La obsesión por comer sano genera peligro y dispara cada vez más consultas en la Ciudad

Con la llegada del verano, los expertos coinciden en una preocupante escalada de casos de personas que buscan cuidarse sin mucha conciencia

Es una postal repetida de cada fin de año pero ahora, coinciden los nutricionistas, la idea de comer sano y lograr un cuerpo casi perfecto para el verano parece ser una obsesión que afecta cada vez a más personas, sobre todo mujeres que suelen encontrar en dietas o consejos de la web un peligroso atajo para conseguir ese objetivo.

“El ortoréxico es una persona que tiene cada vez más presencia en los consultorios”, revela el nutricionista platense Norberto Russo, quien precisa que la ortotexia “es un trastorno alimentario con características propias: quienes lo padecen, en general chicas de entre 15 y 23 años, viven obsesionadas por comer sano. Y esa obsesión condiciona su vida social y les genera problemas tanto psicológicos como físicos”.

“Existe una línea muy delgada que divide a las personas que deciden comer alimentos saludables de aquellas que convierten el hecho de comer sano en su principal preocupación”

Según distintos nutricionistas de la Ciudad, en los últimos tres años se incrementó entre un 30 y un 40% la cantidad de consultas relacionadas con este trastorno. Las chicas que lo padecen reciben tratamientos integrales, con psicólogos y nutricionistas, que demandan por lo menos seis meses para su recuperación. El crecimiento del número de casos de ortorexia se da en todo el mundo y se asocia a una mayor circulación de información relacionada con los alimentos, sus contenidos calóricos y sus características nutricionales.

“Existe una línea muy delgada que divide a las personas que deciden comer alimentos saludables de aquellas que convierten el hecho de comer sano en su principal preocupación”, sostiene la nuticionista Carmela Olivera, para quien lo más preocupante de este trastorno alimentario es que “la propia obsesión por comer de manera saludable genera que el tipo de alimentación que se adopta no termina siendo lo suficientemente nutritiva y saludable”.

Lo que dice Olivera entra en sinonía con lo que aporta Russo: “el ortoréxico es una persona que quiere tener un control absoluto sobre todo lo que come. Usa la información que circula, sobre todo por Internet. Y la usa mal. Cree que come sano, pero en realidad padece un trastorno alimentario. Vive obsesionado por lo que come, pero termina comiendo mal”.

En el reciente libro Más que un cuerpo , la creadora del movimiento No Dieta, Mónica Katz, junto a la periodista Valeria Groisman, plantea un alegato contra la tiranía de la belleza actual, un modelo donde el eje de lo bello es “la flacura”. Médica especialista en nutrición, conferencista, autora de libros e investigadora de comportamientos humanos en relación con el cuerpo y la mente, Katz sostiene “no es obsesión versus descuido: hay puntos medios. Siempre va a haber una tensión entre el inevitable acto de comer y el malestar con el cuerpo disparado por estética, obesidad, hipertensión, colesterol, ortorexia o un trastorno alimentario”.

Según la Organización Mundial de la Salud, la ortorexia afecta a casi 3 de cada 10 personas en los países desarrollados. Eso, en un contexto en el que hay cada vez más trastornos alimentarios (ver gráfico), plantea una ecuación sencilla pero no siempre tenida muy en cuenta: querer comer sano todo el tiempo no siempre es algo sano.

Antonio Villarino Ruiz, doctor en ciencias químicas y profesor de nutrición, realiza una panorámica sobre estos trastornos en el capítulo “No todo es anorexia y bulimia” del manual controversias sobre los trastornos alimentarios , y según su visión estas conductas, cada vez más frecuentes, tienen un origen claro: el culto a la salud corporal buscando “la salud total”, acompañado por un canon estético ilusorio de la perfección “que nos conduce a modificar o, al menos a modular, los hábitos alimentarios”.

Para el especialista, suelen ser desordenes “subdiagnosticados” que para el individuo pasan inadvertidos. “No todos tienen episodios diarios y muchos hábitos alimentarios que protagonizan, como no son identificados socialmente, cuando llegan a la consulta pueden encontrarse ya en una fase complicada”, señala Villarino Ruiz.

De acuerdo al consenso general que existe entre los expertos en nutrición, lo que en principio puede ser un beneficioso cuidado de la salud, con el tiempo se va convirtiendo en una obsesión perjudicial por la calidad de la comida que se ingiere.

Así, algunos excluyen de su dieta cotidiana cierta categoría de alimentos -carne, lácteos, azúcar, grasas- sin reemplazarla correctamente, y se guían por sugerencias que toman de la web o por patrones alimentarios que establecen cómo y cuándo comer (”sólo en casa”; “nunca en restaurantes”; “jamás en rotiserías”; “prohibido tomar agua de las canillas”). Si comen afuera, reiteran obsesivamente el menú, tienen aversión por las comidas elaboradas, eligen productos orgánicos libres de herbicidas, edulcorantes, conservantes, colorantes. Otros se alimentan únicamente con vegetales y frutas crudas y se volvieron con el tiempo en verdadero “especialistas” a la hora de leer etiquetas nutricionales de los productos que compran.

La lista de prohibiciones y exigencias puede ser interminable, y en la mayoría de los casos varios de estos comportamientos se dan en forma simultánea. El trastorno, se apunta, afecta más a las mujeres y es habitual en personas con características de personalidad poco flexible y muy autoexigente.

“Está muy bien preocuparte por el método de preparación de la comida y hasta por los recipientes en los que se cocinan -dice Olivera-, pero dedicar cada vez más tiempo a juntar información sobre la comida que se ingiere y establecer una dieta en base a creencias propias puede ser un verdadero peligro. Cada dieta tiene que ser supervisada por un profesional, y eso se debe a que cada organismo necesita un plan a su medida”.

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