Florence quiere soñar y no despertar nunca

El film está contado como una comedia elegante, pese a que el personaje de Florence mueve a la risa. Frears no se aprovecha de ella, no la ridiculiza con crueldad, al contrario, con matices románticos nos dice que a Florence el amor le fue tan esquivo como la música y que a falta de un esposo en serio y un hijo se aferró a un sueño.

Hay sentimientos y gracia en medio de esta fábula sostenida como un complot. Porque a ella le miente el marido, que no quiere que esta mujer ingenua despierte un día. Le miente el profesor de canto y el pianista. Le miente el público, aunque algunos se animan a rescatar la autenticidad y el empeño de una mujer que se propuso algo por encima de sus posibilidades, como para demostrar que no sólo los elegidos tienen derecho a darse el gusto. Florence vive en medio de un sueño que no deja de ser un sueño. Y ella al final lo nota. O lo supo siempre.

No es una film tocante, pero es simpático, a ratos chispeante, y tiene otra soberbia actuación de Meryl Streep, que haga lo que haga, siempre alcanza el escalón mayor. A su lado, Hugh Grant le pone humanidad y prestancia a ese esposo que vivió para que el globo de Florence no explotara nunca. Y que le explica al pianista que la ambición es dañina, que lo valioso es ser leal a los sueños, aunque sean imposibles. A veces, nos dice Florence y Frears, el secreto de la felicidad consiste, no en vivir mejor, sino en no dejar jamás de soñar. (*** ½)

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