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La escritora argentina, con ascendencia japonesa, une ambas culturas en una literatura única / Web
EL PRIMERO DE LA TRILOGÍA
‘LOS ÁRBOLES CAÍDOS TAMBIÉN SON EL BOSQUE’: EL ARTE DE NARRAR EN VOZ BAJA
Alejandra Kamiya escribió en 2015 “Los árboles caídos también son el bosque”, un libro de cuentos donde la sutileza no es una estrategia: es una forma de estar en el mundo. En sus páginas, los silencios tienen el peso de lo irrefutable, la soledad es materia prima del relato, y lo cotidiano se vuelve extraordinario a fuerza de detalles mínimos, casi imperceptibles, como el gesto de preparar un desayuno o el modo en que se pronuncia un nombre.
Los doce cuentos que integran el libro funcionan como pequeñas postales emotivas que no buscan impresionar, sino conmover con precisión quirúrgica. El estilo de Kamiya, despojado y sereno, propone un pacto de lectura íntimo: exige una atención plena, un lector dispuesto a caminar por la cornisa de lo no dicho. No se trata de relatos mudos, sino de historias que hablan en voz baja. Porque si hay algo que Alejandra Kamiya demuestra con elegancia es que, muchas veces, lo esencial no necesita alaridos.
En “Desayuno perfecto”, la escena de una mujer que cocina con amor deviene en algo inquietante, en una suerte de premonición siniestra que transforma el gesto más tierno en el prólogo del espanto. En “El pozo”, un soldado japonés obedece órdenes con devoción mientras el tiempo se le escurre como arena: una parábola sutil sobre la obediencia y la fe ciega. En “Los nombres”, el reencuentro entre dos hermanos abre una grieta en la memoria, como si los recuerdos fueran piezas sueltas de un rompecabezas que jamás termina de encajar.
Kamiya trabaja con materiales frágiles: emociones contenidas, vínculos rotos o por romperse, mandatos familiares que condicionan el deseo. Y sin embargo, nunca cae en la melancolía fácil ni en la solemnidad impostada. Cada cuento es un tejido de hilos finos, donde lo que no se dice cobra espesor en el gesto, en la pausa, en una oración que se corta justo antes de la revelación. Es un libro que acurruca, que nos hace volver sobre frases subrayadas con lápiz, como si ahí estuviera la clave de algo que se nos escapa.
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LA POÉTICA DE LO MÍSTICO
‘EL SOL MUEVE LA SOMBRA DE LAS COSAS QUIETAS’: LA VIVEZA DE MIRAR LO QUIETO
Hay libros que invitan a leer de un tirón, como si se tratara de una carrera de velocidad. “El sol mueve la sombra de las cosas quietas” no es uno de ellos. Es un libro para leer despacio, como quien amasa pan o contempla una flor. Con este segundo volumen de cuentos, publicado en 2019, Alejandra Kamiya confirma que su estilo es una forma de resistencia: una manera de narrar desde la contemplación, con palabras medidas, silencios fértiles y un respeto profundo por el detalle.
Los trece relatos que componen este libro comparten un tono calmo, de respiración lenta, donde incluso las acciones más simples —como caminar en lugar de tomar el subte, o hornear un pan en un horno de barro— abren preguntas existenciales. La mirada de Kamiya no apunta al cielo sino a la tierra: al fuego que calienta un bollo de masa, a la mano que acomoda un postre con esmero, a la niña que imagina ovejas como si fueran nubes con patas.
Uno de los cuentos más logrados, “La casa”, narra la historia de Sara, una mujer que compra un terreno y, con sus propias manos, construye su hogar y su horno. El momento en que salen los primeros panes del fuego es descrito con una ternura que emociona: “Amasé pan”, dice ella, y le ofrece a su vecino “el bollo blanco todavía lleno del recuerdo del fuego”. Esa frase —como tantas otras del libro— contiene un mundo entero. La escritura de Kamiya funciona como una alquimia: convierte lo simple en belleza, sin artificios.
La economía de lenguaje no implica frialdad. Todo lo contrario: cada palabra parece elegida con amor. La prosa de Kamiya tiene la precisión de un haiku y la calidez de un recuerdo de infancia. Y aunque algunas historias —como “Un círculo pequeño”— se extiendan más de lo necesario, no rompen el tono general del libro, que permanece firme como una melodía suave de fondo.
No es necesario insistir en el origen japonés de la autora para entender su sensibilidad estética. Su estilo está menos en la genealogía cultural que en su capacidad de mirar el mundo con atención, de detenerse en lo pequeño, en lo que los demás pasan por alto. El título del libro es una pista.
LOS ANIMALES COMO PROTAGONISTAS
‘LA PACIENCIA DEL AGUA SOBRE CADA PIEDRA’: ESCRIBIR CON MANOS DE AGUA
Una mujer que convive con un mono hasta que, llegada la noche, el miedo cambia de forma. Dos perros que reflexionan sobre la repetición y la muerte mientras pasean con su cuidadora. Una mujer que recuerda a todos los perros que fueron sus lugares, sus tiempos, su infancia. En “La paciencia del agua sobre cada piedra”, Alejandra Kamiya sigue construyendo una literatura de lo mínimo, una poética de los gestos que apenas rozan el mundo, pero lo transforman.
Publicado en 2023, este libro trae maduración, persistencia, continuidad. La mirada de Kamiya sigue puesta en los bordes de la vida, en lo que se escapa, en lo que no tiene nombre. Su prosa, lírica y contenida, camina como quien pisa sobre hielo fino: sin romperlo, sin apurarse.
Los animales tienen un protagonismo central en este libro. No como adornos o símbolos, sino como interlocutores posibles de eso que no se puede decir entre humanos. En “Rawson y Oso”, por ejemplo, los perros hablan entre sí sobre el encierro, el paso del tiempo, la memoria. El efecto no es cómico ni infantil, sino profundamente filosófico: al darles voz, Kamiya los convierte en emisarios de una verdad que a nosotros se nos escapa. Ellos no necesitan palabras grandilocuentes para decir lo esencial.
La relación entre lo cotidiano y lo onírico se vuelve cada vez más sutil. En uno de los cuentos, vacas y toros se instalan en una casa, ocupando el espacio entre una madre vieja y su hija. En otro, una joven inspecciona calamares muertos que la miran más vivos que ella misma. En estas situaciones aparentemente absurdas, la autora encuentra un modo de hablar de la vida, de los vínculos, de los miedos y las pérdidas.
Como una artesana del detalle, Kamiya sigue cultivando una estética que nunca busca impresionar. Su estilo es el de la gota de agua que horada la piedra, paciente y persistente.
En este libro, el paso del tiempo es un tema subterráneo, pero presente. No hay obsesión por el reloj, sino una conciencia tranquila del fin, una aceptación serena de que todo va a pasar. Incluso nosotros.
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