Recuerdos de aquel día en el que conocí a Winston Churchill
| 26 de Agosto de 2012 | 00:00

Por SILVANO J. TREVISAN
Marzo de 1960. Quien esto escribe completaba sus estudios de postgrado en el Imperial College of Science and Technology de Londres. El Dean de la Facultad nos convocó a un acto académico programado en homenaje y reconocimiento a Winston Churchill por su rica y brillante trayectoria como hombre de la cultura británica. Obviamente todos participamos de ese encuentro pues nadie -y en modo especial ningún estudiante extranjero- quiso perderse la oportunidad de conocer a uno de los estadistas más brillantes y polémicos del siglo XX quien fuera, entre otras cosas, escritor, militar y político de raza, además de gran líder nacional durante la Segunda Guerra Mundial. Y no nos equivocamos: el encuentro dejó en nosotros una impronta imborrable.
Algunos años antes el homenajeado había sufrido un accidente cerebro vascular que había afectado parcialmente la parte izquierda de su cuerpo. Aunque notoriamente recuperado, nunca volvió a tener la misma energía que le habíamos reconocido a través de la información periodística. Tenía un aspecto tal como el “reposo del guerrero”, propio de todos aquellos que han hecho más obras que declaraciones.
LA PRIMERA IMAGEN
Entró al recinto apoyado, por un lado, en su infaltable bastón y, por el otro, en el brazo del Decano. Su apariencia era la de un anciano pero conservaba aún una figura noble, bella y varonil, con esa altivez y presencia que hicieron que los alemanes, años antes, lo bautizaran como “El Bulldog Británico”. Con su rostro redondo, un tanto rosado, nos saludó moviendo lentamente una de sus manos durante algunos segundos. Lo aplaudimos de pie, como correspondía. La discapacidad le impidió utilizar su arma más poderosa, la más temida por sus adversarios y que más había empleado en su agitada vida política: la encendida palabra. De modo que fue el Dean quien ocupó la tribuna para comentar aspectos diversos de su vida, con la elegante objetividad y cálida rigurosidad propias de los ingleses cultos. Lo escuchamos con respetuosa atención.
Así fue como nos enteramos y registramos algunos pormenores de la trayectoria de este gigante político.
DATOS BIOGRAFICOS
Sir Winston Leonard Spencer Churchill, tal su nombre completo, había nacido el 30 de noviembre de 1874, en un pequeño pueblo del Condado de Oxford, de modo que en ese momento tenía 86 años. Su madre, Jeanette Jerome, era una bella y rica norteamericana, y su padre, Lord Randolph Churchill, un destacado político inglés -con ancestros en la realeza británica-, miembro del Partido Conservador, como lo sería su hijo durante toda su vida. Winston tuvo un solo descendiente: Randolph Frederick (1911-1968), también escritor y periodista.
Nuestro homenajeado fue un brillante estudiante del Royal Militar College. A los 22 años su regimiento fue enviado a India y hacia allá fue en su doble rol de soldado y corresponsal. También combatió en Sudán y en Africa. Y participó de la Primera Guerra Mundial.
Durante la década del ‘30 advirtió a su gobierno sobre el peligro que significaba para Europa el creciente poderío alemán. Pero no le prestaron atención. Recién en marzo de 1939 se le reconoció su acertada advertencia. El 3 de septiembre de ese año Inglaterra le declaró la guerra a la Alemania de Hitler. Ese mismo día fue designado Primer Lord del Almirantazgo e inmediatamente su incansable energía comenzó a sentirse en todo el país. En abril de 1940 Alemania atacó y ocupó Noruega y un mes después hizo lo mismo con los Países Bajos. Entonces, designado por el Rey como Primer Ministro, formó un gabinete de coalición nacional reservándose para sí el cargo de Ministro de Defensa.
ANTE LA GUERRA
En este momento de la reunión el Decano proyectó sobre una pantalla las expresiones más contundentes utilizadas por Churchill durante el transcurso de la guerra. Copié algunas:
“I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat” (“No tengo para ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”), discurso ante la Cámara de los Comunes, el 13 de mayo de 1940.
“Mi política es hacer la guerra por tierra, mar y aire, con todo nuestro poderío y con toda la resistencia que Dios pueda darnos”.
Y proclamó: “Victoria, victoria a cualquier costo, victoria a pesar de todo el terror, victoria más allá de cuán largo y duro sea el camino”.
“No deberemos flaquear ni caer. Iremos hasta el final, cualquiera sea el costo. Pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las montañas. Nunca nos rendiremos...”, expresado antes del desembarco final en Normandía.
Así llegó al pináculo de la gloria y la nación aprendió de él y lo apoyó. Con su carisma, su humor, su fe y sus admirables discursos levantó la moral de su ejército cuando arreciaban los ataques alemanes sobre Londres. Para defender a esta ciudad tuvo una idea original: taparla con millones de globos de modo que no fuese visible para la aviación enemiga. También acuñó la frase “El Telón de Acero” para separar a Europa Occidental del mundo soviético.
DERROTA TRAS LA VICTORIA
No faltó una mención a su fuerte personalidad que terminó conquistando más adversarios que amigos, razón por la cual, el arquitecto de la victoria inglesa perdió las elecciones de 1945 ante un candidato del Partido Laborista, en uno de los más sorprendentes reveses de la fortuna en la historia de la democracia. Durante los siguientes 6 años lideró la oposición conservadora. Intentó nuevamente acceder al poder en las elecciones de 1950, pero sin éxito. Finalmente, en 1951, por amplia mayoría de votos, asumió nuevamente como Primer Ministro. Pero las gestiones domésticas y administrativas no eran su fuerte. Se dedicó a mantener la paz mundial, en pleno apogeo de la “guerra fría”.
En 1953, la coronación de la Reina Isabel II coincidió con la obtención de su Premio Nobel de Literatura, “por sus obras históricas y relatos de la Segunda Guerra Mundial y por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos”. Y al cumplir 80 años recibió el tributo y el afecto de todos los partidos políticos en una inolvidable ceremonia realizada en el histórico Westminster Hall, ocasión en la que obtuvo el aplauso de la nación y el mundo.
Entre 1956 y 1958 apareció su último libro “Historia de los Pueblos de Habla Inglesa” en 4 volúmenes. Antes había publicado “La segunda Guerra Mundial”, en 6 volúmenes (1948-54): “Marlborough: su Vida y su Tiempo”, en 4 volúmenes (1933-38); “Pensamientos y Aventuras” (1932) y “Mi Vida Temprana” (1930). Su primer trabajo literario se llamó “La Guerra del Río”, publicado en 1899.
RESPUESTAS AFILADAS
Otros aspectos de su vida se expusieron durante su presentación en la Facultad. Sería extenso enumerarlos. Pero hay tres anécdotas que, aunque conocidas en la actualidad por muchos, fueron presentadas como novedosas en aquellos días. Las expuso el Rector en su alocución. Quiero recordarlas hoy porque ellas ponen en evidencia el genio y la rapidez mental para elucubrar drásticas y ríspidas respuestas de este destacado estadista del siglo XX.
La primera sucedió en el Parlamento. Una diputada de la oposición pidió la palabra mientras Churchill hablaba sabiendo que al Primer Ministro le disgustaba enormemente que lo interrumpiesen. “Sr. Ministro, si vuestra excelencia fuese mi marido yo pondría veneno en su café”. Churchill, sin perder la calma, luego de quitarse los anteojos le respondió de inmediato: “¡Y si yo fuese su marido... me tomaba ese café!”.
Cuando cumplió 80 años un periodista joven lo felicitó y le expresó: “Sir Winston, espero fotografiarlo nuevamente cuando usted cumpla 90”, a lo que Churchill, escudriñándolo, contestó: “¿Por qué no? Ud. parece bastante saludable...”
La tercera tiene que ver con un intercambio de esquelas con Bernard Shaw, tan “chinchudo” y sagaz polemista como él. “Estimado Winston Churchill y muy digno Primer Ministro. Tengo el agrado de invitarlo al estreno de mi obra Pigmalión. Venga y traiga un amigo... si lo tiene”. Su respuesta fue: “Agradezco al ilustre escritor la honrosa invitación. Infelizmente no podré concurrir a la primera presentación. Iré a la segunda... si la hay”.
FRASES DE COLECCION
Finalmente también se proyectaron varias frases y pensamientos del homenajeado. Rescaté éstas:
“Personalmente siempre estoy dispuesto a aprender, aunque no siempre me gusta que me den lecciones”.
“La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes”.
“Un diplomático es una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada”.
“Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”.
Al retirarse del auditorio, nos dejó una leve sonrisa mientras hacía con sus dedos índice y medio el signo que él popularizara: la “V” de la victoria.
“UN VISIONARIO HEROICO”
Murió en Londres a causa de una trombosis cerebral, el domingo 24 de enero de 1965, el mismo día que había muerto su padre, 70 años antes. Sus restos se colocaron junto a los de su esposa en una muy sencilla tumba de mármol blanco en St. Martin’s Church, en Bladon, pequeña localidad al norte de Oxford.
El escritor Anthony Stor sintetizó así la personalidad de este hombre punzante, audaz, enérgico y mordaz: “En 1949 Churchill se transformó en el héroe que siempre soñó ser. En ese tiempo, lo que Inglaterra necesitaba no era un líder inteligente, equilibrado y ecuánime. Ella necesitaba un profeta, un visionario heroico, un hombre que pudiera soñar sueños de victoria cuando todo parecía perdido. Winston Churchill fue ese hombre”.
Antes de dejar aquel país fui personalmente hasta Bladon para depositar una flor en su tumba. Al verla me conmovió su austeridad, propia de los hombres que hacen más cosas que ruido.
Muchos momentos que viví en la capital inglesa aún subsisten intactos en mi memoria a pesar del tiempo que ha transcurrido, pero, entre tantos, éste es uno de los mejores que he podido conservar.
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