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Séptimo Día |TENDENCIAS

Víctimas de Tangalanga

El documental Víctimas de Tangalanga se propone ir en búsqueda de aquellos que sufrieron los llamados anónimos de uno de los humoristas más originales de nuestro país.

29 de Octubre de 2016 | 23:51

Por JOSE SUPERA
ESCRITOR

PRIMER LLAMADO

La voz que llega desde otro tiempo, desde otro mundo. El hombre que habla ya no existe, como ni siquiera existen esas identidades que plantea, tan deformes y plásticas que se adapta a lo que pide y requiere el entorno. Irá horadando conciencias, erosionando lo paciente, haciendo que la soga se tense, porque en la ruptura, es ahí, donde está el sentido de su actividad, de lo que hace para sobrevivir.

Habla desde las sombras el hombre que ya está muerto. Su voz empezó a propagarse en otros mundos. Se fueron haciendo réplicas de lo que decía, acá y allá, copias magnetofónicas de mano en mano, en una ciudad que ya no existe, en un tiempo que no es el de hoy. Se necesitaba el anonimato de un héroe, de un cómico que no quería ser reconocido sino confundido, camaleonizado en la jungla.

Y todo por unas risas.

Y todo por unos llamados.

Para romperle las bolas a unos cuantos.

SEGUNDO LLAMADO

Del otro lado de la línea está el cineasta Diego Recalde, director del documental Víctimas de Tangalanga. Le pregunto cómo llegá a hacer un documental de Julio Victorio de Rissio, también conocido como Tangalanga, Tarufetti, Roca Tagliata, Rigatuzzo, y podríamos completar doce o trece páginas más para conocer todos sus alias.

Recalde me contesta que hizo este documental porque “es una risa abierta que tengo dentro mío y necesito cerrar. Yo crecí escuchando los cassettes clandestinos de Tangalanga, a tal punto de saberme muchos llamados de memoria, y repetirlos como en un Radamán. En aquel entonces, cuando escuchaba esos cassettes, como todos, quería conocerlo al Doctor, que en aquél entonces para mí era Tarufetti y era el líder de nuestra secta. Pero también como muchos, quería conocer a las víctimas. Quería saber dónde vivían, cómo vivían… En ese entonces no me animé a rastrearlas. Pero ya se sabe que la obsesión es más fuerte que el amor. Y tarde o temprano viene por vos. Es por eso que después de casi treinta años, acorralado por la asignatura pendiente, me decidí y salí a buscarlas. Necesitaba cerrar una historia personal que estoy seguro, es también la de muchos. Necesitaba ponerle cara a esa silueta anónima para conocer el otro lado del cassette.

TERCER LLAMADO

Mi tío Néstor Musotto a fines de los ochenta ya vivía en Buenos Aires. Un día se apareció por casa. Tenía un casette grabado. Yo era chico. Mi tío Néstor lo puso y todos ese domingo escuchamos por primera vez esos llamados de un señor que insultaba a otros señores. Yo me reía de las puteadas. Y mi abuelo le pregunta si era él, y Néstor juraba que no, pero se reía, y te dejaba la puerta abierta de la duda. Yo pensaba que sí era. Porque Néstor también era buen puteador.

Le cuento esa a Recalde. Él me cuenta que “durante muchos años de mi vida me dormía escuchando esos cassettes, para despertarme riendo. Mi obsesión llegó a tal grado de locura que cuando iba a bailar y encaraba una chica, aparte de las consabidas preguntas estudiás o trabajás, o de qué signo sos, mi tercera pregunta era si le gustaba Tangalanga. Lo bueno es que en la medida en que me fui relacionando con otras personas, me di cuenta de que no era el único que estaba preso de tan insólita obsesión. Había muchos otros a los que le pasaba lo mismo que a mí”.

Spinetta fue el que le pasó los cassettes a los músicos y al público. Fue el gran relaciones públicas de Tangalanga. Se da una hermosa paradoja. Al mismo tiempo que emergió el rock de los sótanos, emergió Tangalanga de la clandestinidad

CUARTO LLAMADO

Antes de que me dedicara a la escritura, quise pasar gratis a un show de Tangalanga acá en nuestra ciudad y dije que le quería hacer una nota para una revista local. Era el teatro Opera. No había revista. No había más que una mentira para conocerlo a Julio, al mítico doctor. Estuvimos hablando un rato largo. Me acuerdo que me contó que su vida no era la mejor. Que ya no quería hacer más shows, pero que necesitaba la plata y bueno, lo llamaban y lo traían en remis, y se llevaba unos buenos mangos. Joder para él era un laburo. Lo había hecho la segunda mitad de su vida, después de jubilarse, todo por un amigo enfermo.

Y entonces Recalde me cuenta que cuando lo conoció en persona “fue uno de los momentos más felices de mi vida. Tal vez porque lo conocí poco. Fue solamente esa vez que caminamos varias cuadras, él contándome chistes y yo riendo y diciéndole lo mucho que lo admiraba”.

QUINTO LLAMADO

Y ahora brilla la luz de un ser superior. El Flaco Spinetta en la oscuridad. Sus ojos no se mueven. Su boca se muestra para largar una carcajada que largamos todos. Ahí estaba al lado nuestro. Habíamos ido con mi amigo Nico Sisti, y estábamos re locos por todo eso. Nos sacamos una foto con el Flaco. Le pregunto si conoce la historia del Flaco. Y me contesta “sí, claro. Spinetta fue el que le pasó los cassettes a los músicos y al público. Fue el gran relaciones públicas de Tangalanga. Se da una hermosa paradoja. Al mismo tiempo que emergió el rock de los sótanos, emergió Tangalanga de la clandestinidad.

Le pregunto cómo llega a las víctimas:

“En los cassettes originales hay muy pocas pistas. Un nombre, una esquina, no mucho más. Pues bien, con esos pocos elementos, me trasladé al lugar donde sucedieron los hechos. Fue un verdadero trabajo de campo. Volví al periodismo puro, al de calle. Me pasó por ejemplo que el tipo del llamado del taller mecánico, por ejemplo, sigue un poco enojado. Pero el del llamado del tenor dramático, al que hizo cantar por teléfono, en cambio está muy avergonzado. No puede creer que haya estado tan ingenuo. El tenor dramático es alguien que me conmovió muchísimo. Fue veterano de guerra en la segunda guerra mundial. Fue prisionero de los nazis. Y en los años noventa, formó parte del grupo de resistencia de jubilados que, comandados por Norma Plá, iba todos los miércoles al Congreso para reclamar por lo que legalmente les corresponde. Tardé cinco años… Al principio las víctimas tenían miedo de que fuese a verlos para burlarme por segunda vez. Cuando se daban cuenta de que no, de que en realidad yo estaba ahí para darles en primer lugar el derecho a réplica que nadie nunca les había dado, se relajaban y hasta incluso disfrutaban. Además, les causaba mucha gracia que les dijera que ellos también habían pasado a la inmortalidad porque el Doctor, al ser hoy un inmortal, se los había llevado consigo”.

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