porque los entregan verdaderos laureados con el Nobel. La organización corre por cuenta de la revista Annals of Improbable Research, que desde 1991 viene demostrando que la curiosidad científica no conoce fronteras… ni límites de lo absurdo.
Entre los premios de este año, el de Aviación levantó vuelo con un toque etílico. Un equipo integrado por investigadores argentinos descubrió que los murciélagos de Egipto, igual que los humanos, pierden precisión al volar y ecolocalizar al consumir alcohol. Más allá de la anécdota, el hallazgo abre preguntas sobre los efectos del etanol en sistemas sensoriales complejos.
El Premio de Nutrición viajó a Togo, donde Daniele Dendi y colegas observaron que los lagartos arcoíris, frente a varias opciones alimentarias, prefieren siempre la pizza de cuatro quesos. Si reptiles tradicionalmente insectívoros sucumben al encanto del mozzarella, los hábitos alimenticios -sugiere el estudio- pueden adaptarse a entornos urbanos, con pistas sobre evolución dietética.
En Italia, Giacomo Bartolucci aplicó la mecánica de fluidos a un problema de cocina: por qué la salsa cacio e pepe tiende a formar grumos. Su trabajo, premiado en Física, describe transiciones de fase que podrían salvar más de un experto en pastas.
En tanto el Premio de Química fue para Rotem y Daniel Naftalovich junto a Frank Greenway, quienes exploraron el uso de teflón como aditivo alimenticio de volumen nulo en calorías. Aunque la idea suena arriesgada, abre un debate sobre la búsqueda de alimentos “light” y los límites de la seguridad alimentaria.
En Ingeniería de Diseño, Vikash Kumar y Sarthak Mittal estudiaron el impacto de los zapatos malolientes en estanterías y propusieron rediseños para minimizar aromas indeseables. Una oda al diseño centrado en el usuario… y en su nariz.
El Premio de Paz demostró que un trago moderado puede soltar la lengua. Fritz Renner y su equipo comprobaron que un poco de alcohol mejora la fluidez al hablar neerlandés, quizá porque reduce la vergüenza de equivocarse. Una excusa científica para brindar antes de practicar idiomas.
En Biología, el japonés Tomoki Kojima y su grupo pintaron vacas con rayas de cebra para ahuyentar moscas. Y funcionó: los insectos se confundieron ante el patrón visual, una técnica que podría beneficiar a la ganadería sostenible.
La Pediatría también tuvo su momento: Julie Mennella y Gary Beauchamp comprobaron que las madres que consumen ajo transmiten ese aroma a la leche materna, lo que incrementa el disfrute de los bebés. Un primer paso hacia futuros amantes del pesto.
El Premio de Literatura homenajeó póstumamente a William B. Bean, quien documentó el crecimiento de sus uñas durante 35 años, un registro minucioso de la paciencia científica. En Psicología, Marcin Zajenkowski y Gilles Gignac exploraron cómo reaccionan los narcisistas cuando se elogia su inteligencia, revelando que a veces un halago es la mejor prueba de personalidad.
UN HISTORIAL MEMORABLE
Los Ig Nobel tienen antecedentes memorables: desde la rana que levitó con imanes (un experimento que precedió a un Nobel real en Física) hasta el estudio que comprobó que los orgasmos despejan la nariz.
También pasaron por allí las investigaciones sobre excremento de wombat en forma de cubo, la “regla de los cinco segundos” para la comida caída, y hasta observaciones sobre el entusiasmo sexual de los avestruces ante la presencia humana.
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