Crucigramas, sudokus y ajedrez: el gimnasio invisible para el cerebro

Son formas simples de ejercitar la mente. La ciencia muestra que estas actividades ayudan a fortalecer la memoria, retrasar la aparición de síntomas de deterioro y sumar bienestar cotidiano

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¿Puede un crucigrama ser una forma de medicina preventiva? ¿Sirve realmente jugar al sudoku, leer novelas o aprender un idioma para mantener la mente clara con el paso de los años? Las respuestas no son absolutas, pero hay algo en lo que la ciencia y el sentido común coinciden: el cerebro, al igual que el cuerpo, se fortalece cuando se lo ejercita.

En las últimas dos décadas florecieron las aplicaciones y programas de “entrenamiento cerebral” que prometen agilidad, memoria más afilada y hasta protección frente a la demencia. También se multiplicaron los libros de pasatiempos, las revistas de lógica y la idea de que mantener la mente ocupada es sinónimo de salud.

La verdad es un poco más matizada: los juegos y actividades cognitivas sí mejoran habilidades específicas, pero no hay pruebas de que puedan volvernos más inteligentes en general o de que funcionen como un escudo infalible contra el deterioro cognitivo.

Lo que sí está comprobado es que participar de actividades mentalmente estimulantes se asocia con un menor riesgo de deterioro cognitivo y, en algunos casos, con un retraso en la aparición de enfermedades como la demencia. Varios estudios muestran que las personas mayores que realizan crucigramas, leen o aprenden cosas nuevas tienden a manifestar los síntomas de la pérdida de memoria varios años después que quienes no lo hacen. Dicho de otra manera: ejercitar la mente no evita necesariamente que aparezca el daño neurológico, pero sí puede retrasar o disimular sus consecuencias.

Crucigrama / Freepik

RESERVA COGNITIVA

Esta idea refiera a una especie de “músculo mental” que se construye a lo largo de la vida. Cuanto más lo trabajamos, más conexiones neuronales generamos. Y esas conexiones extra funcionan como un colchón: aunque algunas se pierdan con la edad o con enfermedades, el cerebro puede seguir funcionando gracias a las rutas alternativas que construyó previamente. No es casualidad que quienes tuvieron una educación prolongada o trabajos que exigieron gran esfuerzo intelectual tengan menos probabilidades de desarrollar demencia o, al menos, la experimenten más tarde.

Ojo: no hace falta haber sido un académico para beneficiarse. Actividades sencillas y cotidianas también sirven. Armar un rompecabezas, jugar al ajedrez, resolver un crucigrama en el diario, leer un libro o incluso conversar en un idioma extranjero son estímulos que desafían la mente y refuerzan las conexiones neuronales. La clave es que la actividad suponga un reto, que no se realice de manera mecánica sino con la sensación de estar poniendo a prueba la atención, la memoria o la creatividad.

Sudokus / Freepik

LO TRADICIONAL PREVALECE

¿Y qué pasa con los programas digitales de entrenamiento cerebral? Aquí las opiniones son más cautelosas. Si bien ofrecen una estimulación sistemática y pueden resultar entretenidos, los beneficios que prometen —mejorar la inteligencia global o prevenir la demencia— no están respaldados por pruebas sólidas.

La evidencia más sólida sigue estando en las actividades de la vida real: juegos de mesa, lecturas, pasatiempos tradicionales y aprendizajes que, además, suelen tener un componente social y emocional.

Ese detalle no es menor: mantenerse socialmente activo es otra de las recomendaciones más repetidas para cuidar la salud cerebral. Compartir un juego de cartas, charlar en un club de lectura o debatir estrategias frente a un tablero de ajedrez combina el desafío mental con la conexión humana, dos factores que, juntos, parecen potenciar los beneficios.

 

Hay apps de “entrenamiento cerebral” que prometen agilidad y memoria más afilada

 

En definitiva, los juegos y pasatiempos no son una cura ni un seguro contra la demencia. Pero sí forman parte de una rutina que ayuda a vivir más y mejor: ejercitan la mente, entretienen, fortalecen la memoria y aportan calidad de vida.

Resolver un crucigrama en la plaza, aprender las reglas de un nuevo juego de mesa, sumarse a un taller de lectura o animarse a unas clases de guitarra son formas simples de estimular al cerebro. No hay garantías absolutas, pero sí una certeza: cada desafío mental es un ladrillo más en la construcción de esa reserva cognitiva que puede regalarnos años de lucidez y bienestar.

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