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Por EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES
La Davis sigue siendo algo distinto
“Haber llegado hasta acá ya es una victoria”. Lo dijo Juan Martín del Potro apenas desembarcó en Zagreb. Argentina llegaba a su quinta final de Copa Davis, la más inesperada de todas, ganando siempre de visitante y con jugadores que estaban afuera de los principales puestos del ranking. Del Potro era una incertidumbre a comienzos de año y Argentina parecía más cerca de un descenso de Grupo Mundial que de ganar la Ensaladera. Pero había cultura de Copa Davis. Además de cinco finales, Argentina suma dieciséis semifinales en los últimos cuarenta años, once de ellas en los últimos catorce años. Era el único de los países que fueron o son potencia en el tenis que no lograba ganar la Davis. ¿Cómo no entender a Daniel Orsanic, el capitán zen, cuando tras la victoria citó a presentes y ausentes, a nombres históricos, para decir que el triunfo de Zagreb era de todos?
Hubiese sido imposible sin el resurgir de Del Potro, por supuesto. Las crónicas más obvias de su duelo del domingo con Marin Cilic nos decían que ambos miden 1,98m, que son diestros, juegan parecido, se adaptan a las distintas superficies, son profesionales desde 2005, se reparten 35 títulos (un US Open para cada uno) y algo más de 30 millones de dólares en premios y saben lo que es ser top ten. Que Del Potro estaba 8-2 en enfrentamientos personales, con un primer duelo en un Orange Bowl de 2002, cuando tenían apenas 14 años, pero sin jugar desde hacía tres años y con Cilic en su mejor momento y acompañado además de un equipo más fuerte. Quedaba un dato aún más interesante y no difundido, que explicaba por qué Argentina y Croacia, sin tener los mejores equipos, debían a ellos dos haber llegado a la final de la Copa Davis: Del Potro y Cilic son los dos únicos tenistas que lograron vencer en 2016 a los dos mejores del mundo, Andy Murray y Novak Djokovic. Ese duelo, se sabía antes de que comenzara la serie, definía acaso todo.
Orsanic, tan firme como paciente, estratégico en cada serie, tuvo, es cierto, la “fortuna” de tener un líder único e indiscutido de equipo. Los problemas que han hecho de la Copa Davis algo así como “un trauma y una obsesión nacional” aluden a las peleas internas que remiten especialmente a los tiempos primero de Guillermo Vilas y José Luis Clerc y, luego, de David Nalbandian con Del Potro. Un top ten no alcanzaba. Dos top ten se convertían en un problema. El gran Alfredo Di Stéfano, según cuentan, aconsejó una vez a un DT en España que, si quería ganar la Liga, era bueno tener a un jugador argentino en el plantel. “Dos no, ya sería un problema”, agregó rápido. Imposible olvidar la primera final perdida en Cincinnati 1981 contra Estados Unidos. Vilas y Clerc, es cierto, jugaron el dobles sin siquiera hablarse en la victoria previa contra Rumania en Timisoara. Y Clerc corrió su silla alejándola de la del capitán Roberto Graetz. Pero Vilas y Clerc fueron profesionales y hasta bromearon juntos en los entrenamientos de la final. Y, siendo dos singlistas puros, jugaron un dobles impecable contra la que entonces era considerada la mejor pareja del mundo. John McEnroe-Peter Fleming terminaron ganando 11-9 en el quinto set, pero después de enfriar el partido cuando estaban en su peor momento, con protestas ridículas y dañando ellos mismos una carpeta que estaba mal pegada. No lo hizo Argentina. Lo hizo Estados Unidos.
“Si es un equipo, es un equipo. Si no, no sirve. Juegas todo el año para tu ego y tu carrera. En esas tres o cuatro semanas de la Davis, debe prevalecer el equipo”. Extenista español Alex Corretja
Sí fue menos profesional todo lo que sucedió en la tercera final perdida, Mar del Plata 2008, cuando otros dos top ten (Nalbandian y Del Potro) se disputaron liderazgo y dinero y (no está mal usada la palabra) “regalaron” la Ensaladera a una España que estaba sin Rafael Nadal. En la final de Moscú 2006 no alcanzó un Nalbandian gigantesco pero demasiado solo y en la de Sevilla 2011 hubo poco que hacer ante una España que sí tenía a Nadal (2 del mundo) y a David Ferrer (5). Nalbandian sufría problemas físicos (apenas pudo jugar un dobles brillante) y Del Potro perdió ante ambos, en cancha superlenta y estadio improvisado porque Sevilla impuso presiones políticas para ganarle la sede a Valencia. Presiones políticas en España, no en Argentina. Tito Vázquez, capitán firme, quitó tensión cuando le preguntaron por la relación Nalbandian-Del Potro. “Anoche –respondió en plena conferencia de prensa- se besaron, pero fue en privado”. Sin Copa se desnudaron las internas. “Maldita Davis”, llegó a titular un periodista su libro.
“Si es un equipo, es un equipo. Si no, no sirve. Juegas todo el año para tu ego y tu carrera. En esas tres o cuatro semanas de la Davis, debe prevalecer el equipo”. La frase, del extenista español Alex Corretja, sirve de inicio a otro libro ,“Argentina y la Copa Davis. Historia de una obsesión”, publicado esta misma semana por Bárenhaus. Su autor no es un periodista especializado de tenis, pero sí un historiador riguroso como Diego Estévez, que se quemó los ojos en viejos archivos para recordarnos que la historia del tenis argentino en la Davis tiene muchísimos otros nombre de peso y lleva ya casi un siglo de vida. “Hicimos cuanto pudimos. Creemos que el Club Atlético Belgrano y el del Ferrocarril Oeste, de Buenos Aires, no tienen que lamentarse por nuestra actuación”. Se lo dijo a La Nación Alfredo Villegas, jugador del equipo debut, tras la derrota ante Suiza, en 1923 en Ginebra. Hoy, en lugar de clubes, se diría “aficionados”, “público” o “gente”. “Hinchas” se usa para el fútbol. Pero el tenis, es cierto, comenzó a parecerse al fútbol, me dice Estévez, ya en las Copas Davis de los ’70. En marzo de 1970, no fue casual, debutó Vilas, que fue sacado en andas del Buenos Aires Lawn Tenis Club tras ganarle al chileno Jaime Fillol. Patricio Cornejo (jugaba con anteojos) dio el triunfo final 3-2 a Chile. Pero Estevez me recuerda especialmente el duelo Argentina-Chile (otra vez derrota nacional 3-2) de 1973. “¿Quedará alguien que siga calificando al tenis como deporte frío e inexpresivo?”, escribió entonces El Gráfico. Fueron tres días con 8.000 pesonas en las tribunas. Gritos y emociones. La Davis ya era otra cosa.
El torneo, siempre es bueno recordarlo, fue creado en 1900 por Dwight Filley Davis, fanático del tenis sí, y también Secretario de Guerra de Estados Unidos en los años ’20. Sabía de deporte. Y también sabía de política. Croacia, nuestro digno rival del fin de semana, era un país naciente tras el desastre y el horror bélico en la exYugoslavia cuando celebró su única conquista de Copa Davis en 2005. Eran tiempos ya de retiro del gran Goran Ivanisevic, que había sido número 2 del mundo una década antes y ganado Wimbledon en 2001. “Mi raqueta –decía entonces en tono patriótico, a tono con aquellos años- es mi ametralladora”. El útimo gran héroe del tenis croata, Ivan Ljubicic, figura del equipo campeón de 2005, homanejeado el sábado en el Arena Zagreb antes del dobles, es hoy un broker del Credit Suisse en Nueva York. Los tiempos cambiaron, claro, pero la Davis sigue siendo algo distinto en el mundo más reservado del tenis. Son esas tres o cuatro semanas del año, como decía Corretja, en las que debe prevalecer el equipo. El equipo, como sucedió en Zagreb, puede ser también un estadio que se viste de albiceleste. Y otros millones que siguieron ilusionados por la tele. Pero la Davis sigue siendo deporte. Se gana y se pierde. Y, a veces, como el caso de Del Potro, se puede ganar sin necesidad de levantar un trofeo. Lo hizo. Y se ganó el corazón de todos.
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