“Moonlight”: El lado oscuro de la Luna

La cinta de Barry Jenkins, fábula sobre la trágica vida de un niño gay y negro, llegó a la competencia internacional en La Feliz, con rumores de candidata al Oscar

Por NICOLÁS ISASI

Cualquiera que haya sentido atracción por el título de esta crítica pensará que los siguientes párrafos hablarán de música, específicamente de Pink Floyd. Temo se sientan decepcionados, aunque en este caso se trata de una de las mejores películas estadounidenses de este año. Escrita y dirigida por Barry Jenkins, “Moonlight” participa en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata y cuenta la vida de un pequeño niño afroamericano gay en las afueras de Miami. Si bien Jenkins no es gay, vivió en el mismo barrio en el que transcurre la historia a solo unas cuadras de distancia de McCraney, el escritor de la obra “Moonlight Black Boys Look Blue” de carácter autorreferencial. Por lo cual conocía muy bien de qué se trataba ese ámbito y esos personajes, siendo que ambos vivieron en carne propia la adicción de una madre.

Ya desde la imagen del poster publicitario notamos el quiebre en la vida de este chico. Un rostro erguido pretende ser desafiante pero sostiene una mirada abatida en tonos fríos, que según una vieja señora, recuerdan el color azulino de la piel oscura bajo la luz de la luna. Ese mismo rostro, por otro lado está cortado literalmente en tres partes, haciendo referencia a los tres capítulos en los que el director decide dividir esta historia: “Little”-“Chiron”-“Black”. El primero y el último son apodos de su entorno más cercano. En el medio aparece su nombre verdadero. El que lo define, lo identifica, pero solo pocos lo pronuncian. Chiron se define como un chico que de haber llorado tanto, siente que podría convertirse en agua y perderse en el océano. En la escuela soporta el bulling de sus compañeros, mientras que en la casa padece a una madre drogadicta. En medio de ese ambiente encuentra a Juan, un dealer que oficia como padre del corazón junto a su novia Teresa. Chiron posee la fuerza de un titán al afrontar ese peligroso mundo que es la calle.

Así es como Jenkins logra captar el entorno de este pobre niño con imágenes fuertes y duras, presentando temas como la identidad, la sexualidad, la amistad o los roles familiares. Una de las escenas más devastadoras, tiene lugar en su casa, cuando su madre le grita en cámara lenta sin el sonido de su voz. Solo podemos ver la mímica de una mujer desesperada ante la mirada de un niño aturdido, a la vez que escuchamos una pieza de música académica. Las actuaciones magistrales de Alex Hibbert, nos deja la timidez y la inocencia de un niño que todavía no sabe lo que le pasa, pero si siente la soledad y el rechazo de un padre ausente, una madre enferma y un grupo de chicos que no paran de fastidiarlo. Entrado en la adolescencia, el papel lo interpreta Ashton Sanders, y el personaje ya cuenta con cierta independencia. Esa timidez pasa a ser introversión, búsqueda, cambios hormonales y poco a poco comienza a surgir un sentimiento de venganza que desencadenará la última parte de su vida con Trevante Rhodes, que interpreta a Chiron pasados los treinta años. Entre los roles femeninos más destacados se encuentran Janelle Monáe como Teresa y Naomie Harris, en una escalofriante interpretación de Paula como su madre.

La triste historia de este drama, es tan cruda como real. Demuestra que la falta de cariño y amor que sufre el protagonista en sus primeros años, significa un cambio rotundo para toda su vida. Y no se trata de un país en particular, sino de algo común y universal como lo son los niños de todo el mundo. La formación, la educación y el amor que deben recibir para sentirse a gusto y ser ellos mismos, pudiendo elegir el camino que deseen para llegar a la felicidad. Un camino que Chiron nunca pudo tomar.

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