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Información General |HISTORIAS PLATENSES

Trabajar después de la jubilación: el sueldo debe continuar

Hay jubilados que más allá de las canas y las arrugas, deciden continuar en sus trabajos. ¿Deseo o necesidad? ¿Cuáles son las razones por las que los adultos mayores platenses siguen activos?

Por LUIS ANDRÉS CORSO

24 de Diciembre de 2016 | 01:17

El trabajo dignifica, dice el refrán. Necesidad económica, o apego a la vocación. Por una u otra causa, hay jubilados que se animan a romper esa imagen estereotipada del abuelo sentado en la puerta, con la radio AM pegada a la oreja o la señora con ruleros que se queja de la situación del país en la carnicería. Lejos de esa postura, se mantienen activos y joviales.

“Sigo trabajando porque amo mi profesión”, explica Stella Alfano, 73 años y cuatro décadas de docente dentro de las aulas platenses. Durante ese tiempo pasó por el jardín Nro. 30 de Abasto, el Instituto de menores de Gambier, fue directora de un establecimiento educativo en Magdalena y vicedirectora del colegio Juan Manuel Estrada de La Plata.

Si bien se jubiló como docente del Estado en 2004 y en colegios privados en el 2015, continúa tomando cargos. “Siempre trabajé doble turno y a veces, tres. Extraño mucho mi tarea, el aula y los chicos”, señala Stella, que lejos de quedarse quieta divide sus días entre tareas domésticas, con sus alumnos de apoyo o en suplencias escolares. “Hago natación, camino con mi marido y comparto mucho con mis nietos”, agrega.

Como ella, muchos abuelos prefieren mantener sus rutinas laborales. Pues a la necesidad de continuar activos, también hay que sumarle otras. “La jubilación es una etapa donde la persona que trabajó durante toda su vida, se encuentra de golpe con una gran cantidad de tiempo disponible, en donde entran en juego cuestiones sociales y psicológicas que el jubilado debe afrontar”, asegura Margarita Murgieri, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría (SAGG) y agrega: “Los adultos mayores sufren estrés al momento de jubilarse, sobre todo si no han pensado qué hacer con el tiempo que antes le dedicaban al trabajo”.

Mientras los especialistas entienden que quienes presentan mejores estrategias de afrontamiento y mayor flexibilidad, tienen expectativas más positivas acerca de ese nuevo y largo tiempo, Murgieri explica: “La jubilación conlleva una adaptación al contexto intrafamiliar de la persona mayor, que muchas veces -y sobre todo en el caso de los hombres-, se los ve como ´invadiendo´ el espacio de lo doméstico, a la vez que por cuestiones ligadas a las representaciones sociales de género, éste pierde su papel de proveedor principal”.

Otro problema relacionado con los mitos y prejuicios de la vejez, es aquel que proviene de la imagen desprestigiada del jubilado, el estereotipo que proyecta al anciano jubilado como enfermo.

Lo importante en materia de salud para quienes continúan en movimiento después de los 65 años es tener algunas precauciones como “darle importancia a la actividad física, la alimentación adecuada, la interacción social, incluidas las relaciones intergeneracionales y los cuidados preventivos”.

Trabajar juntos

“Nosotros somos el ejemplo de los que pueden estar quietos”, explica Matilde Perelló de 68 años, esposa de José Antonio Da Silva, de 66. Ellos son artífices de una historia de amor y trabajo que lleva 46 años.

Durante su juventud José cultivaba flores para vender. Los días de lluvia esperaba el camión que recogía sus plantas, al resguardo de una galería donde Matilde atendía un local. Luego de un tiempo de noviazgo vendieron el comercio y continuaron con las flores.

José explica que, por la década del ochenta, ellos vendían su producto en pesos pero los insumos se conseguían a precio dólar, lo que no dejaba margen de ganancias. Entonces decidió asociarse con un amigo y alquilaron un local en Villa Elisa, donde tuvieron un autoservicio durante veintidós años.

Cuando fueron abuelos, Matilde solía llevar a sus nietos a los cumpleaños. Cuenta que le pareció linda la idea de tener un salón de fiestas. Tiempo más tarde, surgió la posibilidad de construir una casita de eventos infantiles al lado de su casa, de la cual se hacen cargo, junto a su hija, desde hace cinco años.

En sus días de trabajo, no faltan los mates a la mañana. Luego se dedican a dejar ordenado el salón. “Cuando hay fiestas estamos todo el día acá. Terminamos a las diez de la noche”. Comenta Matilde y agrega: “Nuestro trato con la gente es genial, se van muy contentos.”

Su rutina habitual está amoldada a los horarios de los eventos. Si bien los fines de semana es cuando más se trabaja en el rubro infantil, ellos aseguran tener lugar de sobra para compartir con su familia. “Sacamos tiempo para ellos”, explica José.

Con sus logros y fracasos, los matrimonios de abuelos trabajadores sostienen la bandera de una época donde lo que se rompía no se tiraba: se arreglaba.

Juan Sóderlund y Nora Seoane, que hace cuarenta y nueve años están juntos, también saben cómo superar obstáculos. Ellos trabajaron gran parte de su vida en una estación de servicio en Oberá, la ciudad misionera de donde Juan es oriundo. Años más tarde, llegaron a La Plata a vivir a una antigua casona al fondo de la calle 520, detrás del hospital Romero. Allí siguen hoy. Jubilados hace tiempo, pero activos.

“Nos quedamos sin trabajo después de que vendimos la estación de servicio. Fuimos estafados, cuando la vendimos venían pagando las cuotas bien, pero empezaron a rebotar los cheques”, se lamenta Nora, que tiene 68 años y se jubiló a los 61.

Semejante situación provocó una recaída en sus estados de ánimo. “A Juan siempre le gustó fabricar cosas con madera, pero no lo hacía para generar dinero. Estaba bloqueado” relata Nora.

“Sigo trabajando porque amo mi profesión”, explica Stella Alfano, 73 años y cuatro décadas de docente dentro de las aulas platenses

En el año 2002, averiguaron la manera de ingresar a la feria de artesanos. Tuvieron quince días para hacer mercadería y comenzaron a trabajar. Y no pararon. En marzo de este año cumplieron catorce años de feria, como dice Nora, con “altos y bajos, pero ahí seguimos”.

Lejos de relajarse, la semana del matrimonio se divide en cinco días de fabricación y dos de feria. “Tenemos la costumbre de arrancar de ocho de la mañana hasta las doce del mediodía y de una a cinco de la tarde” explica Juan, de 75 años y jubilado hace siete.

Los viernes dejan sus artesanías de madera preparadas para vender al día siguiente. “Me quedo hasta tarde con los últimos detalles. Termino de barnizar y me fijo que todo este en orden. Juan es el ‘hacedor’, yo el peón que pinta o pone los precios”, bromea Nora.

Los fines de semana comienzan a las seis y media de la mañana, para estar en la plaza y armar el puesto cerca de las nueve. Hay jornadas que terminan alrededor de las diez de la noche. Eso sin contar los días en que Juan se levanta a las tres de la madrugada, viaja a Entre Ríos a conseguir maderas y regresa en el día.

Ambos aseguran que son felices en la feria, allí trabajan y socializan. Pero, más allá del gusto, también existe una necesidad económica concreta: los medicamentos.

“A mi me dan una medicación. La ampolla sale veinticinco mil pesos, necesito tres cada ocho semanas”, explica Nora, que padece Artritis Reumatoidea desde los 25 años. El remedio no está cubierto por la obra social de los jubilados, por lo cual deben contratar una prepaga. Para Juan, con una jubilación de cinco mil setecientos pesos, no alcanza para cubrir las necesidades que tienen, sobretodo de salud.

Numeros Rojos

Según datos suministrados por la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) existen poco más de dos millones de jubilados en la provincia de Buenos Aires, que cobran un haber medio de $7665. La edad jubilatoria en nuestro país es de 65 años para los varones y 60 años para las mujeres.

“Generalmente los jubilados llegan a esa edad con alguna patología crónica, llámese diabetes, hipertensión, algún problema cardíaco o colesterol alto. Entonces ya necesitan medicación de manera permanente”, explica Guillermo Lospice, desde su experiencia como farmacéutico, al tiempo que detalla que, hasta hace unos meses, PAMI otorgaba una cobertura del cien por ciento a estos medicamentos. Ahora solamente tienen la cobertura “normal” que varía entre el cincuenta y el ochenta por ciento. Esto, sumado al aumento del casi cincuenta por ciento que, según remarca el especialista, sufrieron todos los medicamentos.

Explicado en números concretos, el Carvedilol, una droga que se utiliza en pacientes con presión alta, pasó de estar $97,85 en Junio del 2015 a $173,29 en diciembre de 2016. O la Metformina, un medicamento utilizado por pacientes diabéticos, saltó de $76,54 a 131,43.

“Esto, más allá de que después tengan que tomar otros medicamentos para alguna patología aguda, o alguna dolencia. Entonces ahí está la mayor problemática de los jubilados”, sentencia Lospice.

Cambiar el paradigma

Para el Gerontólogo Roberto Orden lo que hay que cambiar es la perspectiva.

Según el especialista no se debe vislumbrar como algo positivo o negativo el hecho de que un jubilado trabaje. Él entiende que, desde el punto de vista social o político, hay que pensar si eso es algo electivo, que tiene que ver con el deseo del jubilado, o con algo compulsivo de un sistema que da haberes insuficientes y que lleva a que muchos adultos mayores continúen trabajando en lugar de disfrutar una etapa de descanso.

El gerontólogo aclara, en cuanto a las patologías prevalentes, que “nuestro sistema hospitalario no está preparado para atender adultos mayores.” Detalla que está diseñado para atender patologías agudas.

Lo importante en materia de salud para quienes continúan en movimiento después de los 65 años es tener algunas precauciones como “darle importancia a la actividad física, la alimentación adecuada, la interacción social, incluidas las relaciones intergeneracionales y los cuidados preventivos”

Orden explica que los abuelos padecen patologías crónicas que requieren de una oferta sanitaria acorde. “Los mayores sufren de patologías que arrastran desde hace muchos años y requieren un tratamiento particular”, afirma.

Para el licenciado, lo novedoso radica en pensar la ancianidad en términos de deseo. En primera medida, las necesidades del adulto mayor y secundariamente en las medidas reparadoras. Y concluye: “Si se pensara con estas categorías quizá no tendríamos tanto consumo de fármaco y tanta patología dando vueltas”.

Tiempo atrás se hizo viral una imagen llamada “la marcha de los lobos”, donde se veía una hilera donde los animales más viejos marchaban delante y marcaban el ritmo del paso, los jóvenes y los líderes se amoldaban a ellos.

Tal idea debe primar al momento de hablar de los jubilados. Verlos como aquellos que ya conocen el camino, por haberlo recorrido. Adulto mayor no significa viejo y obsoleto, sino experiencia.

Más respeto merecen aquellos que, aún vigorosos de mente, les falta fortaleza en los músculos. Como también los abuelos que, con las arrugas como condecoraciones de viejas anécdotas y las groserías en sus idiomas nativos, se levantan temprano y salen a buscar el pan de cada día. Siempre activos. Siempre jóvenes.

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