De Bivongi, Italia, a La Plata
Los primeros inmigrantes llegaron hace 100 años a la Ciudad. Hoy, forman la mayor comunidad de bivongesi que existe en el mundo
| 19 de Enero de 2009 | 01:00

Salvador Comito fue uno de los primeros en llegar a La Plata a principios del siglo XX. Se casó con Rosario Nardo, también bivongese, y tuvieron a Juana, quien fuera mucho tiempo después una querida y recordada portera de la escuela Nº 42. El sentimiento patriota no se olvidó al cruzar el Atlántico. Todo lo contrario. Ante la primera llamada para alistarse en el ejército para luchar en la Primera Guerra Mundial, Salvador ni lo dudó. Se fue y nunca más regresó. Un tiempo después, su esposa se volvió a casar y solamente de esta familia nacieron más de 80 descendientes que viven en la Ciudad. Bivongi, un pueblito de Reggio Calabria que, paradójicamente, hoy tiene muchos menos habitantes que los que hay sembrados en el exterior
Historias como éstas, cientas. Los miembros de la comunidad no se atreven a manifestar una cifra pero calculan que son miles. Hay bivongesi en capital federal, en Mercedes, en Córdoba y en otros puntos del país. Pero también los hay en Australia, Estados Unidos y Canadá. Además de los que se han dispersado por las distintas zonas de Europa. Pero los de La Plata forman la mayor comunidad. En los cuatro puntos del globo hay algún inmigrante o descendiente de las cálidas tierras de Bivongi, un pueblito de Reggio Calabria que, paradójicamente, hoy tiene muchos menos habitantes que los que hay sembrados en el exterior.
Por casualidades de la vida, gran cantidad de inmigrantes eligieron el mismo lugar para asentarse en familia: entre Plaza Castelli y Los Hornos. Incluso hay una zona a la que, entre ellos, denominan la “Villa Valenti”: “desde la calle 137 hasta la 143 y de 44 a 49, aproximadamente, hay muchísimos paisanos bivongesi y casi todos se apellidan Valenti; por eso, entre los vecinos, le pusimos ese nombre”, asegura Antonio Francisco Pisano, nacido en Bivongi, y actual presidente del Centro Cultural Bivongesi.
En la comunidad hay cerca de 100 bivongesi que tienen más de 75 años. Los primeros inmigrantes se formaron en diferentes profesiones pero no tuvieron acceso a estudios de grado. Pero hoy, debido a las posibilidades que la Ciudad les brindó, ya son cerca de 130 los profesionales universitarios; de los cuáles, dos de ellos, tienen más de 80 años.
Algunos han ocupado cargos relevantes en la Ciudad. En este sentido, Agustín Nardo, maestro de la banda de música de la Policía bonaerense; Zelindo Lentini, quien fuera presidente del Club Estudiantes de La Plata en 1972; José “Pino” Melía, director del Teatro Argentino por mucho tiempo; y Egirio Melía, director del hospital Melchor Romero, son algunos buenos ejemplos.
CRUZAR EL ATLANTICO
Con la idea de buscar nuevos horizontes comenzaron a llegar a la Ciudad hace ya casi un siglo. Ellos, -con las características comunes de todos los inmigrantes- ojos melancólicos, manos rústicas, parcos en palabras y diligentes en el quehacer, vinieron antes y se asentaron. Ellas, mujeres todoterreno, amas de casa y súper devotas de la virgen “María Santíssima Mamma Nostra”, lo hicieron después, con sus hijos en el regazo.
Así llegó Antonio Pisano en 1948. Apenas tenía un año cuando, dejando a sus abuelos y familiares en Bivongi, se subió al barco en los brazos de su madre, dispuestos a reencontrarse con su padre y esposo que ya vivía en La Plata desde hacía unos meses atrás. “En esa época, los familiares que quedaban en el pueblo, cuando veían que el tren que los llevaba a los emigrantes al puerto se perdía en el horizonte, sentían que nunca más los volverían a ver”, cuenta “Tonino” -como le dicen los de confianza-, quien no puede dejar de emocionarse al entonar el nombre de su querido pueblo natal.
Labradores, zapateros, sastres, carpinteros, albañiles, peluqueros, músicos y herreros. Todos los oficios. Lo que no sabían, lo aprendían. Ganas nunca faltaron. Los bivongesi se asentaron en la Ciudad y, desde entonces, comenzaron a celebrar desde 1947 las tradicionales fiestas patronales, el segundo domingo del mes de septiembre, en el que se le rinde honor a su Virgen.
“Por la Mamma Nostra tengo un sentimiento que no se puede explicar. Y lo que trato de hacer es ir incorporando a los más chicos para que la tradición no se corte”, expresa “Cachito” Coniglio, uno de los descendientes directos de bivongesi que más respeto le tiene la Virgen. El, es el encargado de organizar el grupo que, año tras año, lleva en sus hombros la imagen de María Santíssima en la procesión que se realiza por las calles de la Ciudad.
“CACHITO”, SUPER DEVOTO
“Por la Mamma Nostra tengo un sentimiento que no se puede explicar. Y lo que trato de hacer es ir incorporando a los más chicos para que la tradición no se corte”, expresa “Cachito” Coniglio, uno de los descendientes directos de bivongese que más respeto le tiene la Virgen. El, es el encargado de organizar el grupo que, año tras año, lleva en sus hombros la imagen de María Santíssima en la procesión que se realiza por las calles de la Ciudad.
Su padre, Pascual, se había asentado, apenas llegó a Argentina, en Córdoba. Ahí comenzó a hacer los lazos, con mucho sacrificio, pero sin poder olvidarse de todo lo que había dejado en Bivongi. Sus padres habían quedado allí y el deseo de volver a verlos se hizo realidad después de unos años cuando, tras hipotecar la casa familiar, pudo regresar y despedirse para siempre de sus progenitores.
Cachito había venido a La Plata en varias oportunidad. Nunca se perdían una fiesta de la Mamma Nostra. Fue así que comenzó a descubrir las virtudes de La Plata y decidió, con su familia, mudarse para estos pagos. Desde hace más de 40 años ellos están aquí y son una de las familias que más respeto y admiración tienen por la Virgen que “los protege”.
MASSIMA, EJEMPLO DE BIVONGESE
Massimina Melia, más conocida por todos como Massima, nació en Bivongi en 1926. Fue la menor de once hermanos. El 3 de julio de 1949, casada y recientemente embarazada, llegó a La Plata con su marido. “Cuando me enteré que iba a tener un hijo me quería morir. Estaba recién llegada; en un país que no conocía a nadie; me había venido con la ilusión de trabajar y no podía. Entonces me puse a coser en mi casa y con eso nos fuimos manteniendo”, manifiesta esta italiana que todavía conserva en perfecto estado ese idioma calabrés y, además, recuerda que “mi marido, en cambio, a los dos días ya estaba trabajando. A los italianos todos los querían para trabajar porque sabían que no eran haraganes y laburaban muy bien”.
A pesar de todo, “salimos adelante”. “Los bivongesi somos gente muy sencilla, buena. Si vos vas a mi pueblo y decís que sos mi amiga, seguro te dan alojamiento y comida. Todos me conocen”, asegura Massima quien tuvo la suerte de volver en varias oportunidades y recibir, en todas las ocasiones, las mejores de las recibidas.
Al frente de su comercio de zapatos -”La Italiana”-, el que con mucho esfuerzo pudo abrir en 1962 y mantener hasta la actualidad, Massima concluye diciendo que “nosotros no vinimos para acá a hacernos la América, como se dice. Nosotros vinimos a trabajar. Somos muy buenos ciudadanos, pagamos los impuestos religiosamente. Y hasta pudimos hacer estudiar a nuestros hijos. Pero todo con mucho sacrificio”.
MARIO, DESCENDIENTE DIRECTO
“Mi papá cuando se vino a la Argentina -ocho años antes que su mamá y su hermanita-, allá por 1920, se recorrió todo el país trabajando como bracero en el ferrocarril. Pero después se enteró que en La Plata había mucho trabajo y se vino a vivir a la casa de un bivongese en 47 entre 20 y 21”, relata Mario Murace, un muy amable descendiente directo del pueblito italiano quien, además, recuerda que “antes, los que ya estaban viviendo en la Ciudad, le daban alojamiento a los que recién llegaban. Cuando ellos conseguían trabajo, se iban haciendo sus propias casitas, de chapa y madera primero, detrás de los terrenos para irse a vivir solos. Entre todos se ayudaban”.
Mucho esfuerzo y sacrificio. Así, fue la vida de los inmigrantes en general. Los bivongesi no escaparon a la regla. “Gringos a pan y cebolla”, describe Marito -como le dicen sus amigos-. De su familia y de sus compatriotas tiene los mejores recuerdos. Sus papás “muy pobres, casi analfabetos, tenían una devoción por sus hijos increíble. Eran muy trabajadores y limpios. Teníamos quinta y un gallinero casi tan limpio que la cocina de la casa”.
Mario, actualmente, vive en plena “Villa Valenti”. Haciendo referencia a este sobrenombre que los mismos vecinos le han puesto al barrio, remata diciendo: “el bivongesi es como la gramilla. Está por todos lados”.
CARMEN LENTINI, UNA INTELECTUAL
Nació en Bivongi en 1924. Es una de los cinco hijos que tuvieron su papá y su mamá, todos en el pueblo italiano. Cuando ella tenía 9 años, recuerda, se subieron a un barco que los llevaría al reencuentro con su padre que ya se encontraba en La Plata trabajando. “Después de las despedidas que fueron muy especiales, porque dejábamos el pueblo, partimos desde Nápoles. Viajamos en la tercera clase del barco que se llamaba ´Belvedere`. Recuerdo que las mujeres iban de un lado y los hombres del otro”, relata Carmen y recuerda las imágenes de los peces dorados en las Islas Canarias y de las bananas que, por primera vez, comieron en Brasil.
Los Lentini se instalaron en 7 y 64. Todos los hermanos, sin hablar “una gota de español” fueron a la escuela una semana después de haber llegado. “Fuimos a la escuela Nº 15, José Manuel Estrada, de la calle 4 y diagonal 73. Mi papá siempre decía: lo primero es el estudio. Entonces fuimos todos y al poquito tiempo ya hablábamos castellano porque, a la tarde, íbamos a una escuela italiana (55 entre 10 y 11)”.
Historias como éstas, cientas. Los miembros de la comunidad no se atreven a manifestar una cifra pero calculan que son miles. Hay bivongesi en capital federal, en Mercedes, en Córdoba y en otros puntos del país. Pero también los hay en Australia, Estados Unidos y Canadá. Además de los que se han dispersado por las distintas zonas de Europa. Pero los de La Plata forman la mayor comunidad. En los cuatro puntos del globo hay algún inmigrante o descendiente de las cálidas tierras de Bivongi, un pueblito de Reggio Calabria que, paradójicamente, hoy tiene muchos menos habitantes que los que hay sembrados en el exterior.
Por casualidades de la vida, gran cantidad de inmigrantes eligieron el mismo lugar para asentarse en familia: entre Plaza Castelli y Los Hornos. Incluso hay una zona a la que, entre ellos, denominan la “Villa Valenti”: “desde la calle 137 hasta la 143 y de 44 a 49, aproximadamente, hay muchísimos paisanos bivongesi y casi todos se apellidan Valenti; por eso, entre los vecinos, le pusimos ese nombre”, asegura Antonio Francisco Pisano, nacido en Bivongi, y actual presidente del Centro Cultural Bivongesi.
En la comunidad hay cerca de 100 bivongesi que tienen más de 75 años. Los primeros inmigrantes se formaron en diferentes profesiones pero no tuvieron acceso a estudios de grado. Pero hoy, debido a las posibilidades que la Ciudad les brindó, ya son cerca de 130 los profesionales universitarios; de los cuáles, dos de ellos, tienen más de 80 años.
Algunos han ocupado cargos relevantes en la Ciudad. En este sentido, Agustín Nardo, maestro de la banda de música de la Policía bonaerense; Zelindo Lentini, quien fuera presidente del Club Estudiantes de La Plata en 1972; José “Pino” Melía, director del Teatro Argentino por mucho tiempo; y Egirio Melía, director del hospital Melchor Romero, son algunos buenos ejemplos.
CRUZAR EL ATLANTICO
Con la idea de buscar nuevos horizontes comenzaron a llegar a la Ciudad hace ya casi un siglo. Ellos, -con las características comunes de todos los inmigrantes- ojos melancólicos, manos rústicas, parcos en palabras y diligentes en el quehacer, vinieron antes y se asentaron. Ellas, mujeres todoterreno, amas de casa y súper devotas de la virgen “María Santíssima Mamma Nostra”, lo hicieron después, con sus hijos en el regazo.
Así llegó Antonio Pisano en 1948. Apenas tenía un año cuando, dejando a sus abuelos y familiares en Bivongi, se subió al barco en los brazos de su madre, dispuestos a reencontrarse con su padre y esposo que ya vivía en La Plata desde hacía unos meses atrás. “En esa época, los familiares que quedaban en el pueblo, cuando veían que el tren que los llevaba a los emigrantes al puerto se perdía en el horizonte, sentían que nunca más los volverían a ver”, cuenta “Tonino” -como le dicen los de confianza-, quien no puede dejar de emocionarse al entonar el nombre de su querido pueblo natal.
Labradores, zapateros, sastres, carpinteros, albañiles, peluqueros, músicos y herreros. Todos los oficios. Lo que no sabían, lo aprendían. Ganas nunca faltaron. Los bivongesi se asentaron en la Ciudad y, desde entonces, comenzaron a celebrar desde 1947 las tradicionales fiestas patronales, el segundo domingo del mes de septiembre, en el que se le rinde honor a su Virgen.
“Por la Mamma Nostra tengo un sentimiento que no se puede explicar. Y lo que trato de hacer es ir incorporando a los más chicos para que la tradición no se corte”, expresa “Cachito” Coniglio, uno de los descendientes directos de bivongesi que más respeto le tiene la Virgen. El, es el encargado de organizar el grupo que, año tras año, lleva en sus hombros la imagen de María Santíssima en la procesión que se realiza por las calles de la Ciudad.
“CACHITO”, SUPER DEVOTO
“Por la Mamma Nostra tengo un sentimiento que no se puede explicar. Y lo que trato de hacer es ir incorporando a los más chicos para que la tradición no se corte”, expresa “Cachito” Coniglio, uno de los descendientes directos de bivongese que más respeto le tiene la Virgen. El, es el encargado de organizar el grupo que, año tras año, lleva en sus hombros la imagen de María Santíssima en la procesión que se realiza por las calles de la Ciudad.
Su padre, Pascual, se había asentado, apenas llegó a Argentina, en Córdoba. Ahí comenzó a hacer los lazos, con mucho sacrificio, pero sin poder olvidarse de todo lo que había dejado en Bivongi. Sus padres habían quedado allí y el deseo de volver a verlos se hizo realidad después de unos años cuando, tras hipotecar la casa familiar, pudo regresar y despedirse para siempre de sus progenitores.
Cachito había venido a La Plata en varias oportunidad. Nunca se perdían una fiesta de la Mamma Nostra. Fue así que comenzó a descubrir las virtudes de La Plata y decidió, con su familia, mudarse para estos pagos. Desde hace más de 40 años ellos están aquí y son una de las familias que más respeto y admiración tienen por la Virgen que “los protege”.
MASSIMA, EJEMPLO DE BIVONGESE
Massimina Melia, más conocida por todos como Massima, nació en Bivongi en 1926. Fue la menor de once hermanos. El 3 de julio de 1949, casada y recientemente embarazada, llegó a La Plata con su marido. “Cuando me enteré que iba a tener un hijo me quería morir. Estaba recién llegada; en un país que no conocía a nadie; me había venido con la ilusión de trabajar y no podía. Entonces me puse a coser en mi casa y con eso nos fuimos manteniendo”, manifiesta esta italiana que todavía conserva en perfecto estado ese idioma calabrés y, además, recuerda que “mi marido, en cambio, a los dos días ya estaba trabajando. A los italianos todos los querían para trabajar porque sabían que no eran haraganes y laburaban muy bien”.
A pesar de todo, “salimos adelante”. “Los bivongesi somos gente muy sencilla, buena. Si vos vas a mi pueblo y decís que sos mi amiga, seguro te dan alojamiento y comida. Todos me conocen”, asegura Massima quien tuvo la suerte de volver en varias oportunidades y recibir, en todas las ocasiones, las mejores de las recibidas.
Al frente de su comercio de zapatos -”La Italiana”-, el que con mucho esfuerzo pudo abrir en 1962 y mantener hasta la actualidad, Massima concluye diciendo que “nosotros no vinimos para acá a hacernos la América, como se dice. Nosotros vinimos a trabajar. Somos muy buenos ciudadanos, pagamos los impuestos religiosamente. Y hasta pudimos hacer estudiar a nuestros hijos. Pero todo con mucho sacrificio”.
MARIO, DESCENDIENTE DIRECTO
“Mi papá cuando se vino a la Argentina -ocho años antes que su mamá y su hermanita-, allá por 1920, se recorrió todo el país trabajando como bracero en el ferrocarril. Pero después se enteró que en La Plata había mucho trabajo y se vino a vivir a la casa de un bivongese en 47 entre 20 y 21”, relata Mario Murace, un muy amable descendiente directo del pueblito italiano quien, además, recuerda que “antes, los que ya estaban viviendo en la Ciudad, le daban alojamiento a los que recién llegaban. Cuando ellos conseguían trabajo, se iban haciendo sus propias casitas, de chapa y madera primero, detrás de los terrenos para irse a vivir solos. Entre todos se ayudaban”.
Mucho esfuerzo y sacrificio. Así, fue la vida de los inmigrantes en general. Los bivongesi no escaparon a la regla. “Gringos a pan y cebolla”, describe Marito -como le dicen sus amigos-. De su familia y de sus compatriotas tiene los mejores recuerdos. Sus papás “muy pobres, casi analfabetos, tenían una devoción por sus hijos increíble. Eran muy trabajadores y limpios. Teníamos quinta y un gallinero casi tan limpio que la cocina de la casa”.
Mario, actualmente, vive en plena “Villa Valenti”. Haciendo referencia a este sobrenombre que los mismos vecinos le han puesto al barrio, remata diciendo: “el bivongesi es como la gramilla. Está por todos lados”.
CARMEN LENTINI, UNA INTELECTUAL
Nació en Bivongi en 1924. Es una de los cinco hijos que tuvieron su papá y su mamá, todos en el pueblo italiano. Cuando ella tenía 9 años, recuerda, se subieron a un barco que los llevaría al reencuentro con su padre que ya se encontraba en La Plata trabajando. “Después de las despedidas que fueron muy especiales, porque dejábamos el pueblo, partimos desde Nápoles. Viajamos en la tercera clase del barco que se llamaba ´Belvedere`. Recuerdo que las mujeres iban de un lado y los hombres del otro”, relata Carmen y recuerda las imágenes de los peces dorados en las Islas Canarias y de las bananas que, por primera vez, comieron en Brasil.
Los Lentini se instalaron en 7 y 64. Todos los hermanos, sin hablar “una gota de español” fueron a la escuela una semana después de haber llegado. “Fuimos a la escuela Nº 15, José Manuel Estrada, de la calle 4 y diagonal 73. Mi papá siempre decía: lo primero es el estudio. Entonces fuimos todos y al poquito tiempo ya hablábamos castellano porque, a la tarde, íbamos a una escuela italiana (55 entre 10 y 11)”.
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