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Aunque la información abunda y el discurso sobre libertad sexual parece haberse instalado, persisten viejos prejuicios que modelan cómo se desea, cómo se goza y cómo se calla. Una psicóloga propone revisar los tabúes más resistentes y pensar qué significa, hoy, una sexualidad realmente libre
el sexo debe ser una conversación entre cuerpos y deseos / freepik
Se dice que vivimos tiempos de liberación sexual. Que ya nadie se escandaliza, que el deseo dejó de ser un secreto, que las redes sociales abrieron la puerta a una conversación más franca sobre el cuerpo y el placer. Pero, como suele pasar con las promesas del progreso, la libertad muchas veces se parece más a un espejismo que a una conquista.
“A pesar del acceso a la información y de la aceptación de distintas orientaciones o prácticas, siguen circulando mitos sobre el sexo que condicionan la forma en que muchas personas experimentan sus relaciones”, explicó a EL DIA la psicóloga Patricia Díaz Vidondo, terapeuta de parejas. Lo paradójico es que esos mitos no desaparecen: se transforman y reaparecen bajo nuevas formas, especialmente en las redes sociales, donde la presión estética y la ansiedad por rendir también invaden la intimidad.
La aparente liberación, entonces, puede funcionar como una nueva forma de control. El cuerpo, el deseo y el rendimiento sexual se vuelven otra vitrina. “En vez de mayor libertad, muchas personas sienten más inseguridad, baja autoestima y dificultades para vincularse”, advirtió Díaz Vidondo.
Uno de los mitos más persistentes es el que dice que los hombres siempre quieren tener sexo y las mujeres no. En esa fórmula, tan vieja como el patriarcado, hay una carga que erosiona la espontaneidad del encuentro: los varones se sienten presionados a responder con deseo constante, y las mujeres, culpables si lo sienten.
“El sexo no es una cuestión de género”, aclaró Díaz Vidondo. “Depende de múltiples factores biológicos, psicológicos y emocionales. Y sobre todo, de una experiencia subjetiva, única, que se da de manera distinta en cada persona”, sumó.
Así, el deseo no se reparte con equidad ni se impone por mandato. Y sin embargo, los estereotipos siguen dictando cómo debería sentirse el placer: los hombres deben querer, las mujeres deben ceder, y en ese guión, lo que se pierde es la posibilidad de escuchar el cuerpo sin culpa ni exigencia.
Otro mito: que el sexo solo es bueno si termina en orgasmo. Esa lógica del resultado —tan propia de una cultura que mide todo en términos de éxito— empobrece la experiencia sexual. Si no hay clímax, parece no haber valor.
“Centrarse únicamente en el orgasmo puede interferir en el disfrute del encuentro sexual en su totalidad”, explicó la psicóloga. El placer, recordó “empieza mucho antes”: en la anticipación, en la palabra, en la mirada, en el tacto. “Todo depende del vínculo, de los gustos y preferencias de cada persona”, expresó.
El orgasmo, entonces, no es una meta sino una posibilidad. Y el encuentro no es una competencia. En esa diferencia sutil, pero crucial, se juega buena parte de la ansiedad sexual contemporánea.
Uno de los silencios más nocivos sigue siendo el que pesa sobre el diálogo sexual dentro de la pareja. La idea de que hablar de sexo es incómodo, innecesario o “mata la magia” todavía flota en muchos vínculos.
“Por el contrario —dijo Díaz Vidondo—, es necesario comunicarse de manera abierta y empática sobre los gustos, las preferencias, las fantasías. Siempre desde el respeto y el cuidado mutuo”.
Entonces, hablar no sólo no arruina el deseo: puede ser una de las formas más poderosas de erotismo. Nombrar el deseo es reconocerlo, legitimar que el placer también se construye con palabras.
Otro mito que persiste —a pesar de toda la revolución sexual— es el que reduce el sexo exclusivamente a la genitalidad.
“El encuentro sexual incluye muchas prácticas que no necesariamente involucran penetración”, señaló Díaz Vidondo. La cultura visual, los relatos pornográficos y cierta educación sexual limitada tienden a reducir la sexualidad a una secuencia mecánica, donde el cuerpo se divide en zonas útiles y zonas decorativas.
Desarmar esa idea es ampliar el mapa del placer. Y eso implica reconocer la diversidad de experiencias, la sensibilidad de otras zonas del cuerpo, y sobre todo, la posibilidad de redefinir el encuentro desde el deseo mutuo y no desde la norma.
El tiempo, también, se volvió una medida del “buen sexo”. Según Díaz Vidondo, “hay un mito que dice que el encuentro sexual debe durar cierta cantidad de tiempo, y si no se cumple con esa regla se asocia al fracaso”. Esa expectativa —falsa y cruel— instala una sensación de frustración que impide disfrutar lo que efectivamente ocurre.
Y cuando aparecen los juguetes sexuales, muchos sienten culpa o pudor. “Todavía hay un tabú”, dice la psicóloga. “Se los asocia con algo prohibido o que puede dañar al otro. Pero su uso puede justamente ampliar el placer y ofrecer nuevas formas de experimentarlo”, manifestó.
El cuerpo no necesita cumplir un estándar de duración ni competir con un manual. Lo cierto es que el encuentro es un lenguaje que se aprende con práctica, no con performance.
La psicóloga insistió: todos estos discursos “tienden a marcar diferencias entre los géneros, lo que puede sentir o no una mujer o un hombre”. Detrás de cada mito hay una frontera invisible: lo que se espera, lo que se permite, lo que se castiga.
Y sin embargo, el deseo —esa fuerza que atraviesa cuerpos, épocas y discursos— no obedece a esas reglas.
La invitación de Díaz Vidondo es clara: derribar preconceptos y prejuicios que generan inhibición y frustración. Hablar, explorar, animarse a revisar lo aprendido. Porque si el placer no se piensa, se repite. Y repetir, en este caso, es volver al punto cero de la represión.
Una sexualidad libre no es una sexualidad sin límites. Es una sexualidad con conciencia, con respeto, con curiosidad genuina por el propio cuerpo y el del otro.
Requiere desarmar los relatos heredados, cuestionar los mandatos y entender que la intimidad no es un deber sino un espacio posible.
El sexo —cuando se lo despoja de sus mitos— deja de ser un terreno de rendimiento y culpa para volver a ser lo que nunca debió dejar de ser: una conversación entre cuerpos, deseos y tiempos que se buscan.
La comunicación sexual no es un interrogatorio o una evaluación. Debe ser un lugar seguro
“Centrarse sólo en el orgasmo puede interferir en el disfrute sexual en su totalidad”
el sexo debe ser una conversación entre cuerpos y deseos / freepik
el contexto social puede generar preocupación y estrés en la pareja / freepik
el sexo debe ser una conversación entre cuerpos y deseos / freepik
son muchos los que sienten inseguridad, baja autoestima y dificultades para vincularse / freepik
buscar sólo el orgasmo puede afectar el disfrute / freepik
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