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Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Queridos hermanos y hermanas.
La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos.
Los ritos y los sacrificios, las figuras y los símbolos de la Primera Alianza, todo lo hace converger Dios hacia Jesucristo; anuncia esta venida por boca de los Profetas que se suceden en Israel.
Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.
San Juan Bautista es el Precursor inmediato de Jesús, enviado para prepararle el camino; es el “Profeta del Altísimo” (Lc 1, 76) que sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio.
Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre; los primeros testigos del acontecimiento fueron unos pastores.
En esa pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20).
Al octavo día de su nacimiento, la Circuncisión es la señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de su sometimiento a la Ley y de su consagración al culto de Israel en el que participará toda su vida.
La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Con el Bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente.
La Presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece a Dios.
La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes manifiestan la oposición de las tinieblas a la Luz: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo está bajo el signo de la persecución.
Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la Ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba “sometido” a sus padres y que “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2, 51-52).
Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto Mandamiento.
Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial.
La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: “No se haga mi voluntad...” (Lc 22, 42).
La obediencia de Jesús, en lo cotidiano de la vida oculta, inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de los primeros hombres había destruido (cf. Rom 5, 19).
La vida oculta de Nazareth permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana.
El encuentro de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús.
En ese hecho Jesús deja entrever el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron” esa respuesta, pero la recibieron en la fe, y María “conservaba estas cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.
¡Jesús, enséñanos a vivir!.
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