Familias ensambladas

Por JORGE TARZIAN

Se denomina familia ensamblada, término introducido en Argentina por la psicóloga María Silvia Donato a fines de la década del 80, a una familia en la cual uno o ambos miembros de la pareja tiene uno o varios hijos de matrimonios anteriores.

Si bien algunos terapeutas y sociólogos suponen que el origen del nombre proviene de la ingeniería, su creadora afirma que la denominación proviene de la música: un ensamble donde se pueden mezclar instrumentos musicales de diferentes características.

El acento está puesto no en lo mecánico, sino en el proceso de ajuste creativo permanente, que requiere la conformación de estas familias.

En la actualidad, el grueso de las familias reconstruidas del mundo occidental lo constituyen los divorciados con hijos que vuelven a formar pareja.

Las estadísticas sobre este tema son variables, ya que los cómputos toman en cuenta sólo uniones legales de aquellos que tienen dos o más matrimonios.

Estos resultados no contemplan ni los hijos de madres solteras ni las segundas uniones de hecho que no han sido legalizados, lo cual es frecuente al menos en Latinoamérica.

Además, también las estadísticas muestran que el número de divorcios de los segundos matrimonios supera ampliamente a los del primer matrimonio. Los expertos coinciden en señalar como una de las principales causas de esta superioridad numérica el hecho de que las personas que se casan por segunda vez, ignoran las pautas de convivencia más adecuadas a su nueva familia.

MADRASTRAS Y PADRASTROS

Años atrás, el senador Daniel Filmus presentó un proyecto en el que propone incorporar cambios a la reforma del Código Civil y Comercial para que las nuevas parejas tengan derechos y obligaciones con los hijos de matrimonios anteriores. La iniciativa contempla, entre otras mejoras, sustituir los términos “madrastra “y “ padrastro” por el de “madre afin” y “padre afin”, por considerar que los primeros tienen un costado algo despectivo.

También busca que las parejas puedan cooperar en el cuidado y la educación, tomar decisiones en casos de urgencia o hasta asumir temporalmente la patria potestad en situaciones de viaje o enfermedad.

Los niños que forman parte de estas familias suelen adolecer de baja autoestima porque carecen del mismo reconocimiento y validación social que los que tienen la familia tradicional.

El número de integrantes promedio de los hogares ensamblados es de 4.4 personas, bastante más que el de los hogares nucleares que es de 3.2 y casi el doble que el promedio porteño.

Cuando ocurre un divorcio o separación en el seno de una familia, este impacta de manera directa en la estructura familiar y cada uno de sus integrantes necesita reacomodarse frente al nuevo escenario que juntos irán construyendo.

DIFICULTADES

Las familias ensambladas tienen, en principio, mayores dificultades para conseguir un funcionamiento adecuado y armónico. Cuando lo consiguen, en parte es debido precisamente a que cada integrante sabe que esa relación es una relación construida y que deben trabajar para mejorar el entendimiento con el otro.

En las familias tradicionales en que los vínculos están, de alguna forma, “neutralizados “, tanto los padres como los hijos se permiten comportamientos y actitudes como si las relaciones, en el fondo, pudieran ser invulnerables a ese conflicto total, seguirán siendo hermanos, o siempre seguirá siendo “mi madre”.

Los niños, antes de aceptar al nuevo miembro, deben superar fuertes sentimientos de lealtad hacia el progenitor del mismo sexo.

Ellos sienten que se encuentran nuevamente en una situación que no desearon ni eligieron y es normal que en los primeros tiempos las rechacen.

Por su parte, la nueva esposa o esposo, tampoco eligió a los niños y desarrollar un vínculo con ellos le llevará tiempo, como para cualquier otra relación.

Muchas mujeres sienten que deben amar desde un comienzo a los hijos del hombre que aman, y muchos hombres sienten que su deber está en poner orden en la casa de la mujer que eligieron y que, hasta ese momento, vivía sola con sus hijos.

Estas son falsas expectativas que sobrecargan el matrimonio y que conducen a la frustración y a la disolución cuando la realidad cotidiana les muestra que las cosas no son como esperaban.

Tanto los adultos como los niños pueden sentirse confundidos, enojados, abrumados, inseguros y desilusionados. Para evitar este tipo de sentimientos es imprescindible que los mayores puedan pactar acuerdos para establecer con que cuentan y que deben tener que sacrificar con la decisión que están tomando.

LOS TIEMPOS

Una de las recomendaciones que hacen los especialistas está vinculada con la importancia de respetar los tiempos de los chicos. Si hubo una separación o divorcio de los padres de los niños, debe pasar un tiempo prudencial no menor a un año para presentar a una nueva pareja.

Es importante que se compartan la mayor cantidad de actividades donde se pueda construir un vínculo sólido y así armar una nueva historia familiar.

En definitiva, si los chicos sienten que siguen siendo importantes en esta nueva conformación familiar y los adultos acuerdan valores básicos, puede ser parte de una muy buena historia genuina e intensa.

Con los adolescentes, se aconseja que el progenitor sea quien se encargue de poner los límites, especialmente si se trata de autorizar salidas nocturnas. En cambio, las pautas de convivencia diaria si las puede brindar la nueva pareja.

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