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Por Monseñor HECTOR AGUER (*)
L a relación entre la música y las religiones recorre toda la historia de la humanidad. Existen actualmente estudiosos que profundizan en esta cuestión apasionante aportando investigaciones positivas sobre los casos más relevantes o abriendo horizontes teóricos de interpretación del fenómeno en el campo de la filosofía de la cultura.
Si se analiza el desarrollo de las civilizaciones a través de los siglos, se puede reconocer que el cristianismo ha cultivado particularmente la relación con la música y que alimentó la cultura musical con formas desconocidas hasta su advenimiento. Es de destacar, como lo ha hecho Pierangelo Sequeri, la original vinculación entre el juego de los sonidos musicales y la semántica del ser espiritual, y asimismo la libertad con la que la historia musical de la civilización cristiana ha filtrado, absorbido y metabolizado las formas míticas y rituales de las culturas antiguas. Los valores simbólicos de las prácticas sonoras y los que corresponden a las expresiones religiosas se han ido entrelazando de modos variadísimos. La evolución histórica de la música cristiana, tanto la destinada directamente a la liturgia de la Iglesia, cuanto la que ilustra otros aspectos de nuestra fe o asume textos literarios de inspiración religiosa, ofrece una riqueza cultural y espiritual extraordinaria. En estas consideraciones me limito a la tradición occidental, en la cual muchos de los compositores relevantes han incluido entre sus obras creaciones para la Iglesia, sea por explícito encargo, por devoción o gusto artístico personal. Basta mencionar, a partir del 1600, algunos nombres célebres como Monteverdi, Bach, Haendel, Vivaldi, Mozart, Haydn, Liszt, Mendelssohn, Schubert, Brahms, Berlioz, Bruckner.
Tendríamos que incorporar a la lista varios compositores del siglo XX y además añadir un largo etcétera. Dejamos fuera, entre tantas manifestaciones bellísimas, la riqueza inagotable del canto gregoriano y la polifonía palestriniana. Pero pasemos ahora a un acontecimiento local cuyos animadores se proponen acercar a los platenses las riquezas de esa tradición.
EN LA CIUDAD
Desde hace más de una década venimos desarrollando en La Plata el ciclo “Música y oración”. La finalidad de esta iniciativa es dar a conocer algo del vastísimo catálogo de la música religiosa, no en salas de concierto sino en lugares sagrados, en nuestros templos. Esta ambientación invita a una actitud de apertura interior, de atención silenciosa que inclina el corazón hacia Dios y lo eleva a Él. El repertorio incorpora obras de alabanza exultante y de súplica doliente y esperanzada; el conjunto constituye una tradición que varía y se enriquece con el influjo de estilos musicales cambiantes y de nuevos contextos culturales. Pero son siempre, objetivamente, manifestaciones de la fe. Tanto las pasiones de Bach cuanto la Pasión según San Lucas de Penderecki, el Gloria de Vivaldi o el de Poulenc.
MONTEVERDI EN LA CATEDRAL
El ciclo de este año comenzará el sábado próximo, 31 de mayo, a las 20.30 en nuestra iglesia catedral. Escucharemos una obra singular: “Il vespro della Beata Vergine”, de Claudio Monteverdi (1567-1643). Digamos algo sobre este autor, tan alejado de nosotros en el tiempo. Fue un músico precoz; a los quince años publicó una primera colección de canciones sacras. En realidad, luego se dedicó en plenitud a la música profana, con una especial producción de madrigales y de óperas; sus obras religiosas son reducidas en número. Ejerció su oficio primero en la corte de Mantua y más tarde en la basílica veneciana de San Marcos. Aquí debió ocuparse de cubrir las necesidades litúrgicas. Pertenecen a este período sus obras más sencillas, según los procedimientos de la antigua polifonía; pero las grandes ocasiones ceremoniales le demandaban páginas “concertantes”, grandiosas. En las “Vísperas de la Santísima Virgen”, obra con la que iniciaremos el ciclo 2014, Monteverdi emprende un estilo nuevo, con inclusión de reminiscencias teatrales. Se lo considera un revolucionario, que provocó un cambio radical del lenguaje musical, en el que se destacan combinaciones instrumentales inéditas, tal como se venían imponiendo en la escuela veneciana.
Las vísperas son, en el conjunto del oficio divino, la oración del crepúsculo de la tarde. Se llama así, oficio divino, al conjunto de oraciones y lecturas que los monjes y los sacerdotes rezamos diariamente para santificar la jornada y consagrarla a Dios mediante la alabanza, la meditación y la súplica. En la actualidad no faltan fieles laicos que asumen, siquiera parcialmente, este género de oración. Los salmos bíblicos constituyen el centro del oficio; antes y después de cada uno se reza o canta una antífona, que es un breve pasaje, por lo general tomado de la Sagrada Escritura. Otra pieza importante es el Magníficat, el cántico que según el evangelista Lucas, María profirió durante la visita a su parienta Isabel al recibir de ésta la felicitación por su maternidad virginal.
PARA TODOS
La obra de Monteverdi está compuesta por catorce piezas, entre ellas vastos frescos sonoros y trozos más íntimos. Se insertan algunas que no pertenecen al oficio mariano de vísperas; son paralitúrgicas, pero caben bellamente en el todo. Los cinco salmos se fundan en el canto gregoriano, a la vez repetido y variado, y para la conclusión, cosa extraña, Monteverdi compuso dos Magnificat, uno para siete voces y seis instrumentos y otro para seis voces sostenidas solamente por el órgano como bajo continuo. La variedad de todas esas piezas no daña en absoluto la arquitectura de la composición, grandiosa y bien pensada. La audición de esta obra admirable será ofrecida a los platenses, tanto a los melómanos convencidos cuanto a los que desean iniciarse; ojalá este anuncio atraiga también a algunos curiosos. Y a muchos lectores de EL DIA. Ya saben: el sábado a la noche en la Catedral.
(*) Arzobispo de La Plata
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