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Mapuche y cristiano

Quién fue Ceferino Namuncurá, el hijo de un cacique que se convirtió en católico y llegó a ser recibido por el Papa, que soñaba con mejorar la situación de su pueblo tras la conquista del desierto y que hoy es beatificado en una solemne ceremonia en Río Negro. La opinión de la Iglesia y la fe de sus devotos.

Mapuche y cristiano

Mapuche y cristiano

11 de Noviembre de 2007 | 00:00
María Cristina es de Venado Tuerto y le agradece a Ceferino el regreso de su hija, que se había alejado por un disgusto. Mariana vive en San Pablo, Brasil, y le agradece al "amigo Ceferino" el primer trabajo que consiguió su allegado Michel, de 18 años. Mirta Teresita es de Córdoba y su agradecimiento se debe a la recuperación de una nena operada del corazón a los 4 años. Estas expresiones, que aparecen en Internet y que se pueden escuchar entre los promeseros que sin pausa visitan Chimpay o Fortín Mercedes -epicentros de la devoción- ilustran el fervor que inspira la figura de Ceferino Namuncurá, quien hoy es beatificado y se transforma en el primer beato de origen mapuche reconocido por la Iglesia católica. Pero no son las únicas también están las infinitas estampitas del "lirio de las pampas" presentes en hogares argentinos y las miles de ermitas en su memoria construidas a la vera de las rutas.

El acontecimiento de la beatificación le cambió la cara desde hace semanas a Chimpay, la localidad rionegrina que vió nacer a Ceferino, donde se reunieron para las celebraciones más de 150.000 personas, donde se agotó el alojamiento desde hace días y donde el clima de fiesta se apoderó de todo. Y no sólo eso: también motivó expresiones de júbilo de feligreses y del clero, ante una celebración largamente esperada.

"Nos llena de alegría la beatificación de Ceferino Namuncurá (...) Ceferino representa un modelo precioso, que nos recuerda a Jesús que fue también niño, adolescente y joven", dijo por caso el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, mientras un documento difundido por los obispos de la región patagónica y del Comahue -en castellano y en lengua mapuche- destaca el valor de la vida de Ceferino como ejemplo de la igualdad de todas las razas y un símbolo del valor del amor y del perdón en una sociedad donde la violencia y la fuerza son moneda corriente.

La de Ceferino es una fe pascual, marcada por el sufrimiento, el servicio y la esperanza. Y su vida es un mensaje de santidad, una santidad enraizada en el Evangelio y en la realidad de su pueblo, vivida como un compromiso serio, indican en ese documento los obispos.

DE LAS TOLDERIAS A ROMA

Los actos de beatificación de Ceferino son a la vez una invitación para rescatar su apasionante historia, donde se conjuga el conflicto propio de una singular época del país que enfrentó a blancos y etnias originarias; las particularidades de las misiones salesianas en una Patagonia olvidada y hostil y las características de la vida en las tolderías.

En esas tolderías, ubicadas a orillas del Río Negro y al mando del cacique (lonco) Manuel Namuncurá nació Ceferino, cuya madre fue Rosario Burgos, de quien alguna vez se dijo que era una cautiva chilena, aunque sus rasgos típicamente mapuches parecían empujar esa versión a la categoría de leyenda.

El Chimpay donde Ceferino Namuncurá nació era una típica comunidad mapuche, de esas que rara vez excedían las 400 personas y que se organizaban en clanes al mano de un jefe.

Los mapuches, originalmente emplazados del otro lado de la cordillera extendieron con el tiempo su territorio hacia el este, desplazando de la costa y la meseta patagónica a los mansos tehuelches.

De a poco, la cultura mapuche, su lengua y sus creencias se fueron imponiendo en ese territorio donde el blanco era todavía un extraño y donde nombres como los de Calfucurá y Namuncurá -principales líderes mapuches- imponían el respeto.

El entorno cultural y religioso donde Ceferino creció poco hacía prever su futuro cercano a la Iglesia y mucho menos su actualidad. Como todo mapuche, creció rindiéndole tributo al dios Nguenechén, la divinidad suprema de la raza, al que se subordinaban los nguenechenú, algo así como las propiedades de las aguas del cielo y los huenein, que eran las energías que protegían a los hombres. Pero la más triste celebridad entre las deidades mapuches le cabe al hulalichu, un espíritu maléfico capaz de acechar al hombre y causarle distintos problemas.

Como hijo de cacique, Ceferino creció y vivió los primeros 11 años de su vida en Chimpay rodeado de esas creencias y participando de esos rituales. Pero lo hizo, además, en un contexto histórico especial durante el cual su pueblo fue empujado a la miseria de la mano de la conquista del desierto y esa situación lo llevó a buscar nuevos caminos.

Manuel Namuncurá (Garrón de Piedra, en mapuche), padre de Ceferino, era el sucesor del gran cacique Calfucurá (Piedra Azul), quien se había convertido en una leyenda y en el líder de un ejército de más de 3.000 lanzas, resultado de una gran confederación creada a partir de la unión de distintas tribus para defender sus tierras.

El 3 de junio de 1873, Calfucurá -que había cultivado una buena relación con Rosas- murió y dejó como sucesor a Manuel Namuncurá, quien se encontró con una coyuntura distinta. Por entonces se lanzó al mando del general Julio Argentino Roca la conquista del desierto y Namuncurá resistió como pudo cada vez con menos indios, hasta que, replegado en la cordillera, decidió rendirse.

Se le asignaron entonces unas tres leguas de territorio, insuficientes para albergar a su gente, y ya sin ganados ni recursos cayó junto a su tribu en la más extrema pobreza.

Esos días de carencias y sin futuro fueron los que albergaron la infancia de Ceferino, que tenía apenas tres años cuando se convirtió en una leyenda entre los suyos

Todo sucedió cuando nadando en aguas del Río Negro fue arrastrado por la corriente. Ya nadie en Chimpay creía que pudiera volver cuando el río lo devolvió a la orilla. Con los años, este hecho fue interpretado en su entorno como un primer milagro.

Fuera de aquel incidente y de su condición de hijo de cacique, hay otros rasgos que hacen de Ceferino un chico distinto. Observador, serio y preocupado por los suyos, tenía apenas 11 años cuando planteó a Manuel Namuncurá su interés por formarse entre los blancos y aprender de ellos para así poder ayudar a su etnia.

Namuncurá se asesoró y lo envió junto a unos primos a estudiar a Buenos Aires. Inicialmente a una escuela de la Marina, donde Ceferino no se sintió cómodo. Y posteriormente a un colegio salesiano de Almagro, el Pío IX, donde su destino iba a virar de manera insospechada.

CON LOS SALESIANOS

Desde el principio Ceferino se siente a gusto con los salesianos y se muestra capaz para el estudio. Su vínculo con sus compañeros -entre ellos Carlos Gardel- es bueno, a pesar de que es señalado como "el indio" y no faltan las bromas y el desprecio.

Pero es entre los salesianos donde el "lirio de las pampas" va a encontrar su destino y va a forjar el sueño que nunca pudo llegar a cumplir: el de convertirse en sacerdote y llevar una vida de santidad.

La historia de los salesianos en el país se remonta a los sueños del sacerdote turinés San Juan Bosco, según indica el sitio oficial de la beatificación de Ceferino, en Internet.

En base a esos sueños, Don Bosco abrevó su proyecto de misionar en la Patagonia, que hicieron realidad los miembros de la congregación salesiana.

Cuentan los historiadores que, aunque nunca renegó de su origen, Ceferino Namuncurá demostró desde el principio una atracción poco común por la religión católica.

Con gran entusiasmo se dedicó al estudio del catecismo desde su llegada y al de los sacramentos. De esta manera pronto pudo recibir el bautismo y la confirmación. Pero no conforme con eso se integró a agrupaciones voluntarias del colegio y comenzó a desempeñarse como catequista.

Pronto le reveló a uno de sus superiores en la institución su deseo de dedicarse por completo a la religión, hacerse salesiano y "enseñar a mis hermanos el camino al cielo, como me lo enseñaron a mi", según sus propias palabras.

Pero ese camino pronto se revelaría como dificultoso. En primer lugar, porque Ceferino no era hijo legítimo, un requisito indispensable para ser ordenado sacerdote. También resultaba un obstáculo que, pese a sus múltiples esfuerzos, jamás pudo obtener el acta de bautismo, igualmente necesaria para lograr su sueño de ser misionero entre los suyos, los mapuches.

Pero había un obstáculo más serio y era su enfermedad. Los historiadores estiman que a fines de 1901 le aparecen los primeros síntomas de tuberculosis, que no harán más que potenciarse hasta su muerte

Esa irrupción hizo que Ceferino fuera enviado a trabajar en una escuela agraria en el campo y más tarde a Viedma, junto a un grupo de aspirantes a sacerdotes salesianos. En ambos sitios su tarea fue sobresaliente y eso le ganó el afecto de los salesianos y el de las poblaciones donde se asentaban.

El agravamiento de su enfermedad hizo que los padres salesianos lo enviaran a Italia, con la esperanza de que los mayores adelantos médicos favorecieran su recuperación.

Munido de su humildad y su sencillez características, Ceferino emprende ese viaje con una sensación agridulce: Italia es un estímulo para la vivencia de su fe cristiana y es la casa de la orden que lo cobijó y lo llevó al catolicismo. Pero es también el alejamiento, que sabe definitivo, de su tierra y de los suyos. Y la posibilidad de no poder concretar su anhelo de mejorar la situación de los mapuches.

Su paso por Italia no es silencioso. Se interesan por conocer al joven mapuche los sucesores de Don Bosco y hasta se reúne con el papa Pío X, que lo recibe en dos ocasiones y le regala una medalla como recuerdo del encuentro. Todos quedan admirados por su inusual mezcla de sabiduría y humildad.

Más tarde lo trasladan a un nuevo colegio en Italia, donde vive días de oración y soledad, antes de que el agravamiento de su enfermedad obligue a internarlo nuevamente a principios de marzo de 1905, en el hospital Fratebenefratelli.

Allí fallece el 11 de mayo de 1905. Sus restos son enterrados en Italia y, más tarde, un salesiano interesado en escribir sobre su vida se entera de que los restos de Ceferino están por ser enviados a una fosa común, de manera que se ocupa de rescatarlos para su repatriación. Esta se produce en 1924, cuando los restos de Ceferino son trasladados a Fortín Mercedes, convertido desde entonces en centro de peregrinación de numerosos promeseros.

HACIA LA BEATIFICACION

Durante años, la devoción por Ceferino fue considerada un culto popular hasta que en 1947 se inicia en Viedma el proceso de canonización, en el que declararon, inicialmente, 21 testigos.

En 1972 el Papa Pablo VI lo declara venerable en un decreto en el que exalta la heroicidad de sus virtudes.

Finalmente, el 6 de julio de este año, el Papa Benedicto XVI aprobó el dictamen de la Congregación de la Causa de los Santos, declarando la aceptación de un milagro obtenido por la intercesión del venerable dejando todo listo para la beatificación que se concreta hoy.

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